Ultimo despojamiento y muerte de San Junípero Serra

Mediado el año, recibió fray Junípero una noticia muy dura. El obispo fray Antonio de los Reyes pensaba ahora entregar a los dominicos las misiones de la alta California, aquellas fundaciones que habían costado a los franciscanos trabajo y sangre durante años.

Fray Junípero estimó injusta e inconveniente la medida, y así lo manifestó con todo respeto; sin embargo, si era preciso beber cáliz tan amargo, la obediencia era en él una actitud absoluta, incondicional: «Así se hará con el favor de Dios, por mi parte, y procuraré lo hagan todos». En todo caso, sea cual fuera la solución final, las misiones debían seguir siendo atendidas con la mayor solicitud: «aunque sepan cierto que nos han de echar… y mientras hacemos la cosa, hagámosla bien».

Fray Junípero, en este tiempo, seguía en Monterrey su vida misionera con los indios, con una alegría y dedicación que hacían suponer, como pensó Palou al visitarle, una salud mejorada. Pero un soldado que conocía al padre hacía años le hizo pensar de otro modo: «Padre, no hay que fiar; él está malo. Este santo Padre, en hablar de rezar y cantar, siempre está bueno, pero se va acabando». El 22 de agosto el San Carlos ancló en el puerto, y su cirujano se apresuró a visitar al padre Serra, que le dejó aplicar sus remedios, sin hacer mayor caso de ellos ni quejarse.

El 26 pidió que todo el día le dejasen a solas en recogimiento, y por la noche repitió su confesión general. El 27 todavía rezó el Oficio Divino, y para recibir el viático, no quiso permitir que Jesús viniera a él, sino que insistió en ir él a su encuentro. Sostenido por los suyos, se llegó como pudo a la iglesia, y allí cantó el Tantum ergo como si estuviera sano, y recibió al Señor de manos del padre Palou, retirándose después todo el día en oración silenciosa. Por la noche, recibió la unción de los enfermos, sentado en una silla de cañas, de las que hacían los indios, y rezó con sus frailes los salmos penitenciales y las Letanías de los santos. En estos días últimos, fray Junípero mantenía siempre entre sus manos una cruz de madera, de un tercio de vara, la que había llevado siempre consigo en sus viajes misionales. Como Cristo, quiso pasar de esta vida a la otra agarrado a la cruz.

El día 28, después de prometer al padre Palou que si Dios, por su misericordia, le concedía llegar al cielo, desde él había de pedir mucho por los religiosos y los indios que dejaba en las misiones, quedó tranquilo, pero poco después le pidió que rociase la celda con agua bendita: «Mucho miedo me ha entrado, mucho miedo tengo, léame la recomendación del alma, y que sea en alta voz, que yo la oiga». Sentado en la silla de cañas, él fue contestando con toda devoción la oración que rezaban el padre Palou, fray Matías Noriega, el cirujano y la oficialidad del San Carlos.

Al final dijo: «Gracias a Dios, gracias a Dios, ya se me quitó totalmente el miedo; gracias a Dios ya no hay miedo, y así vamos fuera». Salieron todos, volvió él a su libro de rezos, tomó una taza de caldo, y al mediodía, después de decirle al padre Palou: «Y ahora vamos a descansar», se retiró a su celda, y vestido con su sayal franciscano, se tumbó sobre las tablas de su catre, cubriéndose con una manta, abrazado a su cruz. Así se durmió en el Señor.

Fray Junípero Serra, a los setenta años y nueve meses de edad, después de casi cincuenta y cuatro años de franciscano, y treinta y cinco años de misionero, habiendo fundado nueve misiones, bautizado más de siete mil indios, y viajado unos nueve mil kilómetros, muchísimos de ellos a pie, consumó santamente la ofrenda de su vida en Monterrey, con toda humildad. Sus pobres sandalias gastadas, el cilicio de cerdas que solía usar, su escasa ropa, que fue partida en trozos, todo fue distribuído estimándolo como reliquias de un santo, aunque el padre Palou recurrió al truco de decir que aquello era «escapulario y cordón de Nuestro Padre San Francisco».

En los funerales solemnes, mientras las campanas sonaban tristemente, un cañón del buque disparaba cada media hora una salva en su honor, y el cañón del fuerte contestaba con otra. Los religiosos de las misiones vecinas, todos los españoles y unos seiscientos indios, asistían emocionados a la despedida de un santo fraile que en su palabra y en su vida les había manifestado a Jesucristo.

En 1948 se inició en Monterrey el proceso para la beatificación de fray Junípero, declarado venerable en 1958, y beatificado por Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.

Y la historia sigue

Tras la muerte de fray Junípero Serra, la historia de las misiones por él fundadas está marcada por la evolución general de los acontecimientos políticos. La implantación progresiva de la revolución liberal en la mayoría de las naciones cristianas europeas, con las consiguientes persecuciones religiosas, afecta también a América, e incluso de un modo especial, pues las mismas contiendas de la Independencia, a pesar del indiscutible sentimiento católico de la inmensa mayoría de la población, radicalizan aún más la hostilidad antirreligiosa propia del liberalismo.

En México, concretamente, un gobierno liberal de fuerte connotación masónica decreta en 1827 la expulsión de todos los religiosos. Y el 2 de febrero 1848, tras una guerra lamentable, llena de complicidades políticas, México cede a los Estados Unidos por el Tratado de Guadalupe Hidalgo una enorme parte de su territorio nacional, la alta California, Nuevo México y Texas, vastas regiones en las que la presencia hispano-mexicana se había afirmado casi exclusivamente por las fundaciones misionales.

Por cierto que, unos días antes, el 29 de enero, en las ruinas del Desierto de los Leones, el general Scott y sus oficiales victoriosos fueron agasajados por un grupo del Ayuntamiento de México, encabezados por el alcalde, un liberal notorio. Estos patriotas pidieron a los norteamericanos que «no salieran de México sin destruir antes «la influencia del clero y del ejército», y aun hubo quien habló de la anexión nacional a los Estados Unidos» (Alvear Acevedo 258-259)…

El descubrimiento posterior del oro en Sierra Nevada, atrajo una avalancha de aventureros e inmigrantes, que acabó prácticamente con lo poco que quedaba de las misiones, deshaciendo cuanto se había hecho por la población indígena. Los indios, los que no fueron exterminados, se dispersaron y regresaron a su estado primitivo. Y California, concretamente, entró a formar parte en 1850 de los Estados Unidos de América.

Un siglo después de esas fechas, en estos últimos decenios, se produjo en los Estados Unidos una revalorización del legado hispánico, y se restauraron con gran cuidado aquellas históricas misiones franciscanas que, desde su humildad evangélica, dieron origen en la Costa Oeste a grandes ciudades, que hoy están en la vanguardia mundial tanto en técnica y riqueza, como en algunos vicios.

Pero la historia sigue, y «Dios reina sobre las naciones» (Sal 46,9). A pesar de la radical política laicista de los gobiernos de México, casi continua hasta hoy desde los tiempos de Juárez (1857-1872), nunca los hombres han podido desarraigar la fe que Dios allí sembró por los misioneros. Por el contrario, si hoy la fe tiene en México tanta vitalidad y pujanza es porque muchas generaciones, resistiendo tan prolongada persecución, la han afirmado en su vida, y también han sabido morir por ella, al grito de ¡Viva Cristo Rey!


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Espiritualidad y generosidad de fray Junípero Serra

Un hombre de oración

En medio de tantos trabajos, dificultades y sufrimientos, fray Junípero mantuvo siempre su corazón tranquilo y confiado, centrado en Dios, en su Providencia amorosa. Nunca se desanimaba, por grandes que fueran las adversidades: «No será la voluntad de Dios todavía, comentaba, no estará de sazón la mies. Dios dispondrá lo que fuere de su agrado».

Este santo fraile mantuvo siempre su corazón firme y en paz porque permació en una oración continua y porque se entregó asiduamente a la oración. Lorenzo Galmés escribe: «Testigos fidedignos aseguran que muchas noches su descanso fue la vigilia y la oración. Era menester ganar ante Dios, impetrando su ayuda, lo que no alcanzaban a ganar las fuerzas humanas. Robaba a la noche las horas que a él le había robado el día, y que estaban consagradas a Dios en exclusiva. Muchos testimoniaron también de sus públicas penitencias, como golpearse el pecho con un duro pedrusco para suscitar la contrición; aplicarse duras y sangrientas disciplinas para hacer resaltar el castigo que se merece a causa de los pecados» (246).

La cruz que purifica y salva

El padre Serra, en efecto, llevó siempre una vida sumamente penitente. Vestido con el tosco sayal franciscano, calzado con sandalias de cuero crudo, como las de los indios, sometido, como sus hermanos religiosos, a una dieta sumamente austera -exigida, por otra parte, por las duras condiciones del lugar-, con la salud casi siempre mala, arrastrando su pierna enferma por caminos interminables, aplicándose cilicios y sangrientas disciplinas, se abrazó toda su vida al Crucificado, y en las horas nocturnas de oración encontró siempre su alegría y su fuerza inagotable.

