Libres del poder de los espejismos en la pareja y la familia

Homilía para el Domingo VIII del Tiempo Ordinario, ciclo C – 3 de Marzo de 2019

Aquella expresión de Cristo, que un ciego no puede guiar a otro ciego, porque los dos caerán al hoyo, se cumple también en la pareja. Los “hoyos” típicos son las agresiones mutuas, la indiferencia, y una vida de apariencia y fachada.

Las parejas están “ciegas” en el sentido de que se “enceguecen” con espejismos, de los cuales hay cinco para destacar:

(1) Concentrarse en la boda o en la luna de miel, olvidando que el matrimonio no es un punto en la vida ni un episodio. Luego, los varones caen con facilidad en estos espejismos:

(2) Concentrar su atención solo en lo físico haciéndose ciegos a la belleza moral y espiritual que también tiene y desarrolla la mujer.

(3) Aprovecharse de la generosidad femenina con una actitud egoísta que desconoce las necesidades o preferencias de ellas. Las mujeres, por su parte, suelen caer en otros dos espejismos:

(4) Creerse redentoras capacitadas para cambiar y rescatar al hombre que aman.

(5) Huir de una realidad difícil en su casa paterna para unirse en matrimonio a alguien que a menudo repite la misma historia.

De todos estos espejismos y oscuridades nos rescata Cristo con su claridad y la potencia de su gracia que transforma.

La generación del egoísmo

Una reflexión de Felipe Gómez, predicador laico católico:

Noviazgos eternos, relaciones sin compromiso, miedo al matrimonio y a traer hijos al mundo. Un marcado complejo de Peter Pan, en el cual las nuevas generaciones quieren mantenerse eternamente jóvenes, huyendo de las responsabilidades del matrimonio y esquivando la posibilidad de formar una familia.

Estamos ante un fenómeno mucho más grave de lo que parece. Jóvenes tanto hombres como mujeres, cambiando de pareja como si de ropa interior se tratase, salen corriendo cuando la cosa se va volviendo sería y estable y pueda terminar en matrimonio.

Estas nuevas generaciones no se quieren casar, quieren vivir rodeados de placeres más austeros que un hotel de cinco estrellas, pero sin negarse sus gusticos. Buscan viajar por el mundo, conocerlo todo, lanzarse de paracaídas, nadar con tiburones, escalar empinadas montañas, pero no se arriesgan a tener un hogar estable y mucho menos a ser padres de familia, eso lo consideran demasiado riesgoso.

Cambian de trabajo constantemente, y de la misma manera, de pareja. Pero les aterra convertirse en papás como si eso pudiera robarles el encanto y les succionara la vida.

Estamos ante un virus generacional muy serio, un mundo que se cerró a la posibilidad de la maternidad y la paternidad, un mensaje muy ecológico, un mundo muy defensor de las ideas y la diversidad, pero un tapón impenetrable contra la vida humana.

Los que se casan, quieren perrito, a quien le llamarán: “nuestro bebé”, pero ¿pensar en cambiar un pañal? Amamantar a un hijo? Hacer una compota? Llevarlo al médico? Pagarle un colegio? No, eso sí que no!

Europa envejeciendo, muchos países sin hijos, sin legado, sin identidad, sin mano de obra, sin un futuro. Medio mundo llenándose de extremistas que reducen a nada el Cristianismo porque ellos si difunden sus ideas entre sus familias numerosas, mientras las familias católicas se ven mermadas en calidad y número y perecen arrinconadas por ser infieles a Mahoma.

Tal vez este es un castigo merecido por nuestro egoísmo. Tal vez estamos recogiendo lo que sembramos, porque son las mismas mamás quienes le dicen a sus hijas al casarse, disfruten la vida, dense tiempo, no se amarren tan jóvenes con hijos que no les van a permitir ni ir a un cine.

Papás que le meten condones a sus hijos entre las billeteras y los incitan a convertirse en especialistas en pornografía y masturbación, porque así se libran de correr el riesgo de dejar embarazada a alguna mujer.

