Amor de Dios en corazón humano

La gente de aquella tierra -tan apartada de Dios, tan desorientada- te ha recordado las palabras del Maestro: “andan como ovejas sin pastor”. -Y has sentido que a ti también se te llenan las entrañas de compasión…: decídete, desde el lugar que ocupas, a dar la vida en holocausto por todos.

Los pobres -decía aquel amigo nuestro- son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo.

Poniendo el amor de Dios en medio de la amistad, este afecto se depura, se engrandece, se espiritualiza; porque se queman las escorias, los puntos de vista egoístas, las consideraciones excesivamente carnales. No lo olvides: el amor de Dios ordena mejor nuestros afectos, los hace más puros, sin disminuirlos.

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Aprender a corregir

¿Reprender?… Muchas veces es necesario. Pero enseñando a corregir el defecto. Nunca, por un desahogo de tu mal carácter.

Cuando hay que corregir, se ha de actuar con claridad y amabilidad; sin excluir una sonrisa en los labios, si procede. Nunca -o muy rara vez-, por la tremenda.

¿Te sientes depositario del bien y de la verdad absoluta y, por tanto, investido de un título personal o de un derecho a desarraigar el mal a toda costa? -Por ese camino no arreglarás nada: ¡sólo por Amor y con amor!, recordando que el Amor te ha perdonado y te perdona tanto.

Ama a los buenos, porque aman a Cristo… -Y ama también a los que no le aman, porque tienen esa desgracia…, y especialmente porque El ama a unos y a otros.

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Educar el corazón

La frecuencia con que visitamos al Señor está en función de dos factores: fe y corazón; ver la verdad y amarla.

El Amor se robustece también con negación [de sí mismo] y mortificación.

Si tuvieras un corazón grande y algo más de sinceridad, no te detendrías a mortificar, ni te sentirías mortificado…, por detallitos.

Si te enfadas -en ocasiones es un deber; en otras, una flaqueza-, que dure sólo pocos minutos. Y además, siempre con caridad.

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Tu corazón y el corazón de Cristo

¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos… -¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!

Pide a Jesús que te conceda un Amor como hoguera de purificación, donde tu pobre carne -tu pobre corazón- se consuma, limpiándose de todas las miserias terrenas… Y, vacío de ti mismo, se colme de El. Pídele que te conceda una radical aversión a lo mundano: que sólo te sostenga el Amor.

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Desenmascarando al gran impostor

El demonio -padre de la mentira y víctima de su soberbia- intenta remedar al Señor hasta en el modo de hacer prosélitos. ¿Te has fijado?: lo mismo que Dios se vale de los hombres para salvar almas y llevarlas a la santidad, satanás se sirve de otras personas, para entorpecer esa labor y aun para perderlas. Y -no te asustes- de la misma manera que Jesús busca, como instrumentos, a los más próximos -parientes, amigos, colegas, etc.-, el demonio también intenta, con frecuencia, mover a esos seres más queridos, para inducir al mal. Por eso, si los lazos de la sangre se convierten en ataduras, que te impiden seguir los caminos de Dios, córtalos con decisión. Y quizá tu determinación desate también a quienes estaban enredados en las mallas de Lucifer.

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Perdonar y amar

Decía aquel amigo nuestro: “no he necesitado aprender a perdonar, porque el Señor me ha enseñado a querer”.

Perdonar. ¡Perdonar con toda el alma y sin resquicio de rencor! Actitud siempre grande y fecunda. -Ese fue el gesto de Cristo al ser enclavado en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, y de ahí vino tu salvación y la mía.

Mira: tenemos que amar a Dios no sólo con nuestro corazón, sino con el “Suyo”, y con el de toda la humanidad de todos los tiempos…: si no, nos quedaremos cortos para corresponder a su Amor.

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Consejos inesperados de un sacerdote de carácter recio

Has de conducirte cada día, al tratar a quienes te rodean, con mucha comprensión, con mucho cariño, junto -claro está- con toda la energía necesaria: si no, la comprensión y el cariño se convierten en complicidad y en egoísmo.

Evita con delicadeza todo lo que pueda herir el corazón de los demás.

¿Por qué, entre diez maneras de decir que “no”, has de escoger siempre la más antipática? -La virtud no desea herir.

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Cuida tu corazón

¡Grítaselo fuerte, que ese grito es chifladura de enamorado!: Señor, aunque te amo…, ¡no te fíes de mí! ¡Atame a Ti, cada día más!

No lo dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío toma venganza, y se llena de las bajezas más despreciables.

No existe corazón más humano que el de una criatura que rebosa sentido sobrenatural. Piensa en Santa María, la llena de gracia, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo: en su Corazón cabe la humanidad entera sin diferencias ni discriminaciones. -Cada uno es su hijo, su hija.