Pero sus mayores sufrimientos procedieron del ardor de su celo apostólico, al tener que soportar en su trabajo misionero interminables dificultades, estúpidamente creadas por una autoridad civil pretendidamente liberal y progresista. En una ocasión le confesó al padre Palou: «Muchas veces he recelado me acabasen la vida las pesadumbres».

Enfermo confirma

El padre Junípero Serra, en realidad, estuvo enfermo toda su vida, pero nunca prestó a su salud sino una atención mínima, la suficiente para seguir sirviendo a Cristo en sus hermanos. En 1783, ya con setenta años, estaba tan agotado por el asma, el dolor intenso en el pecho, y la hinchazón de la pierna llagada, que apenas podía consigo mismo.

Sin embargo, como en julio de 1784 cesaba su licencia para confirmar, hizo un esfuerzo supremo para administrar el sacramento de la confirmación al mayor número posible de indios neófitos. Cuando visitó San Gabriel, pensaron que ya se moría, pero aún pudo seguir a San Buenaventura, su querida fundación recién nacida. En ésta, su alegría fue tan grande, que pareció cobrar nuevas fuerzas. Los indios acostumbraban poner las manos sobre los hombros de fray Junípero, al que llamaban «el Padre Viejo», y éste correspondía poniéndoles su mano con cariño sobre la cabeza.

Hizo visita pastoral a San Luis y San Antonio y, a comienzos de 1784, regresó a su centro habitual, San Carlos de Monterrey. Aquí pasó la cuaresma, sin ahorrarse los trabajos pastorales y ascéticos en él habituales, y a últimos de abril salió hacia el norte, a San Francisco, donde le recibió su gran amigo el padre Palou. Y llegó todavía a Santa Clara, donde, tras unos días de absoluto retiro, hizo con el padre Palou confesión general de todos los pecados de su vida. Cuando regresó a Monterrey, terminadas ya sus licencias para confirmar, había confirmado 5.307 neófitos en sus misiones californianas.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Orígenes cristianos y católicos de la ciudad de San Francisco

Los santos preferidos de fray Junípero eran sin duda San Francisco y Santa Clara. Y así, cuando al comenzar sus aventuras californianas, hacía planes con su amigo el Visitador Gálvez, en una ocasión le dijo: «Señor mío, ¿y para nuestro Padre San Francisco no hay Misión?»…

Él siempre soñó con dedicar a sus amados San Francisco y Santa Clara de Asís unas misiones hermosas, dignas de ellos. Por eso su alegría fue inmensa cuando, en 1774, después de hartas gestiones suyas, llegó la ansiada autorización del Virrey Bucarelli, que destinaba en principio treinta soldados, con sus familias, para la fundación de San Francisco.

El sitio y el nombre ya estaban elegidos hacía tiempo, a unos 250 kilómetros al norte de Monterrey, en una inmensa bahía capaz de albergar varias escuadras. A mediados de 1776, la expedición enviada, a la que estaban asignados los padres Palou y Cambón, plantó quince tiendas cerca de la bahía, y poco después fue construyendo la iglesia y los edificaciones fundamentales.

Finalmente, el 17 de setiembre fue el día en que se inauguró el humilde núcleo de la que iba a ser una de las ciudades más grandes del mundo. Se siguió el rito acostumbrado: alzamiento de la cruz, Te Deum, misa, acta correspondiente -«nada sin el escribano», parecía ser el lema de España en América-, aclamaciones, vítores y ondear de banderas, disparo de mosquetones, y también salvas desde los cañones del San Carlos, fondeado en el puerto… Los indios, a todo esto, permanecieron ausentes, cosa rara en ellos, pues solían gustar mucho de estos alardes. Y la razón era que acababan de sufrir un ataque de los indios solsona.

Pero no tardó mucho aquella misión en tener su floreciente núcleo de catecúmenos y bautizados. Cuando fray Junípero pudo celebrar en aquella misión la misa de San Francisco de Asís, el 4 de octubre, tenía el corazón encendido y alegre, y decía con entusiasmo: «Esta procesión de Misiones está muy trunca; es preciso que sea vistosa a Dios y a los hombres, que corra seguida; ya tengo pedida la fundación de tres en el canal de Santa Bárbara. Ayúdenme a pedir a Dios se consiga, y después trabajaremos para llenar los otros huecos».

En efecto, como «el Señor está cerca de los que le invocan sinceramente» (Sal 145,18), en la misma bahía inmensa de San Francisco nacían en 1777 la misión de Santa Clara de Asís, y junto a ella, la de un pueblo de españoles, que se llamó San José de Guadalupe.

En ese año, Monterrey se convirtió en capital de California, y sede del nuevo Gobernador, don Felipe de Neve. Así sería posible controlar más de cerca la actividad misionera del padre Serra… Y en 1779 las dos Californias quedaron sustraídas del Virreinato de Nueva España, y puestas bajo un Comandante o Gobernador General, don Teodoro de Croix, con residencia en Sonora. El Virrey tuvo la delicadeza de informarle de lo que el padre Serra significaba en aquellas regiones, y el Gobernador General le escribió a éste: «Hallará en mí cuanto pueda desear para la propagación de la fe y gloria de la religión». Pero eran solo palabras.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Primer martirio en la misión de California

Regresando desde México hasta la alta California, tuvo ocasión fray Junípero de ir visitando todas las misiones hasta entonces fundadas en la península, esforzándose sobre todo en dar ánimo a los religiosos, abatidos a veces por el trabajo y por las grandes dificultades que hallaban frecuentemente, tanto entre los indios como entre los españoles. Llegado a San Diego, supo que, a causa de los informes suyos, don Pedro Fagés había sido sustituido por el comandante Fernando de Rivera y Moncada.

Esto daba a fray Junípero una cierta pena, y por eso le escribe a Bucarelli: «Nunca le he querido mal [al comandante Fagés] por la gran bondad de Dios, y puede vuestra Excelencia estar seguro que lo que hube de declarar cerca de su conducta lo hice forzadísimo para que se lograse su remuda». Y añade, queriendo compensarle: «Si lo dicho [de lo realizado en las misiones] es algún mérito en la línea militar, todo por entero lo aplico, lo cedo, y lo renuncio a favor de don Pedro Fagés sin que él sepa nada de esto, ni me haya rogado sobre tal asunto… No sepa el mundo que este inútil religioso ha hecho servicio alguno a la Corona, y repúteselo todo a don Pedro Fagés, como si él propio lo hubiese ejecutado».

Las dificultades, en todo caso, continuaron, pues mientras el sueño de Serra era el establecimiento de nuevas fundaciones, distante una de otra tres días de camino, Rivera y Moncada era cauteloso, se resistía, y no quería dispersar sus pocas fuerzas militares. Así las cosas, dos neófitos indios, al servicio del Maligno, fueron envenenando los ánimos entre los indígenas de las rancherías vecinas a San Diego, se produjo un asalto a la Misión, la incendiaron, mataron al herrero y a un carpintero, y asesinaron a flechazos y golpes de macana al misionero Luis Jaume.

Ante el peligro de desánimo en los religiosos, fray Junípero en seguida los confirmó en la fe y la esperanza: «Gracias a Dios ya se regó aquella tierra; ahora sí se conseguirá la reducción de los dieguinos». Y ante el peligro, mucho más grave, de que la fuerza militar emprendiera campañas de represalia entre los indios, el padre Sierra trató, en carta a Bucarelli, de frenar toda violencia, que tendría consecuencias nefastas para la evangelización:

«Una de las principales cosas que pedí al ilustrísimo Visitador General [Gálvez] en el principio de estas conquistas fue que si los indios, fuesen gentiles, fuesen cristianos, me mataban, se les había de perdonar, y lo mismo pido a vuestra Excelencia y ha sido descuido el no pedirlo más breve». El martirio del padre Jaume era para fray Junípero una gracia muy preciosa. Por eso, sigue en su carta a Bucarelli, «que mientras el misionero viva le guarden y escolten los soldados, como la niñas de los ojos de Dios, es muy justo, y yo no desprecio para mí este favor; pero si ya le mataron, ¿qué vamos a buscar con campañas? Dirán que escarmentarlos, para que no maten a otros. Yo digo que para que no maten a otros, guardarlos mejor de lo que hiciste con el difunto, y al matador dejarle para que se salve, que es el fin de nuestra venida y el título que la justifica. Darle a entender, con algún moderado castigo, que se le perdona, en cumplimiento de nuestra ley, que nos manda perdonar injurias, y procúrese no su muerte, sino su vida eterna».

El indio Carlos, principal causante de la rebelión, que algo sabía del derecho de asilo, en 1776 se refugió en la iglesia del fuerte de San Diego. Y cuando el comandante Rivera, a pesar de los avisos de los misioneros, lo prendió allí, fue excomulgado por éstos, en decisión ratificada por el padre Serra. Sólo fue absuelto de la excomunión, cuando devolvió al indio preso, pero luego los padres hubieron de entregarlo para que fuera juzgado.

La misión de San Diego fue reconstruida, y entre las cenizas del archivo quemado se pudo recuperar el catecismo que el padre Jaume había compuesto para los indios en lengua dieguina. Nada, pues, frenaba el impulso misionero, y en 1776 pudo incluso el padre Serra consolidar la fundación de San Juan Capistrano, iniciada dos años antes, y paralizada por diversas dificultades.