Estamos llenos de especializaciones, profesionales que son estudiantes eternos, que si llegan a tener un hijo será pasados los treinta años y tal vez bordeando los cuarenta, cuando pierden las ganas de corretear a su único hijo y menos de coquetear con su mujer.

El problema no es tan solo el aborto, sino esta mentalidad anticonceptiva generalizada, que no nos ha dejado salir de nuestra peligrosa y falsa zona de confort.

¿Es pecado entonces usar un preservativo, unas pastillas, ligarse las trompas o hacerse la vasectomía? No es solo un pecado, es un castigo que nosotros mismos nos auto- infringimos, maldiciéndonos como la higuera que se niega a dar frutos.

Sin niños, sin familia, sin hogares que formen a estas generaciones en la fe, no nos queda nada. Tal vez en muy pocos años, porque el tiempo vuela, seamos unos viejitos leyendo la biblia en un hogar geriátrico solos y abandonados, mientras se oyen los versos del coran recitados en megáfonos en cada esquina.

Dios nos perdone, nos sane de nuestro egoísmo y nos bendiga.

Preciosa meditación sobre el matrimonio en Aleteia.org

Casarse en la iglesia es responder a la voluntad de Dios de dar al hombre y a la mujer la capacidad de amarse a su imagen

El matrimonio es la íntima unión y la entrega mutua de la vida entre un hombre y una mujer con el propósito de buscar en todo el bien mutuo.

Dicha relación tiene sus raíces en la voluntad original de Dios quien al crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, les dio la capacidad de amarse y entregarse mutuamente, hasta el punto de poder ser “una sola carne” (véase Gn. 1, 22 y 2, 24).

Así, el matrimonio es tanto una institución natural como una unión sagrada que realiza el plan original de Dios para la pareja.

Pero además Cristo elevó esta vocación al amor a la dignidad de sacramento cuando hizo del consentimiento de entrega de los esposos cristianos el símbolo mismo de su propia entrega por todos en la cruz.

En otras palabras, el consentimiento libre por el cual la pareja se entrega y se recibe mutuamente es la esencia o “materia” del sacramento del matrimonio, de la misma forma como el pan y el vino son la materia del sacramento de la Eucaristía.

Dicho consentimiento o símbolo visible de la presencia de Cristo se concreta, dentro del rito matrimonial, en la fórmula que una vez y para siempre se dicen los esposos con palabras como: “Yo te recibo como esposo(a) y me comprometo a amarte, respetarte y servirte, en salud o enfermedad, en tristeza y alegría, en riqueza o en pobreza, hasta que la muerte nos separe”.

Con esta declaración pública de entrega, consumada después en el acto íntimo de entrega corporal, los esposos se constituyen el uno para el otro en sacramentos vivos de la entrega de Cristo a la humanidad. Ellos son por tanto los verdaderos ministros de este sacramento.

Pero para que su declaración sea reconocida, la Iglesia pide que los esposos pronuncien este consentimiento frente a un testigo autorizado por la Iglesia que puede ser un sacerdote o un diácono y frente a la comunidad cristiana.

El compromiso celebrado en el rito se convierte en el estilo de vida de los esposos que, a través de su cotidiana entrega y fidelidad, hacen de su amor el lugar donde el cónyuge es amado, servido, escuchado y atendido como Cristo mismo lo haría.

En otras palabras, el sacramento del matrimonio no se reduce al rito que lo celebra, sino que consiste en “ser sacramento” o presencia visible de Cristo para el cónyuge, todos los días y en todas las circunstancias que la vida les presente.

Por esta razón el matrimonio es junto al sacramento del orden sacerdotal un sacramento de servicio que, vivido con el apoyo permanente de la gracia de Dios, es un camino excelente de santidad.

Es además en el seno de esta relación estable y generosa donde Dios quiere que sean engendrados los hijos para que sea el amor la cuna donde se reciban las nuevas creaturas y se constituya la familia, y la sociedad.

Parte esencial del amor de los esposos es pues estar abiertos a acoger con amor y responsabilidad la vida nueva que pueda surgir de sus relaciones maritales. Así, su amor mismo se convierte en instrumento disponible a la obra creadora de Dios.

