De la conversión a la santidad

La santidad, el verdadero afán por alcanzarla, no se toma pausas ni vacaciones.

Chapoteas en las tentaciones, te pones en peligro, juegas con la vista y con la imaginación, charlas de… estupideces. -Y luego te asustas de que te asalten dudas, escrúpulos, confusiones, tristeza y desaliento. -Has de concederme que eres poco consecuente.

Hemos de fomentar en nuestras almas un verdadero horror al pecado. ¡Señor -repítelo con corazón contrito-, que no te ofenda más! Pero no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que “eso” existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que te unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque El nos purifica.

Más pensamientos de San Josemaría.

¿A quiénes llamamos santos?

Santos, ni más ni menos, son aquellos que, en la Montaña de las Bienaventuranzas, encontraron y renovaron, una y otra vez, su pasión y su carnet de identidad. Los que, abriendo la ventana de su corazón, permitieron que entrase la luz divina y, con esa luz eterna, quisieraon agradar totalmente a Dios sin olvidar al hombre. Son, esos hermanos nuestros que fueron grandes por su inmensa sencillez; en la oscuridad, nunca se cansaron de buscar al Señor, y en la luz del mundo, nunca lo dejaron perder.

Santidad de pareja y de familia, 1 de 2

[Predicación para los matrimonios en el Encuentro Internacional de La Mansión, en Noviembre de 2014.]

Parte 1 de 2: Las bases

* La experiencia de la santidad divina es siempre el descubrimiento de una grandeza, una belleza, una bondad, un poder que rebasa, más allá del horizonte, lo que podíamos considerar. Son comparables experiencias como la de Isaías en el templo y la del apóstol Pedro en su humilde barca del Mar de Galilea.

* El reconocimiento de la santidad se convierte también en viva conciencia de la propia pequeñez, el propio pecado, la propia fragilidad y precariedad. Es un “ver que uno no ve;” un darse cuenta de los límites que parecían extremos y que repente se revelan pequeños y completamente insuficientes.

* Tal tipo de experiencia es indispensable para proclamar con verdadera convicción y coherencia que sólo Dios es Dios, y ante que eso, para recibirlo como Señor de cada área de nuestra vida, por encima de todo otro interés o afecto. Sin este tipo de experiencia, la exigencia propia de la moral de la Iglesia Católica resulta inabordable, incomprensible y francamente imposible.

* Esta acogida del don divino cambia la perspectiva de los esposos. No es que dejen de tener necesidad de afecto o de expresión de amor sino que amar y amarse ya significan otra cosa cuando se ha conocido el amor de Dios.

El verdadero rostro de Juan XXIII

Uno de los inmensos bienes que trae la canonización de Juan XXIII es la recuperación de su perfil espiritual y pastoral. Bien sabido es que numerosos progresistas han querido tomar como apoyo a sus posturas una especie de caricatura del Papa Bueno. Se ha querido sistemáticamente usar su lenguaje de caridad y misericordia como una especie de complicidad bonachona ante el pecado, o como licencia para despreciar los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia. Semejante engaño va a ser más difícil de sostener a medida que la estatura y la reciedumbre espiritual del Papa Roncalli alcancen su genuina dimensión.

El ecumenismo de Juan XXIII no es negación de la verdad de la fe; la compasión de este gran Papa no es aprobación de mediocridad ni permiso para pecar; su anhelo de paz no se disuelve en irenismo ni en pura diplomacia o negociación de contrarios.

Sólo el amor nos hace verdaderos pero sólo la verdad preserva la pureza del amor, y lo defiende de los numerosos ídolos que tratan de suplantarle. He aquí una lección que tendremos que recordar muchas veces, ahora que la Providencia de Dios nos ha concedido al Papa Francisco, en tantas cosas semejante al humilde Papa de Sotto-il-Monte.