Pero los recelos y malentendidos no cesaban, a pesar de su anterior viaje a México. En efecto, en ese mismo año le llegó del Colegio de San Fernando una humillante patente, en la que se limitaban sus poderes como padre Presidente de las Misiones californianas. Se le prohibía, entre otras cosas, cambiar de destino a un misionero, si éste no lo solicitaba.

La reacción del padre Serra, como siempre, fue inspirada por la más humilde obediencia, no exenta de dolor: «Confieso que [estas letras] me han confundido de manera, viendo cuán lejos estoy de lo que debería ser, que me he sentido muy inclinado a solicitar que por indigno me retiren de tan angelical empleo; pero no lo hago, porque considero mejor remedio el procurar, con el favor de Dios, la enmienda, y dejarme todo a las disposiciones de la divina Providencia y de la obediencia».

Esta humilde y crucificada docilidad pudo salvar no pocos bienes, e impedir mayores males, de modo que años después fueron revocadas algunas de aquellas imprudentes normas.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Relato sobre los comienzos de la misión en San Diego, California

Fundador de misiones, de futuras ciudades

El 1 de julio de 1769, fray Junípero y los suyos llegaron por fin al puerto de San Diego. Allí encontraron los dos navíos de la expedición marítima. En uno de ellos, el escorbuto había matado a toda la tripulación, menos a dos hombres. Fray Junípero, a pesar de la terrible desgracia, y a pesar de la fatiga inmensa del camino, ante la inminencia de fundar misión allí, se sentía con ánimos redoblados.

La tierra es buena y con muchas aguas: «En cuanto a mí, la caminata ha sido verdaderamente feliz y sin especial quebranto ni novedad en la salud. Salí de la frontera malísimo de pie y pierna, pero obró Dios y cada día me fui aliviando y siguiendo mis jornadas como si tal mal no tuviera. Al presente, el pie queda todo limpio como el otro; pero desde los tobillos hasta media pierna está como antes estaba el pie, hecho una llaga, pero sin hinchazón ni más dolor que la comezón que da a ratos; en fin, no es cosa de cuidado».

El 16 de julio, con una solemne eucaristía, nace la misión de San Diego. En torno a una plaza cuadrada, construyeron la iglesia y los edificios básicos, depósitos, talleres, cuartelillo para los soldados; se alzó una gran cruz, se colgaron las campanas, y se rodeó todo con una valla alta. El desconocimiento de la lengua indígena hacía difícil el trato con los indios. A mediados de agosto, atacaron los indios la misión, y hubo muertos por ambos lados. Días después los indios se acercaron para ser curados…

A los comienzos, sobre todo por falta de bastimentos, parecía imposible continuar allí, pero fray Junípero y sus compañeros se agarraban al lugar con tenacidad indecible: «Mientras haya salud, una tortilla y hierbas del campo, ¿qué más nos queremos?». Tiempo después llegó a tener la misión más de mil indios bautizados.

A fines de mayo de 1770, una expedición por tierra y otra por vía marítima, en la que iba fray Junípero, descubrieron por fin con gran alegría la bahía de Monterrey. El 3 de junio, con la custodia del teniente Pedro Fagés y 19 soldados, se fundó la misión de San Carlos de Monterrey, de la cual fray Junípero fue el alma durante catorce años, haciendo de ella el centro de su actividad misionera. Durante todos esos años, el brazo derecho de fray Junípero en San Carlos fue el padre fray Juan Crespí, que allí trabajó hasta que murió, en 1782. En los tres primeros años, aquella misión ya tuvo 165 bautizados, y al morir el padre Serra, eran 1.014.

La fundación de San Carlos fue seguida inmediatamente, bajo el impulso de fray Junípero, por la de otras misiones, como San Antonio de Padua, San Gabriel, San Luis Obispo. Al sembrar aquellas mínimas semillas de población cristiana, el padre Sierra se veía poseído de un loco entusiasmo, como si previera que estaban destinadas a ser grandiosas ciudades.

Al fundar, por ejemplo, San Antonio, en 1771, apenas levantadas unas chozas, alzada la cruz y colgada la campana de un árbol, fray Junípero no se cansaba de repicar la campana con todas sus fuerzas: «¡Ea, gentiles, venid, venid a la santa Iglesia; venid a recibir la fe de Jesucristo!». Ausentes los indios, aunque quizá ocultos y atentos, un fraile le decía que no se cansase con tanto grito y repicar inútil. A lo que fray Junípero le contestó: «Déjeme, Padre, explayar el corazón, que quisiera que esta campana se oyese por todo el mundo, o que a lo menos la oyese toda la gentilidad que vive en esta Sierra».

Con estas acciones misioneras, precariamente asistidas por la administración del Virrey, sobre la base de tres centros principales, Vellicatá, San Diego y Monterrey, se había extendido el Evangelio y el dominio de la Corona en más de mil doscientos kilómetros de la costa del Pacífico.

Tenía, pues, el Virrey muchas razones para publicar entonces, vibrante de entusiasmo, una solemne y piadosa crónica, en la que celebraba unos hechos que «acreditan la especial providencia con que Dios se ha dignado favorecer el buen éxito de estas expediciones en premio, sin duda, del ardiente celo de nuestro Augusto Soberano, cuya piedad incomparable reconoce como primera obligación de su Corona Real en estos vastos Dominios, la extensión de la Fe de Jesucristo y la felicidad de los mismos Gentiles que gimen sin conocimiento de ella en la tirada esclavitud del enemigo común».

A comienzos de 1771, para asistir las nuevas misiones y establecer otras, fueron asignados veinte franciscanos a la baja California, a las órdenes de Palou, y diez a la alta California, bajo la guía del padre Serra.

Viaje a la Corte Virreinal

Sin embargo, a pesar de los éxitos iniciales de estas empresas misioneras, se presentó en seguida un cúmulo de contradicciones y problemas. En 1770, fray Rafael Verger, mallorquín, fue elegido guardián del Colegio misionero de San Fernando. El padre Serra, en una carta, se puso inmediatamente a sus órdenes: «Mándeme lo que fuera de su agrado como a un súbdito (aunque el más imperfecto) el más deseoso de obedecer puntualmente hasta sus más leves indicaciones».

El nuevo Guardián de San Fernando, que veía con cierto recelo el desarrollo de las misiones californianas, le comunicó a fray Junípero que, aun reconociendo la formidable labor que había realizado tanto en Sierra Gorda como ahora en California, «no obstante, es preciso moderar algo su ardiente celo». A su juicio, le escribe, «esta empresa va sin fundamento, y sin aquella madurez que siempre se ha observado y debe observarse en negocios de esta calidad… Fúndense muy enhorabuena las Misiones; pero sea como se debe, de modo que se verifique lo que significa el verbo fundar, que no es pintar perspectivas».

El palmetazo era evidente. Pero aún hubo más. A petición del obispo de Sonora y California, fray Antonio de los Reyes -antiguo franciscano del Colegio de Querétaro-, los franciscanos hubieron de ceder en 1773 a los dominicos todas las misiones de la baja California, aquellas que el padre Serra había dejado al cuidado del padre Palou. Nueve de ellos, y el padre Palou, pasaron a misionar en la parte alta.

Por estas fechas, el entusiasmo primero por las misiones californianas, y también el apoyo de la administración virreinal, parecían haberse debilitado considerablemente. El comandante Fagés se resistía a dar los medios para nuevas fundaciones, e incluso recriminaba a los franciscanos -quizá por temor a que exigieran más alimentos- que estaban bautizando demasiados indios. Y en fin, el nuevo Virrey, Antonio María Bucarelli y Ursúa, hizo llegar a fray Junípero y a sus frailes una grave amonestación, urgiéndoles «a que todos cumplan y obedezcan sus órdenes»…

Con todo esto, Fray Junípero se vio obligado a viajar a México para reafirmar los apoyos de las misiones de California. Extenuado, tras un viaje tan largo, llegó a la capital en febrero de 1773, y se alojó en su convento de San Fernando, sujetándose en seguida a todas las normas de la vida comunitaria. El padre Serra consiguió entonces del Virrey, en primer lugar, que no se llevase adelante el plan de despoblar San Blas, cuyo puerto era vital para el sostenimiento de las misiones de California. En seguida, le informó de la situación real de las misiones ya fundadas: San Carlos de Monterrey, San Antonio, San Luis, San Gabriel de los Temblores, San Diego:

«Todas tienen sus estacadas, sus pobres edificios, sus principios de siembra, todo poco, y este poco hecho con buenos trabajos». Y añade en su informe: «Las misiones están tiernas, y poco medradas, ya por nuevas, ya por falta de medios, y ya porque no se ha dado o intentado dar paso adelante, sin muchas contradicciones y estorbos. Pero, sin que me lleve pasión alguna, bien puedo asegurar a Vuestra Excelencia, que por parte de los religiosos, así en lo temporal como en lo espiritual, no se ha perdido el tiempo, y que lo poco que hay hecho a cualquiera que supiese o sepa el cómo, le parecerá con razón, bien mucho. El cómo han trabajado y trabajan todos, lo sabe Dios, y esto nos basta».