En pocas palabras, tanto por su donación y servicio mutuo como por su misión co-creadora, los esposos son sacramento vivo y permanente del amor de Cristo por la humanidad y se convierten en “Ministros de la Iglesia Doméstica” donde a diario están llamados, junto al pan y la palabra, a partir y compartir la vida de Cristo con su cónyuge, sus hijos y quienes los rodean.

La Iglesia entera o “Familia Cristiana” se beneficia igualmente del sí sacramental que a diario se dan los esposos pues este es un testimonio invaluable que sostiene a todos los cristianos en el camino de entrega y servicio al cual hemos sido llamados.

«El secreto del matrimonio está en ceder un poco»

“El 22 de octubre cumple 60 años de matrimonio. «Nos casamos en la Sagrada Familia [de Madrid]. Era una parroquia nueva cerca de la Fuente del Berro», recuerda Margarita a sus 84 años. Junto a su esposo, Lázaro, ha criado a cuatro hijos que les han regalado siete nietos. «El único vicio de mi marido es el fútbol», comenta con mirada cómplice esta segoviana de Navas de Oro que a los 18 años ya iba al Metropolitano con su novio de la mano. «Es que se puede ser buena persona y santo, aunque te guste el fútbol», afirma rotunda la esposa del vicepresidente histórico del Atlético de Madrid…”

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Mitos sobre pornografía y matrimonio

Pornografía y matrimonio: ocho mitos (Dr. Peter Kleponis, Those Catholic Men)

Al hablar sobre el consumo de pornografía y el matrimonio, existen varios mitos que deben ser disipados. Hacerlo puede mejorar la capacidad de una pareja para sanar y restaurar su vida personal y su matrimonio. He aquí ocho mitos habituales que he encontrado en las parejas con las que he trabajado a lo largo de los años.

Mito 1. Ver pornografía es más excitante y satisfactorio que el sexo conyugal natural.

Uno de los principales mitos que la industria de la pornografía intenta que la gente crea es que el mundo de fantasía de la pornografía es mejor que el sexo real. Esto ha conducido a muchas personas a no querer casarse. Creen que la felicidad y la plenitud verdaderas solo vendrán de tener miles de experiencias sexuales con numerosas parejas sexuales. La realidad es que el sexo en la pornografía nunca satisface verdaderamente. Si lo hiciera, los consumidores de pornografía no necesitarían buscar constantemente en internet más experiencias sexuales excitantes. Suelo comparar el sexo con el fuego. Ver pornografía es como encender una cerilla. Se inflama con brillantez y es atractiva, pero se apaga con la misma rapidez. Nunca nos deja satisfechos. El sexo en una relación conyugal saludable es como hacer un fuego lento que va creciendo con el tiempo. Puede no resultar atractivo todas las veces, pero siempre satisface y llena. Es la amorosa relación íntima que acompaña al sexo conyugal lo que lo hace satisfactorio. El sacramento del matrimonio también añade la gracia al sexo conyugal, lo que lo hace aún más satisfactorio.

Mito 2. La gente acude a la pornografía porque “el sexo es una necesidad”.

Una de las formas con la que la gente intenta justificar su consumo de pornografía es alegar que necesitan sexo. Lo cierto es que el sexo es un apetito, no una necesidad. El alimento y el agua, por ejemplo, son necesidades. Si no los tienes, mueres. Si no puedes tener sexo, puede ser una cruz difícil de llevar, pero eso no te matará. Como apetito que es, el sexo debe experimentarse en su contexto apropiado. El suyo es dentro de una relación conyugal sólida. No conseguir tenerlo siempre que quieras lo hace realmente más especial y satisfactorio.

Mito 3. Si una persona consume pornografía, es culpa de su cónyuge.

