Algunas veces -me lo has oído comentar con frecuencia- se habla del amor como si fuera un impulso hacia la propia satisfacción, o un mero recurso para completar de modo egoísta la propia personalidad. -Y siempre te he dicho que no es así: el amor verdadero exige salir de sí mismo, entregarse. El auténtico amor trae consigo la alegría: una alegría que tiene sus raíces en forma de Cruz. Dios mío: ¿cómo puede ser que vea un Crucifijo, y no clame de dolor y de amor? ¡Oh Jesús…, fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriáganos de Amor!: haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino fuego que Tú trajiste.
Explosión de amor a Cristo
Veo tu Cruz, Jesús mío, y gozo de tu gracia, porque el premio de tu Calvario ha sido para nosotros el Espíritu Santo… Y te me das, cada día, amoroso -¡loco!- en la Hostia Santísima… Y me has hecho ¡hijo de Dios!, y me has dado a tu Madre. No me basta el hacimiento de gracias: se me va el pensamiento: Señor, Señor, ¡tantas almas lejos de Ti!
Radicalidad, de la buena
Muchos, con aire de autojustificación, se preguntan: yo, ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás? -¡Porque tienes obligación, como cristiano, de meterte en la vida de los otros, para servirles! -¡Porque Cristo se ha metido en tu vida y en la mía!
Si eres otro Cristo, si te comportas como hijo de Dios, donde estés quemarás: Cristo abrasa, no deja indiferentes los corazones.
Duele ver que, después de dos mil años, haya tan pocos que se llamen cristianos en el mundo. Y que, de los que se llaman cristianos, haya tan pocos que vivan la verdadera doctrina de Jesucristo. ¡Vale la pena jugarse la vida entera!: trabajar y sufrir, por Amor, para llevar adelante los designios de Dios, para corredimir.
Tomar en serio cierto pasaje del Evangelio
Como quiere el Maestro, tú has de ser -bien metido en este mundo, en el que nos toca vivir, y en todas las actividades de los hombres- sal y luz. -Luz, que ilumina las inteligencias y los corazones; sal, que da sabor y preserva de la corrupción. Por eso, si te falta afán apostólico, te harás insípido e inútil, defraudarás a los demás y tu vida será un absurdo.
La santidad es también un deber
Hay muchas personas a tu alrededor, y no tienes derecho a ser obstáculo para su bien espiritual, para su felicidad eterna. -Estás obligado a ser santo: a no defraudar a Dios, por la elección de que te ha hecho objeto; ni tampoco a esas criaturas, que tanto esperan de tu vida de cristiano.
Padres e hijos, unidos por una misma fe
No es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni, para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle. Es, por el contrario, un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad.
Agradece a tus padres el hecho de que te hayan dado la vida, para poder ser hijo de Dios. -Y sé más agradecido, si el primer germen de la fe, de la piedad, de tu camino de cristiano, o de tu vocación, lo han puesto ellos en tu alma.
Católicos sin complejos
Medítalo con frecuencia: ¡soy católico, hijo de la Iglesia de Cristo! El me ha hecho nacer en un hogar “suyo”, sin ningún merecimiento de mi parte. -¡Cuánto te debo, Dios mío!
Recordad a todos -y de modo especial a tantos padres y a tantas madres de familia, que se dicen cristianos- que la “vocación”, la llamada de Dios, es una gracia del Señor, una elección hecha por la bondad divina, un motivo de santo orgullo, un servir a todos gustosamente por amor de Jesucristo.
La santa rebeldía de un hombre santo
En estos momentos de violencia, de sexualidad brutal, salvaje, hemos de ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes: no nos da la gana dejarnos llevar por la corriente, y ser unas bestias. Queremos portarnos como hijos de Dios, como hombres o mujeres que tratan a su Padre, que está en los Cielos y quiere estar muy cerca -¡dentro!- de cada uno de nosotros.
Llamados por un amor sin medida
¡Vive junto a Cristo!: debes ser, en el Evangelio, un personaje más, conviviendo con Pedro, con Juan, con Andrés…, porque Cristo también vive ahora: «Iesus Christus, heri et hodie, ipse et in sæcula!» -¡Jesucristo vive!, hoy como ayer: es el mismo, por los siglos de los siglos.
No sé qué te ocurrirá a ti…, pero necesito confiarte mi emoción interior, después de leer las palabras del profeta Isaías: «ego vocavi te nomine tuo, meus es tu!» -Yo te he llamado, te he traído a mi Iglesia, ¡eres mío!: ¡que Dios me diga a mí que soy suyo! ¡Es como para volverse loco de Amor!
Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro. Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna.
Cristo ha padecido por ti y para ti, para arrancarte de la esclavitud del pecado y de la imperfección.
Maravillosa deuda de amor
¡Qué deuda la tuya con tu Padre-Dios! -Te ha dado el ser, la inteligencia, la voluntad…; te ha dado la gracia: el Espíritu Santo; Jesús, en la Hostia; la filiación divina; la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra; te ha dado la posibilidad de participar en la Santa Misa y te concede el perdón de tus pecados, ¡tantas veces su perdón!; te ha dado dones sin cuento, algunos extraordinarios… -Dime, hijo: ¿cómo has correspondido?, ¿cómo correspondes?
Cuando es Cristo quien llama…
No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia. La llamada a cumplir la Voluntad de Dios -también la vocación- es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamamiento… -Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirle fue todo uno.
Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, «vocavi te nomine tuo» -te he llamado por tu nombre. Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. -Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: «ecce ego, quia vocasti me» -aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro.
Oración cargada de amor!
Estamos, Señor, gustosamente en tu mano llagada. ¡Apriétanos fuerte!, ¡estrújanos!, ¡que perdamos toda la miseria terrena!, ¡que nos purifiquemos, que nos encendamos, que nos sintamos empapados en tu Sangre! -Y luego, ¡lánzanos lejos!, lejos, con hambres de mies, a una siembra cada día más fecunda, por Amor a Ti.
¡Bendito Sacerdote!
Cristo, que subió a la Cruz con los brazos abiertos de par en par, con gesto de Sacerdote Eterno, quiere contar con nosotros -¡que no somos nada!-, para llevar a “todos” los hombres los frutos de su Redención.
Breve súplica ardiente
Padre mío -¡trátale así, con confianza!-, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor, y haz que te corresponda. -Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria de Cristo.
Portadores de luz
Hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna.
Penitencia casi invisible pero perfectamente real
Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. -Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?
Mientras descansa la Sagrada Familia, se aparece el Angel a José, para que huyan a Egipto. María y José toman al Niño y emprenden el camino sin demora. No se rebelan, no se excusan, no esperan a que termine la noche…: di a Nuestra Madre Santa María y a Nuestro Padre y Señor San José que deseamos amar prontamente toda la penitencia pasiva.