Añade también el padre Serra algunas quejas contra aquel acompañamiento tan necesario como peligroso, la soldadesca, muchas veces «ociosa, aburrida, mal avenida, mandada por un cabo inútil a quien no tenían respeto ni obediencia, en extremo desvergonzada para los religiosos», y en ocasiones más empeñada en la caza de indias o en abusar de los indios, que en ayudar de verdad los esfuerzos evangelizadores y pobladores de los misioneros. Fray Junípero no quiere que «dijesen que por mi causa quedan las misiones sin defensa», pero propone una asistencia militar mínima: «no apetezco muchos soldados», sino solo unos pocos, bien elegidos.

Estos siete meses de fray Junípero en la Corte virreinal dieron grandes frutos. Bucarelli quedó impresionado por el celo misionero de aquel fraile, que había llegado a visitarle «casi moribundo», y que no pensaba sino en volver a su tarea misionera. Y a la luz de esta informaciones verdaderas, no sólo confirmó lo ya hecho, sino que autorizó la fundación de nuevas misiones en San Francisco y en el canal de Santa Bárbara -que hoy son ciudades enormes-.

Por otra parte, también los franciscanos de México quedaron impresionados por la santidad y el celo misionero de fray Junípero, como se refleja en un relato de 1773: «Es el Padre Presidente Junípero Serra, religioso observante, hombre de ancianidad muy venerable [tenía entonces 60 años], ex catedrático de Prima de la Universidad de Palma que, después de veinticuatro años que es misionero en este Colegio [misionero de San Fernando], nunca ha perdonado ningunos trabajos para la conversión de los fieles e infieles, y que en medio de su larga y trabajada edad tiene las propiedades de un león, que sólo a la calentura se rinde, y que ni los achaques habituales que padece, especialmente de pecho, y sufocación, ni llagas en las piernas, han podido detenerle jamás un punto de sus tareas apostólicas. La temporada que ha estado aquí nos ha pasmado, pues habiendo estado muy malo nunca ha dejado de venir al coro de día y de noche, menos cuando ha tenido la calentura; y tan breve lo hemos visto muerto como resucitado; y si algún tiempo ha atendido a la necesidad de su cuerpo en la enfermería ha sido mandado de la obediencia».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Primer evangelizador de California: San Junípero Serra

Presidente de las misiones californianas

Como ya vimos, al ser expulsados los jesuitas en 1767, los franciscanos les sustituyeron en varias misiones. Fue así como, en 1768, los franciscanos entraron en California para ocuparse de las misiones abandonadas por la Compañía. Don José Gálvez, llegado a México en 1765 como Visitador General, fue el encargado de dirigir políticamente esta delicada transición.

Con el acuerdo del Virrey, del Visitador General y del Comisario misional franciscano, unos 45 religiosos, procedentes de los Colegios Misionales de México y Querétaro, y de la Provincia de Jalisco, formaron una expedición con destino a California. Confiados a la presidencia del padre Junípero Serra, que tenía entonces 54 años, se reunieron a fines de 1767 en Tepic. En tanto llegaba el momento de embarcarse, misionaron entre todos aquellas tierras de Nayarit, y las vecinas de Jalisco, San José, Mazatán, San Pedro y Guaynamotas, y cuando por fin hubo barco, partieron del puerto de San Blas en marzo de 1768. Y tras dos semanas de navegación, desembarcaron en Loreto, el centro de las antiguas misiones de los jesuitas.

En aquella misión, con fray Fernando Parrón, fijó fray Junípero su residencia, o mejor, el centro de sus frecuentes viajes, en tanto que todos los religiosos se dirigían a ocupar las diversas misiones. Meses después Gálvez, que había nombrado a Gaspar de Portolá gobernador de la baja California, llegó a Santa Ana, en el extremo sur de la península, a más de 500 kilómetros al sur de Loreto, y allí tuvo un importante encuentro con fray Junípero.

Pronto surgió una amistad profunda entre estos dos hombres, que habían de ser protagonistas de la formación histórica de la alta California. Ambos estimaron que lo más urgente era fundar misión y fuerte en el puerto de San Diego, y también más arriba, en la bahía de Monterrey, para iniciar desde esas bases la población y la evangelización de California.

Para ello se organizaron cuatro expediciones, incluyendo en todas ellas soldados y frailes. Dos irían por mar, cargando en dos buques ganados y semillas, aperos y suministros, y otras dos por tierra. El objetivo de todo este gran empeño venía expresado claramente en las Instrucciones de Gálvez al Gobernador: «el extender la religión entre los gentiles que habitan el norte de este Península por el medio pacífico de establecer misiones que hagan la conquista espiritual» y el de «introducir la dominación del Rey nuestro Señor».

Larga marcha hacia el norte

Por tierra, desde Loreto, partió fray Junípero a fines de marzo. El estado de las misiones jesuíticas era deplorable. Cada una había quedado al cuidado de un soldado, que en bastantes casos más que evitar los saqueos, los había controlado en provecho propio. En muchas los indios no trabajaban, ni acudían a la doctrina, y en otras se habían marchado. En marzo, desde Loreto, el padre Serra emprendió viaje hacia las misiones del norte. El soldado «comisionado», groseramente, le asignó una mula vieja, ninguna ropa y escasos víveres.

Llegó Serra primero a la misión de San Francisco Javier de Viaundó, y el padre Palou, que allí estaba, viendo el estado lastimoso de su pierna, no quería dejarle seguir, pero no pudo retenerle. Visitó también detenidamente San José de Comondu, La Purísima -donde los indios bailaron en su honor-, Guadalupe, San Miguel -allí tuvieron la gentileza de cederle un muchacho indio ladino, que sabía leer y ayudar a misa-, Santa Rosalía de Mulegé, San Ignacio, Santa Gertrudis, San Francisco de Borja y Santa María de los Angeles, donde se encontró con el Gobernador Puértolas.

Con éste siguió adelante el padre Serra, y en un lugar favorable, fundó su primera misión californiana, la de San Fernando de Vellicatá. El 14 de mayo, en presencia del Gobernador, se alzó la cruz, se colgó la campana y se construyó en una choza una iglesita. El Veni Creator y las salvas que los soldados hicieron, solemnizaron, como se pudo, el acto. Fray Junípero se emocionaba viendo al pequeño grupo de indios que se habían acercado, y escribe:

«Alabé al Señor, besé la tierra, dando a Su Majestad gracias de que, después de tantos años de desearlos, me concedía ya verme entre ellos en su tierra. Salí prontamente y me vi con doce de ellos, todos varones, enterísimamente desnudos. A todos uno por uno puse ambas manos sobre sus cabezas en señal de cariño, les llené ambas manos de higos pasos… Con el intérprete les hice saber que ya en aquel propio lugar se quedaba padre de pie que era el que allí veían, y se llamaba Padre Miguel».

Un mes después, ya lejos de allí, supo que más de cuarenta de ellos habían pedido el Bautismo.

El incesante caminar de un cojo

Como ya vimos, permitió el Señor que el beato fray Junípero, lo mismo que San Luis Beltrán, quedase cojo precisamente al ir a misiones. Y su dolencia se agravaba y manifestaba, como es natural, en los viajes más arduos y largos. En esta ocasión, el Gobernador le dijo: «Padre Presidente, ya ve vuestra reverencia cómo se halla incapaz de seguir con la expedición», y propuso que le dejasen reposar en la primera misión. Fray Junípero le contestó: «No hable vuestra merced de eso, porque yo confío en Dios; me ha de dar fuerzas para llegar a San Diego, y en caso de no convenir, me conformo con su santísima voluntad. Aunque me muera en el camino, no vuelvo atrás, a bien que me enterrarán, y quedaré gustoso entre los gentiles, si es la voluntad de Dios».

El padre Serra debió sentirse atormentado no sólo por los dolores de su pierna llagada, sino más aún por sus dudas interiores. Se preguntaría: «¿Cómo el Señor me manda a tan grandes viajes misioneros y me deja tan herido con el mal de mi pierna?». Su ímpetu misionero se veía siempre frenado por su miseria física…

Un día, no sin encomendarse primero a Dios, tomó discretamente aparte al arriero de la expedición, Juan Antonio Coronel. «Hijo, ¿no sabrías hacerme un remedio para la llaga de mi pie y pierna?». El pobre arriero quedó desconcertado: «Yo sólo he curado las mataduras de las bestias». Pronto contestó fray Junípero tan lógica objeción: «Pues hijo, haz cuenta de que yo soy una bestia y que esta llaga es una matadura de que ha resultado el hinchazón de la pierna y los dolores tan grandes que siento, que no me dejan parar ni dormir; y hazme el mismo medicamento que aplicarías a una bestia». Así lo hizo el arriero con unas hierbas y un emplasto, y, siendo obra sobrenatural de Dios o natural de las hierbas, o lo uno y lo otro, el caso es que se vió notablemente aliviado.

Durante estos viajes de misión en misión, con frecuencia eran acompañados a distancia por indios ocultos, que a veces se acercaban en son de paz, e intercambiaban regalos, o que otras veces se aproximaban hostiles, haciendo gestos amenazadores, y dando a entender, sin lugar a dudas, que no debían seguir adelante un paso más. En ocasiones, los indios habían de ser dispersados por los soldados con las embestidas de los caballos y disparos al aire, sin que fuera necesaria mayor violencia.