A pesar de lo que pueda estar sucediendo en un matrimonio, el consumo de pornografía de una persona NUNCA es culpa de su cónyuge. Hay quien alega que acude a la pornografía porque se sienten solos en su matrimonio, porque se han enfadado con su esposo o esposa, porque no tienen suficiente sexo, porque no se sienten respetados o apreciados por su cónyuge…

Todas estas excusas, explícita o implícitamente, culpan al cónyuge del consumo de pornografía. Son escapatorias débiles. El hecho es que cada uno de nosotros es responsable de sus actos. Si una persona ve pornografía, es su decisión y su única responsabilidad. Ningún otro puede ser culpado.

Mito 4. La adicción a la pornografía es solo cosa de hombres.

Aunque la mayoría de los adictos a la pornografía suelen ser hombres, es cada vez más también un asunto de mujeres. En torno a una tercera parte de quienes visitan páginas pornográficas son mujeres. Un 70% de las mujeres guardan en secreto su ciberactividad. Suele ser difícil identificar la adicción a la pornografía en mujeres. Esto se debe a que a ellas les atrae una más amplia variedad de medios pornográficos que los hombres. Mientras que a los hombres les atrae sobre todo la pornografía visual (imágenes y vídeos), a las mujeres les atraen también los chat, los blogs, las historias eróticas, las novelas románticas y las redes sociales de contenido pornográfico. Otra razón por la que resulta difícil identificar esta adicción en mujeres es la gran vergüenza que les supone. Temen que otros descubran su adicción y sean etiquetadas como putas y marginadas. Por eso muchas mujeres adictas a la pornografía nunca vienen a pedir ayuda. Sufren en silencio.

Mito 5. La adicción a la pornografía no es más que un pecado de egoísmo.

Cuando alguien queda devastado por tener un cónyuge adicto a la pornografía, es fácil ver eso como nada más que un pecado de egoísmo o un fracaso moral. Sin embargo, como en el alcoholismo, debemos ver la adicción a la pornografía como una enfermedad. En ese sentido, debe ser tratada como una enfermedad. Es más, es una enfermedad que afecta a toda la familia. Muchos expertos se refieren a la pornografía incluso como una enfermedad familiar. Es importante para los adictos y sus cónyuges que busquen inmediatamente ayuda profesional. Cuanto antes comiencen juntos el programa de recuperación, mayor será su éxito en sanar y restaurar su matrimonio. Considerándolo como una enfermedad, es más fácil que desaparezca la vergüenza y buscar la ayuda necesaria para la recuperación.

Mito 6. Una persona adicta consume pornografía porque quiere más sexo.

Es fácil creer que cuando alguien ve pornografía compulsivamente simplemente es porque quiere más sexo. La realidad, sin embargo, es que la pornografía no tiene realmente nada que ver con el sexo. Es simplemente una droga que se usa para sobrellevar con sentimientos o situaciones difíciles. Así como una persona puede acudir al alcohol como vía de escape, se puede acudir a la pornografía como una huida. He aquí un punto donde vale eso de que “el problema nunca es el problema”. El consumo de pornografía es solamente el síntoma. El problema real (o los problemas reales) pueden ser la soledad, el estrés, la ira, el miedo, el aburrimiento, la vergüenza, el abuso o la necesidad de intimidad.

Mito 7. Una persona consume pornografía porque su cónyuge ya no le resulta atractivo o sexualmente deseable.

Ésta es una creencia común entre los cónyuges, especialmente entre las esposas. Como las estrellas del porno son jóvenes y atractivas, el esposo o esposa puede creer que el cónyuge adicto ve pornografía porque está cansado de él o ella y ya no lo encuentra atractivo. Puede pensar también que el adicto quiere sustituirlo por una persona más joven. Raras veces es así. El consumo de pornografía del adicto rara vez tiene que ver con el atractivo de su cónyuge o con el deseo de reemplazarlo. Como hemos afirmado antes, la pornografía es simplemente una droga que se usa para lidiar con sentimientos o situaciones difíciles. Tiene poco que ver con el esposo o esposa.

Mito 8. Si él o ella dejara de consumir pornografía, nuestra vida volvería a lo que solía ser.