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Amar de verdad

Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado.

Después de veinte siglos, hemos de pregonar con seguridad plena que el espíritu de Cristo no ha perdido su fuerza redentora, la única que sacia los anhelos del corazón humano.

Todavía no quieres al Señor como el avaro sus riquezas, como una madre a su hijo…, ¡todavía te preocupas demasiado de ti mismo y de pequeñeces tuyas! Sin embargo, notas que Jesús ya se ha hecho indispensable en tu vida… -Pues, en cuanto correspondas por completo a su llamada, te será también indispensable en cada uno de tus actos.

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Dos grupos de tres

Tres puntos importantísimos para arrastrar las almas al Señor: que te olvides de ti, y pienses sólo en la gloria de tu Padre Dios; que sometas filialmente tu voluntad a la Voluntad del Cielo, como te enseñó Jesucristo; que secundes dócilmente las luces del Espíritu Santo.

Tres días… busca María al Hijo que se ha perdido. Ojalá podamos decir tú y yo que nuestra voluntad de encontrar a Jesús tampoco conoce descanso.

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Voluntad generosa al servicio de Dios

Al extinguirse las llamaradas del primer entusiasmo, el avance a oscuras se torna penoso. -Pero ese progreso, que cuesta, es el más firme. Y luego, cuando menos lo esperes, cesará la oscuridad y volverán el entusiasmo y el fuego. ¡Persevera!

Dios nos quiere a sus hijos como fuerzas de ofensiva. -No podemos quedarnos a la expectativa: lo nuestro es luchar, allá donde nos encontremos, como un ejército en orden de batalla.

No te falta el trato agradable de conversador inteligente… Pero también eres muy apático. -“Si no me buscan…”, te excusas. -Si no cambias -puntualizo- y no vas al encuentro de quienes te esperan, nunca podrás ser un apóstol eficaz.

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Trabajo fuerte en la voluntad

Es bueno que te coman el alma esas impaciencias. -Pero no tengas prisas; Dios quiere y cuenta con tu decisión de prepararte seriamente, durante los años o meses necesarios. -No le faltaba razón a aquel emperador: “el tiempo y yo contra otros dos”.

¿Que si has de mantenerte silencioso e inactivo?… -Ante la agresión injusta a la ley justa, ¡no!

Cada día te vas “chiflando” más… -Se nota en esa seguridad y en ese aplomo formidable, que te da el saberte trabajando por Cristo. -Ya lo ha proclamado la Escritura Santa: «vir fidelis, multum laudabitur» -el varón fiel, de todos merece alabanzas.

Nunca te habías sentido más absolutamente libre que ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendimiento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios.

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Fuerte es el que levanta sin caerse

¿Qué perfección cristiana pretendes alcanzar, si haces siempre tu capricho, “lo que te gusta”…? Todos tus defectos, no combatidos, darán un lógico fruto constante de malas obras. Y tu voluntad -que no estará templada en una lucha perseverante- no te servirá de nada, cuando llegue una ocasión difícil.

“Conozco a algunas y a algunos que no tienen fuerzas ni para pedir socorro”, me dices disgustado y apenado. -No pases de largo; tu voluntad de salvarte y de salvarles puede ser el punto de partida de su conversión. Además, si recapacitas, advertirás que también a ti te tendieron la mano.

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Sobre el ejercicio cotidiano de la caridad, entre fragilidades y pecados

¡Que el otro está lleno de defectos! Bien… Pero, además de que sólo en el Cielo están los perfectos, tú también arrastras los tuyos y, sin embargo, te soportan… -¡Aprende!

¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna. -¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido. -Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si El no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú?

Si tu amistad se rebaja hasta convertirse en cómplice de las miserias ajenas, se reduce a triste compadreo, que no merece el mínimo aprecio.

Verdaderamente la vida, de por sí estrecha e insegura, a veces se vuelve difícil. -Pero eso contribuirá a hacerte más sobrenatural, a que veas la mano de Dios: y así serás más humano y comprensivo con los que te rodean.

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Amor, a escala humana y divina a la vez

Tu caridad ha de estar adecuada, ajustada, a las necesidades de los demás…; no a las tuyas.

¡Hijos de Dios!: una condición que nos transforma en algo más trascendente que en personas que se soportan mutuamente.

A veces pretendes justificarte, asegurando que eres distraído, despistado; o que, por carácter, eres seco, reservón. Y añades que, por eso, ni siquiera conoces a fondo a las personas con quienes convives. -Oye: ¿verdad que no te quedas tranquilo con esa excusa?

Pon mucha visión sobrenatural en todos los detalles de tu vida ordinaria, te aconsejé. Y añadí inmediatamente: la convivencia te ofrece muchas ocasiones, a lo largo del día.

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