Cuenta el padre Sierra que en una ocasión, unos indios pacíficos estuvieron con ellos, dejando sus armas en el suelo, y «nos empezaron a explicar una por una el uso de ellas en sus batallas. Hacían todos los papeles así del heridor, como del herido, tan al vivo, y con tanta gracia, que tuvimos un bello rato de recreación. Hasta aquí no había mujer alguna entre ellos, ni yo las había visto de las gentiles, y deseaba por ahora no verlas; cuando entre estas fiestas se aparecieron dos, hablando tan tupida y eficazmente como sabe y suele hacerlo este sexo, y cuando las vi tan honestamente cubiertas, no me pesó de su llegada».

El corazón franciscano de fray Junípero, por entre aquellos caminos que atravesaban panoramas formidables, se dilataba de entusiasmo y de amor al Creador. Abriendo caminos nuevos por aquel mundo nuevo para ellos, nuestro fraile iba poniendo nombres en su Diario a los lugares más atractivos o señalados: Corpus Christi, Alamo solo, San Pedro Regalado, Santa Petronila, San Basilio, San Gervasio…, consignando siempre los sitios más idóneos para la futura fundación de misiones.

El 20 de junio llegaron al mar, a la bahía de Todos los Santos, donde la actual Ensenada. Días después hallaron un grupo de indios joviales y amistosos, en un lugar que él llamó La Ranchería de San Juan. «Su bello talle, porte, afabilidad, alegría, nos ha enamorado a todos», escribe fray Junípero. «Nos han regalado pescado y almejas, nos han bailado a su moda. En fin todos los gentiles me han cuadrado, pero éstos en especial me han robado el corazón. Sólo las mulas les han causado mucho asombro y miedo… Las mujeres van honestamente cubiertas; pero los hombres desnudos como todos. Traen su carcaj en los hombros, en su cabeza los más traen su género de corona, o de piel de nutria, o de otra de pelo fino. Su cabello cortado en forma de peluquín y embarrado de blanco, verdaderamente con aseo. Dios les dé el del alma. Amén».

A los pocos días llegaron a un lugar bellísimo -San Juan de Capistrano, en su mapa personal-, bien cultivado, con parras y árboles grandiosos, y unos indios se acercaron a ellos «como si toda la vida nos hubieran conocido y tratado, de suerte que ya no hay corazón para dejarlos así». Sin embargo, era preciso seguir adelante. «Yo a todos convido para San Diego. Dios nos los llegue allá o les traiga ministros que los encaminen para el cielo en su propia tierra, ya que se les ha concedido feraz y dichosa».

El 26 de junio, en otro encuentro amistoso con indios, en un bello lugar que llamaron San Francisco Solano, cuenta fray Junípero: «Se me sentó en rueda gran número de mujeres y niños, y a una le dio la gana de que le tuviese un rato en mis brazos su niño de pecho, y así lo tuve, con buenas ganas de bautizarlo, hasta que se lo volví. Yo a todos los persigno y santiguo, les hago decir “Jesús y María”, les doy lo que puedo, los acaricio como mejor puedo, y así vamos pasando, ya que por ahora no hay forma de mayor labor».

Estos indios se acercaban muchas veces buscando intercambios. «Comida poco la apetecen, porque están hartos», escribe fray Junípero, «pero por cosa de pañitos o cualquier trapo son capaces de salir de sus casillas y atropellar con todo. Cuando les doy algo de comer, me suelen decir con bien claras señas que aquello no, sino que les dé el santo hábito que me cogen de la manga. Si a todos los que me han propuesta esta su vocación lo hubiera concedido, ya tendría una comunidad grande de gentiles frailes». Otras veces los indios invadían curiosos el campamento, tomando y dejando -no siempre- las diversas cosas, y manifestado especial atracción por los anteojos de fray Junípero.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

De dónde viene el nombre California y cómo empezó a poblarse

Durante casi dos siglos, hasta fines del XVII, la isla o península de California se mantuvo ajena a México, apenas conocida, y desde luego inconquistable. Hernán Cortés fue el descubridor de California, así llamada por primera vez en 1552 por el historiador Francisco López de Gómara, capellán de Cortés.

Dos expediciones organizadas por Cortés, otra conducida por él mismo en 1535, y una cuarta en la que confió el mando a Francisco de Ulloa, sirvieron para descubrir California, pero se mostraron incapaces de poblarla. Aquella era tierra inhabitable (calida fornax, horno ardiente), áspera y estéril, en la que no podían mantenerse los pobladores, que a los meses se veían obligados a regresar a México. El Virrey Mendoza intentó de nuevo su conquista, y después Pedro de Alvarado y Juan Rodríguez Cabrillo. Felipe II, ante el peligro que corría California a causa del pirata Drake, mandó poblar aquella región. Sebastián Vizcaíno fundó entonces el puerto de la Paz, pero en 1596 hubo que desistir de la empresa una vez más. Felipe III da la misma orden, Vizcaíno funda Monterrey, y regresa con las manos vacías en 1603. Años después, en 1615, se da licencia al capitán Juan Iturbi, sin resultados. Ortega, Carboneli y otros fracasaron igualmente en los años siguientes. El impulso que parecía decisivo para poblar California fue conducido, con grandes medios, por el almirante Pedro Portal de Casanate en 1648, pero también sin éxito.

Carlos II, en fin, ordena un nuevo intento, y en 1683 parten dos naves conducidas por al almirante Atondo, y en ellas van el padre Kino y dos jesuitas más. Pero tras año y medio de trabajos y misiones, se ven obligados todos a abandonar California. Fue entonces cuando una junta muy competente reunida en México por el Virrey, después de 20 expediciones marítimas realizadas en casi dos siglos, declaró que California era inconquistable.

California

El padre Baegert, que sirvió 17 años en la misión de San Luis Gonzaga, dice que California «es una extensa roca que emerge del agua, cubierta de inmensos zarzales, y donde no hay praderas, ni montes, ni sombras, ni ríos, ni lluvias» (+Trueba, Ensanchadores 16). En realidad existían en la península de California algunas regiones en las que había tierra cultivable, pero con frecuencia sin agua, y donde había agua, faltaba tierra… Por eso hasta fines del XVII la exploración de California se hacía normalmente en barco, costeando el litoral. Las travesías por tierra a pie o a caballo, con aquel calor ardiente, sin sombras y con grave escasez de agua, resultaban apenas soportables.

Los californios

Los indios californios eran nómadas, dormían sobre el suelo, y casi nunca tres noches en el mismo lugar. Andaban desnudos, las mujeres con una especie de cinturón, y no tenían construcciones. Su alimentación era un prodigio de supervivencia: comían raíces, semillitas que juntaban, algo de pescado o de carne -grillos, orugas, murciélagos, serpientes, ratones, lagartijas, etc.-, e incluso ciertas materias, como maderas tiernas o cuero curtido.

El padre Baegert cuenta que una vez vió cómo un anciano indio ciego despedazaba entre dos piedras un zapato viejo, y comía laboriosamente luego los trozos duros y rasposos del cuero. Echaban al fuego la carne o pescado que conseguían, sacándolo luego y comiéndolo «sin despellejar el ratón, ni destripar la rata, ni lavar los intestinos del ganado».

Más aún, cuenta que en la época de las pitayas, que contienen gran cantidad de pequeñas semillas que el hombre evacúa intactas, los indios juntaban los excrementos, recogían de ellos las semillas, las tostaban y molían, y se las comían. Los españoles apelaban esta operación segunda cosecha o de repaso (Ensanchadores 21). Quizá fue en estos indios en los que se inspiró Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) para elaborar el mito del Buen salvaje y de la idílica vida primitiva, en plena comunión con la naturaleza…

Los californios tenían tantas mujeres como podían, en ocasión tomadas de entre sus propias hijas. No tenían organización política o religiosa, y según fueran guaicuras, pericúes, cochimíes u otros, hablaban diversos idiomas. Eran unos cuarenta mil indios en toda la península, normalmente sucios, torpes y holgazanes.

Siendo así la tierra y siendo así los indios, nada justificaba los gastos y esfuerzos enormes que serían necesarios para poblar y civilizar California, empresa que, por lo demás, se mostraba imposible. Aquella tierra presentaba un rostro tan duro y miserable que sólamente los misioneros cristianos podían buscarla y amarla, pues ellos no buscaban sino la gloria de Dios y el bien temporal y eterno de los indios.

En efecto, los jesuitas, en 1697, entraron allí para servir a Cristo en sus hermanos más pequeños: «Lo que hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Y cuando fueron expulsados en 1767, tenían ya 12.000 indios reunidos en 18 centros misionales.