Muchos esposos o esposas entienden la recuperación como simplemente dejar la pornografía y volver a donde estaban sus vidas antes de que se descubriese el problema. Sin embargo, lo más frecuente es que el consumo de pornografía sea anterior al matrimonio.

El consumo de pornografía suele empezar en la infancia o adolescencia. En todo matrimonio, ambos esposos tienen que ser tipos sanos para tener una relación sana. Si uno de ellos o los dos se casan no siendo sanos, no pueden tener un matrimonio sano. Así, si el que consume pornografía era adicto antes de comenzar la relación, nunca fue alguien sano con quien empezar. Tener un matrimonio sano no significa volver a cómo solían ser las cosas. Significa forjar una nueva y saludable relación conyugal. Aunque esto puede resultar laborioso, ¡también puede ser excitante que la pareja trabaje al unísono para crear el matrimonio que siempre quisieron ser!

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Publicado primero en Religión en Libertad.

LA GRACIA del Domingo 7 de Octubre de 2018

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Al atacar el matrimonio como Dios lo pensó estamos en guerra contra la naturaleza y contra Él mismo. Descubre en la belleza qué hay en el hombre y la mujer la bondad y la hermosura divina.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA en redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios. Tu donación hace fuerte la evangelización católica. ¡Dona ahora!]

Para casarse, mejor no esperar mucho

“Los millennials, esa generación que llegó a la mayoría de edad en los albores del siglo XXI, esperan más que sus antecesores para tomar la decisión de ponerse el anillo de bodas. Si entre los jóvenes de antes pasaba una media de cinco años entre el momento de conocerse y el de casarse, las parejas de 25-34 años se demoran seis años y medio…”

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El poder profético de la “Humanae vitae”

“Resulta especialmente pertinente centrarse en “la realidad” hoy, cuando conmemoramos el 50 aniversario de una de las más famosas –y más desacreditadas– encíclicas de la historia de la Iglesia. Hace diez años, con motivo de su 40 aniversario, First Things publicó un ensayo mío titulado “Vindicación de la Humanae vitae”. Allí, haciéndome eco de datos de distintas procedencias –la sociología, la psicología, la historia, la literatura feminista actual–, decía: “Al cabo de cuatro décadas, se han confirmado empíricamente las predicciones de la encíclica, y además como pocas predicciones se han confirmado: de una manera que sus autores no podían haber previsto, con datos que no se conocían cuando se escribió el documento, por investigadores y especialistas que no tenían interés en su contenido, en ocasiones sin percatarse de ello y, también, por muchos que se declaraban contrarios a la Iglesia”…”

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La intimidad conyugal y la renovación del sacramento del matrimonio

Buen día Fray Nelson: ¿Qué significa la siguiente expresión que le he escuchado en alguna de sus predicaciones: “Cada vez que los esposos se demuestran amor, se dan nuevamente el sacramento del matrimonio”? Agradezco su contestación. Que Dios lo bendiga y lo guarde por todo el bien que hace a la iglesia. — O.O.

* * *

La expresión tiene algo de metafórico porque, por supuesto, el sacramento del matrimonio ya está completo después de que se celebra el mismo sacramento y se consuma.

Pero la frase tiene sentido si recordamos que los contrayentes son los mismos ministros de este sacramento. El diácono o sacerdote que está presente es un testigo cualificado de parte de la Iglesia, pero no es propiamente “ministro.”

Y si los ministros que precisamente “ad-ministran” este sacramento bello son los mismos esposos, y si el propósito del sacramento está de modo muy importante relacionado con el crecimiento en la gracia de cada uno de ellos, y si ese crecimiento sucede, no por fuera del camino de amor y apoyo que es propio de la vida conyugal, sino como parte de esa vida, que incluye esencialmente su afecto y donación mutua, uno ve que el sacramento se “renueva” en el amor que se dan, cuando se aman en Dios y según Dios.

Por eso la ternura de los esposos, cuando es en Dios y según Dios, y cada expresión de su apoyo, escucha, paciencia y amor, es parte de la vida sacramental que les ha unido. Por supuesto esto no excluye pero tampoco se limita a la intimidad propia de su vida conyugal.