El padre Juan María Salvatierra (1644-1717)

El apóstol primero y principal de California fue el jesuita Juan María Salvatierra, nacido en Milán, de familia noble, en 1644. Llegó a México a los 30 años de edad, en 1675, con otros miembros de la Compañía. A partir de 1680, hizo durante diez años una gran labor misionera en Chínipas. En 1690 fue nombrado Visitador, y al año siguiente visitó la misiones de Sonora, donde habló de California largamente con el padre Kino. Desde entonces el padre Salvatierra hizo cuanto pudo para que se intentase de nuevo la evangelización de California, y siguiendo una inspiración del venerado misionero padre Zappa, hizo pintar el tránsito de la Casa de la Virgen de Loreto por los aires, con los indios californios en actitud de espera y acogida.

Por fin, en 1697 consiguió Salvatierra licencia real para intentar la evangelización de California, con la condición de no hacer gasto alguno a costa de la Real Hacienda, y de tomar posesión de aquellas tierras en nombre de la Corona. A los misioneros se les concedió como escolta un pequeño número de soldados, que habían de ser mantenidos por la propia misión. El padre Kino, retenido a última hora en la Pimería, no pudo acompañar a Salvatierra, que partió con el padre Francisco María Píccolo, misionero doce años en la Tarahumara.

Señalemos una vez más que en esta misión de California, como en tantas otras, hubo laicos cristianos que con su celo apostólico hicieron posible la empresa, suministrando a fondo perdido los medios económicos necesarios. Alonso Dávalos, conde de Miravalles, y Mateo Fernández de la Cruz, marqués de Buena Vista, juntaron con otros 17.000 pesos. El vecino de Querétaro, don Juan Caballero de Ozio, contribuyó con 20.000; la Congregación de los Dolores, de México, con 10.000; y don Pedro Gil de la Sierpe, tesorero de Acapulco, ofreció una lancha grande y una galeota de transporte (Ensanchadores 28). Más adelante ayudó también el marqués de Villa Puente, «cuyos cofres siempre estaban abiertos para la misiones de California y China» (50).

Después del fracaso de veinte expediciones civiles o militares, a veces muy potentes, la armada del Señor que había de hacer la conquista espiritual de California estaba compuesta por dos jesuitas, cinco soldados con su cabo, y tres indios, de Sinaloa, Sonora y Guadalajara, más treinta vacas, once caballos, diez ovejas y cuatro cerdos -que, por cierto, hubieron éstos de ser sacrificados, pues inspiraban a los indios un terror invencible-.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Misioneros católicos fueron los primeros en descubrir que California es península y no isla

Así fue como en uno de estos viajes el padre Kino divisó desde lo alto de un monte la desembocadura del Colorado, y pudo adivinar que California era península, contra el convencimiento generalizado de que era una isla.

En la cuarta expedición marina organizada por Cortés, en 1539, Francisco de Ulloa navegó hasta el fondo del mar de California, y conoció su condición peninsular, trayendo un mapa exacto, que, por lo demás, sólo en 1770 fue publicado. Más tarde predominó en América y en Europa la idea de que California era una isla. El mismo padre Kino, en efecto, dice: «en la creencia que la California era península y no isla, vine a estas Indias Occidentales». Y añade: es cierto que «algunos de los cosmógrafos antiguos pintaban la California hecha península o istmo… Pero desde que el pirata inglés Francisco Drake navegó por estos mares, divulgó por cosa cierta que este seno y mar califórnico tenía comunicación con el mar del norte, y de vuelta a sus tierras, engañó a toda la Europa, y casi todos los geógrafos de Italia, Alemania y Francia pintaron la California isla» (78-80).

En 1701 el padre Salvatierra, avisado de la feliz noticia, que abría grandes esperanzas para la asistencia de sus misiones californianas, se reunió en Cucurpe con el padre Kino para hacer juntos un viaje que comprobara la posible conexión por tierra entre Sonora y California. Y los dos grandes misioneros hicieron hacia el noroeste una cabalgada histórica, que el mismo Kino refiere:

«Llevó su reverencia [el padre Salvatierra] para la entrada el cuadro de Nuestra Señora de Loreto [patrona de las misiones de California], que nos fue de gran consuelo en todo el camino». Eran días primaverales, y «grandes trechos del camino se hallaban alfombrados con rosas y variadas flores, como si la naturaleza convidara a festejar la Virgen de Loreto, que yo llevaba por las mañanas y el P. Salvatierra por las tardes. Casi todo el día se nos iba en rezar salmos y cantar alabados en español, italiano, pima, latín y aun californio con los seis indios que venían con el Padre». Llegaron en su camino a la misión de Sonoita, en la frontera actual con los Estados Unidos. Finalmente, tras muchos días de viaje, desde lo alto de un monte, «al cual subimos cargando con nosotros el cuadro de Nuestra Señora de Loreto, divisamos patentemente la California» (Aventuras 71-74).

Un gran misionero

El padre Eusebio Kino, fuerte y delgado, según el padre Velarde que le trató, fue un religioso muy piadoso, «que no usaba vino más que para decir misa. Añade que no tenía sino dos camisas de tela corriente y que todo lo daba de limosna a sus indios. Siempre tomó sus alimentos sin sal y mezclados con yerbajos para hacerlos desagradables al paladar. Dormía cuatro o cinco horas, leía por costumbre vidas de santos. Amaba mucho a los niños, sobre todo a sus indiecitos, que lo llegaban a querer tanto como a sus padres naturales» (Trueba, Kino 77). Su ascendiente era tal entre los indios, que en 24 años de continuos viajes, nunca se atentó contra su vida. Fue muy amable y paciente con los indios, y también tuvo mucha paciencia para sobrellevar las muchas resistencias que halló en la misma Compañía.

«Se calcula que en 24 años de misiones caminó más de 7.000 leguas, o sea unos 30.000 kilómetros, con el principal fin de extender el imperio de la fe. Predicó el Evangelio este padre itinerante, ecuestre y apostólico a tribus tan varias y remotas como pimas, sobas, sobaipuras, seris, tipocas, yumas, quiquimas, opas, hoabonomas, himuras, cocomaricopas, californios, etc.; fundó 30 pueblos, aprendió diversos idiomas, formó diccionarios, compuso catecismos; no sólo instruyó a los indios en las obligaciones de cristianos y de vasallos fieles, sino que trabajando con ellos personalmente, los enseñó a fabricar casas, construir iglesias, cultivar la tierra y criar ganado» (12).

Por lo demás, al escribir su vida misionera en 1708, el padre Kino eligió un título bien humilde y verdadero, Favores celestiales. Efectivamente, es éste un término que aparece en el texto con frecuencia: «De los favores que Nuestro Señor nos ha hecho en las dichas entradas o misiones, conversiones, descubrimientos, reducciones, conquistas espirituales y temporales…»; los «favores celestiales que, aunque indignamente, estoy escribiendo»…; «las muy muchas almas que los celestiales favores de Nuestro Señor, a manos llenas, continuamente nos va dando»… (Aventuras 40,92,105).

A manos llenas, realmente, favoreció el Señor los trabajos misioneros en la Pimería: «Con todas estas entradas o misiones que se han hecho a estas nuevas gentilidades de 200 leguas en estos veintiún años quedan reducidas a nuestra amistad y al deseo de recibir nuestra santa fe católica entre pimas y cocomaricopas, y yumas, quiquimas, etc., más de 30.000 almas, las 16.000 de solos pimas y he hecho más de 4.000 bautismos y pudiera haber bautizado otros 10 o 12.000 indios si la falta de padres operarios no nos hubiera imposibilitado el catequizarlos e instruirlos por delante» (129-130).

A los 66 años, habiendo acudido a la misión de Magdalena para dedicar a San Francisco Javier una hermosa capilla que él mismo había ayudado a edificar, mientras celebraba la misa de dedicación, se sintió enfermo, y poco después murió como tantas veces había dormido: vestido, echado sobre una piel de carnero, con el aparejo de la caballería por cabecera, y cubierto con dos mantas de indios. Era el 15 de marzo de 1711.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Familias cimentadas sobre roca, 5 de 5: Victoria sobre las tres grandes mentiras

[Predicación en Juventud Renovada en el Espíritu Santo, en Pomona, California.]

Tema 5 de 5: Victoria sobre las tres grandes mentiras

* Juan 15: “Sin mi nada podéis hacer”:

* Sin Cristo nos agitamos pero no nos movemos, no avanzamos.

* Cuando uno descubre quien es Dios en verdad y cuando uno descubre quien es uno en verdad, entonces en ese momento la vida cambia, y uno se apega de Dios.

* El enemigo tiene como lenguaje propio y como herramienta principal la mentira, porque el enemigo sabe que en el momento en que tu sepas que hoy un Dios que te ama, Juan 3, 16: “Tanto amo Dios al mundo que entrego a su hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna”. En el momento que sepas que tu vida va a cambiar y comienzas a ser libre. Por eso el enemigo necesita atraparte en la oscuridad de la mentira.

* Tres mentiras pretenden gobernar el corazón humano:

1. La gran mentira: tengo que escoger entre ser feliz o ser obediente. Génesis 3.

* Lo que necesita la serpiente es romper la relación entre Dios y la mujer, entre Dios y el ser humano.

* El pecado es siempre darle la espalda a Dios, separarse de Dios.

* ¿Cómo puede lograr la serpiente que el ser humano se aparte de Dios, si nosotros mismo somos imagen de Dios?

* Lo que pretende la serpiente es separar tu obediencia de tu felicidad.

* Para separar a Dios y al ser humano la serpiente introduce la separación entre la obediencia y la felicidad.

* La serpiente pone a escoger, quieres ser obediente o quieres ser feliz. Esta es la gran mentira.

* Lo que logra la serpiente con su astucia es que la mujer escoja ser feliz o ser obediente.

* Una vez que la gran mentira se mete en el corazón es como una bondad de tiempo, tarde o temprano la persona cae en el pecado.

* Esta mentira obra en nuestros corazones cuando empezamos a sentir que los mandamientos de la ley de Dios son como un vestido muy estrecho, como una prisión que no nos deja ser libre. En este momento la voz de la serpiente nos comienza a decir: tu tienes derecho a ser feliz. Esto se da en toda la estructura del pecado, el adulterio, la política, la pureza de los jóvenes…

* Tengo que escoger entre ser feliz p ser obediente, llamamos a esta la mentira grande, porque en esta afirmación no se admite una afirmación que es la que Dios quiere de nosotros que seamos realmente obedientes y realmente felices.

2. La mentira dulce: La utiliza el demonio para que sigamos en el pecado.

* La mentira dulce es la estrategia que utiliza el demonio para amarrarnos del pecado. Ejemplo: la samaritana, Juan 4.

* La mentira grande lo utiliza el demonio para que empecemos a pecar, la mentira dulce la utiliza el demonio para que sigamos en el pecado.

* La mentira dulce es hacernos creer que si aumentamos nuestras posesiones, placeres, prestigio, ahí vamos a ser realmente felices. Es la manera de encadenarnos del pecado, más de lo mismo.

3. La mentira terrorista: Ya es demasiado tarde, ya no hay nada que hacer. Apégate a lo poco que te queda.

* Esta mentira es para que no te apartes del pecado.

* El lenguaje terrorista consiste en que ya no te pues salir de esto, ya no tienes escapatoria.

* La mentira terrorista consiste en adueñarse de tu corazón con el miedo, el pánico, para que tu agarres angustiosamente a lo que te queda de vida.

¿Por qué necesitamos a Cristo?

Necesitamos a Cristo porque necesitamos vencer estas tres mentiras, y estas no las vence el que no conoce el amor de Dios, el Espíritu Santo de Dios.

– Juan 14, Cristo nos ha revelado el verdadero rostro de Dios padre, y cuando nosotros conocemos el verdadero rostro de Dos padre entendemos que todo lo que Dios manda para que obedezcamos lo manda para nuestro bien, por nuestra felicidad.

– Cristo nos revela el rostro de Dios padre. Cuando yo entiendo que hay un Dios que me ama, que hay un Dios que ha llegado al extremo de entregar a su propio hijo cuando yo veo, que Dios todo lo ha hecho por el amor, entonces entiendo que, ese Dios, cuando yo le obedezco me lleva a mi plenitud, es decir, lo que hace Jesucristo es destruir la gran mentira, la mentira dulce y la mentira terrorista.

Cristo dice: “Yo he vencido al mundo”.

Familias cimentadas sobre roca, 4 de 5: Desafíos de educación en la juventud

[Predicación en Juventud Renovada en el Espíritu Santo, en Pomona, California.]

Tema 4 de 5: Desafíos de educación en la juventud

* Lee 1 Reyes 12, 1-16

* El concejo que le dan los jóvenes era un concejo terriblemente imprudente, pero era el concejo de Roboam, era el que quería escuchar. El concejo fue de arrogancia, egoísmo, prudencia.

* “Sí mi padre los cargo con un yugo pesado, yo les aumentaré la carga, sí mi padre los castiga con azotes, yo los castigaré con latigazos.

* Toda persona joven, en algún momento de su juventud y luego en su vida entera se va a encontrar con estos dos caminos: El camino de la sabiduría o el camino de la necedad.

* El camino de la sabiduría esta marcado por las palabras humildad, servicio y amor.

* El concejo de los jóvenes amigo de Roboam era un concejo interesado porque estaban a su servicio y entre más dinero entrara al palacio más tajada tenían.

* El concejo de los ancianos que también estaba a su servicio era desinteresado porque estaban renunciando a su propia ganancia.

* Roboam con su decisión, dividió el pueblo de Dios. La causa de esta división que la arrogancia la agresividad, el egoísmo, etc.

* El fruto de la arrogancia es división, destrucción y muerte.

* En la vida humana hay un momento en el que uno tiene que escoger el camino de la humildad, servicio, amor o el camino de la arrogancia, egoísmo y violencia.

* El principal problema de la sociedad no son lo que se drogan con mariguana o con heroína, el principal problema de la sociedad son los egoístas que se drogan con el poder, porque únicamente piensan en si mismos.

* Necesitamos gente que no cambie su brújula moral que conserve su norte y su claridad de sus principios suceda lo que suceda.

* El gran daño esta en aquellos jóvenes que se convierten en adoradores de sus propias metas.

* La gran mayoría de jóvenes tiene la ilusión de que son libres, pero si a ti joven, la libertad consiste en hacer lo que te de la gana, a ti te maneja el que te maneja las ganas.

* Joven no te dejes llevar por las voces del demonio, detrás de esa arrogancia tu no eres tan sabio como te crees, detrás de tu egoísmo tu necesitas mucho de los demás y detrás de esa violencia tienes más miedo que lo que tu estas dispuesto a admitir a cuando tu desnudos de esa arrogancia, ese egoísmo, esa violencia seguramente te descubres profundamente necesitado, es ahí donde tiene su nacimiento lo que la Biblia llama el santo temor de Dios.

* La oración del santo temor de Dios que Salomón clamó a Dios cuando era joven, Sab. capitulo 9.

* En medio de tantos ídolos que quiere arrebatar a los jóvenes, tú joven, puedes poner la cabeza en tu sitio y dejar el corazón libre. Necesitas orar, necesitas ponerte en la presencia del Señor. Este es el camino, la humildad, el servicio y el amor.

Familias cimentadas sobre roca, 3 de 5: Lo fácil pero desastroso es dejarse llevar

[Predicación en Juventud Renovada en el Espíritu Santo, en Pomona, California.]

Tema 3 de 5: Lo fácil pero desastroso es dejarse llevar

“Alejarse de Dios no requiere ningún sacrificio, lo más fácil es dejarse llevar”

* Construir requiere tiempo; alejarse de Dios es fácil, vivir según Dios toma tiempo y hay mucho que construir en nosotros.

* Si quieres construir tenemos que revestirnos de paciencia.

* Parte de la paciencia que necesitamos es darnos cuenta que la gente necesita su propio tiempo para encontrar lo que tu ya sabes.

* Si Dios tuvo paciencia contigo, tu tienes que tener paciencia con el resto de la familia y con las personas a las que tu quieres llegar.

* Si tu quieres que crezca la conversión en tu familia necesitas recuperar la autoridad, y la autoridad se recupera creciendo en la sabiduría, en la bondad y en la coherencia.

* El camino es muy largo y debes prepararte. Recuerda lo que dice el libro primero de los Reyes 19, 7.

* No esperes para que llegue el momento del combate para prepararte.

* El combate que se llega contra la vida cristiana es muy duro por todas partes. Se alzan lluvias torrenciales vientos huracanados que están arremetiendo sobre la casa y el que no tenga su casa sobre la roca va a presenciar el desastre.

* Tres consecuencias del tiempo de persecución en el que estamos:

1. Toda la vida cristiana será una vida de heroísmo o no será nada.

* Esto quiere decir que el heroísmo tanto para los sacerdotes como para los que son o van a ser papas.

2. En nuestros países la persecución no va a ser por ametralladoras, la persecución va a ser por estrangulamiento.

* La persecución por ametralladora es lo que pasó en la universidad de Kenia.

* La persecución por estrangulamiento (estrangular quiere decir apretar el cuello de una persona impidiendo respirar hasta que pierde el conocimiento y luego muere), quiere decir que vivir la vida cristiana se va a volver cada vez más difícil, de modo que muchas personas, para evitar problemas y incomodidades, van a ir dejando la fe.

* Nosotros los católicos no solamente necesitamos que den la pelea, necesitamos médicos, abogados, empresarios, escritores, científicos. Todos llenos de amor de Cristo.

3. Hebreos 12, 7-13.

* Han llegado tiempos duros, han llegado tiempos de combate. No dejemos que nos tomen por sorpresa, no le demos el homenaje de nuestro escandalo al enemigo, no permitamos al enemigo que nos impresione con los avances del pecado en otros corazones. Debemos tener perfectamente claro que ahí donde se le ha dado la espalda a Jesucristo, lo único que puede haber es oscuridad.

* Sí nosotros sacamos a Dios de los colegios, de las escuelas, de las universidades, de los laboratorios, de los centros comerciales, de cada lugar del que sacas a Dios estas construyendo un pequeño o un gran infierno.

* Es fácil apartarse de Dios, es fácil seguir la corriente, es fácil traicionar al Señor, lo difícil es permanecer en la cruz, lo difícil es decir como María Santísima “he aquí esta la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Familias cimentadas sobre roca, 2 de 5: El derrumbe de las familias

[Predicación en Juventud Renovada en el Espíritu Santo, en Pomona, California.]

Tema 2 de 5: El derrumbe de las familias

1. La fortaleza de una casa esta en el orden.

* El concreto las piedras tienen que estar en el cimiento y en las columnas, la madera, los ladrillos, los tubos tienen su lugar.

* Dios ha querido que nuestras familias también tengan un orden, somos distintos, no es lo mismo ser papá que ser hijo.

* Es el orden lo que da establecida, belleza y lo que le da su verdadera función a la casa.

* Cuando descubrimos el orden querido por Dios, vemos el peligro del desorden. El orden es que cada cosa este en su sitio y que pueda cumplir su verdadera función.

* Nosotros proclamamos la igualdad en la dignidad de todos en la casa pero somos distintos en la función.

* En la familia hay un orden vertical que es el orden de la autoridad y hay un orden horizontal que es el orden de la función.

2. La autoridad: ¿Qué significa tener autoridad en la casa? ¿Cómo se gana la autoridad? ¿Cómo se pierde la autoridad? ¿Cómo se recupera la autoridad?

* La palabra autoridad se relaciona con la palabra autor, la persona que tiene autoridad es el que es un buen autor, que sabe y puede escribir con conocimiento sobre una determinada cosa.

* ¿En que momento un papá y una mamá se vuelve autoridad? Cuando pueden escribir en la vida de sus hijos.

* Siempre eres autoridad o para el bien o para el mal, lo que tu hagas, lo que tu digas o lo que tu dejes de hacer siempre tiene un impacto en la vida de tus hijos.

* Ser autoridad en la vida de tus hijos es escribir palabras de amor, de salvación y de sabiduría en el corazón de tus hijos.

* La verdadera autoridad en la casa esta en la sabiduría y la bondad para escribir palabras de vida en aquellas personas que están en nuestro cargo.

* La verdadera autoridad se pierde cuando la persona habla y actúa sin sabiduría o sin bondad, cuando es incoherente.

* Sí no esta la sabiduría, la bondad y la conciencia se desborona la casa y empiezan los hijos a retar a los papás. Entonces se pierde la autoridad y entra el derrumbe moral de la familia.

3. La función.

* En la familia somos iguales en la dignidad pero diferentes en la función y en la autoridad.

* Sobre las diferencias entre los hombres y las mujeres la diferencia es querida por Dios, somos complementarios.

* Las principales diferencias entre el hombre y la mujer son diferencias que tienen origen el vientre materno.

* En las familias hay que saber diferenciar varias cosas: las metas y la convivencia, los objetivos que hay que conseguir pero también como vamos a vivir el futuro que hay que buscar pero también el presente que hay que cuidar.

* Dios quiere en el plano de función que se reconozca la grandeza de la mujer y al mismo tiempo la visión, los objetivos, los propósitos y las prioridades del hombre.

* Donde falta la mujer falta apoyo y donde falta el hombre falta claridad en la identidad.

* Los papás ayudan a construir la identidad de los hijos, las mamas ayudan a cuidar el apoyo, el soporte de los hijos.

* El plan de Dios es que a través de la diferencia del hombre y la mujer haya al mismo tiempo la fortaleza para lo que somos y el valor a la esperanza para lo que hemos de ser.

Familias cimentadas sobre roca, 1 de 5: Casa de sólido fundamento

[Predicación en Juventud Renovada en el Espíritu Santo, en Pomona, California.]

Tema 1 de 5: Casa de sólidos cimientos

Mateo 7,24-27: “Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina”.

1. Cristo nuestro Señor y salvador no quiere simplemente enseñarnos sino transformarnos.

2. Las dos casas están siendo atacas por las mismas fuerzas, todas las casas, todas las familias, todas las personas están sufriendo los mismo ataques.

* Algunas familias vencen mientras que otras se derrumban, es decir, aunque el ataque es para todos el resultado no es igual.

3. Debemos tomar la decisión si queremos ser de los vencedores o de los vencidos.

* Lectura alegórica de Mateo 7,24-27 para descubrir cuales pueden ser 3 ataques. “Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos”. Estos son 3 ataques.

* La gran diferencia entes estas 2 casas eran que una tenía cimiento sobre la roca y la otra no tenia cimiento, estaba sobre la arena. Es interesante observar que Cristo no habla de los materiales de la casa, Cristo habla del cimiento.

4. Todo depende del cimiento. ¿Tenemos nosotros la vida cimentada en Cristo?

* Mientras el cimiento está firme, tu puedes reformar tu vida, puedes limpiar y volver a empezar, cuando pierdes el cimiento lo pierdes todo.

* Tener a Cristo como cimiento significa que muchas cosas pueden pasar en mi vida, muchas cosas pueden llegar o se pueden ir, pero Cristo tiene su lugar y su trono en mi vida.

5. ¿Qué significa que Cristo es mi cimiento? Que estoy dispuesto a perderlo todo menos a Cristo.

a. La lluvia: el problema de la lluvia es que produce filtraciones, que debilitan la construcción. ¿Tenemos en nuestra vida filtraciones?

* Las filtraciones son aquellas cosas que no parecen tan graves pero que ya sabemos que están mal, pero sin embargo las admitimos.

* Lo que dejas que entre a tu cabeza baja a tu corazón, un día lo dice tu boca y un día lo hacen tus manos.

* La lluvia es la persistencia del mal que te propone cosas que al principio no parecen tan perversas.

b. Los torrentes: es un ataque directo al cimiento. ¿Qué podrían ser estos torrentes en nuestra vida? Estos torrentes son los más perversos. 3 enemigos “Torrentes”:

i. El dolor injusto: ¿Por qué a mí? (Por ejemplo: El dolor injusto de una enfermedad, un robo, etc.)

ii. La ingratitud: después de haber trabajado por la gente se van sin dar gracias y lo que es peor se van hablando mal, esto duele mucho. Este es un torrente que golpea el cimiento.

iii. El desierto prolongado en la vida de oración: es el sentir que muchas veces oramos y que no somos escuchados. Es la duda en la fe que viene impulsado por el ataque de satanás.

* ¿Cómo podemos vencer estos torrentes? La única respuesta esta en 2 palabras: Purificación y Cruz.

* Purificación: le mostraba Dios a Santa Catalina: “Cuando tu haces el bien y no recibes la retribución que merecías, cuando tu haces el bien y te llega males que no esperabas, en esos momentos tu amor se purifica porque yo necesito saber sí tu me amas a mí, amas lo que yo te doy”. Porque a veces Dios necesita que nuestro corazón se apegue a Él y no a los beneficios (recompensas, aplausos, agradecimientos, pagas que pueden venir por servirle a Él).

* De vez en cuando Dios quiere que nosotros pasemos por horribles desiertos, Dios quiere que nosotros pasemos por estas tribulaciones porque en estas tribulaciones como el pueblo de Israel en el desierto aprendemos amar a Dios porque Dios merece ser amado y no por las ventajas que tiene.

* La mejor manera de purificar el corazón esta en medio de la dificultad.

* Para ser discípulo del señor hay que pasar por los torrentes, y en estos momentos agarramos la cruz y debemos decir: “El es mi señor en la buenas y en las malas”.

c. El viento: cuando llega el viento huracanado, lo primero que afecta es el techo, y sin techo hay una inundación.

* ¿De que se están inundando nuestras casas? La televisión(cuando esta encendido todo el tiempo), los audífonos (cuando las personas los usan 6, 7, 8 horas al día, conectado a un mp3 o un celular y por este medio le llega información), el Facebook, etc.

* Si tu no le pones un freno a la inundación te cambian la cabeza.

* El cristiano tiene que mantener su techo y esto quiere decir que uno tiene que saber apagar.

* Tenemos que aprender a amar el silencio, la capacidad de entrar en nosotros mismos. Aprender a pensar por ti mismo.

* Si estas firme en Cristo y no permites que venzan las lluvias, los torrentes y los vientos, tu casa será siempre tuya porque es siempre de Cristo.

Entrevista al arzobispo de San Francisco sobre el matrimonio gay

“Entrevista que el Arzobispo de San Francisco Salvatore Cordileone ofreció al periódico estadounidense USA Today, con motivo de que la Corte Suprema de los EUA, próximamente revisará el fallo que dejó sin efecto la Proposición 8 de California, donde los votantes de ese Estado decidieron mantener el matrimonio como una relación sólo entre un hombre y una mujer…”

Entrevista matrimonio gay

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ESCUCHA, Decidirse por Cristo, o la diferencia entre informacion y formacion

[Predicación en el Encuentro “Cristo rompe las cadenas” en Pomona, California, en Enero de 2013.]

tesoro

* El joven rico (Marcos 10,17-22), es un ejemplo notable de lo que significa buscar en Cristo solamente “información,” es decir, un secreto para redondear y completar la felicidad en esta tierra, mientras uno mantiene el control.

* Otro joven, que después sería el Cuarto Evangelista nos da el contraste (Juan 1,35-39). Este, que era discípulo del Bautista, entra a ser discípulo del señor Jesús. No quiere simplemente información sino verdadera “formación.”

* La diferencia en los finales de estos dos jóvenes muestra lo que sucede, según uno se decide a entregar o no el control a Cristo, es decir, si uno lo recibe como Señor o no.