Conocer, Amar y Proclamar a JESUCRISTO

Predicación para los miembros de SANCTUS Juan Pablo II, en la ciudad de Cali, Colombia.

* Sin conocimiento de Dios no hay vida. Los “zombies” ya existen: andan por nuestras calles, sin saber todo lo que valen para Dios, ni qué esperanzas les ha concedido, ni cuánto y cómo han sido amados.

* El amor es proporcional a ese conocimiento íntimo y personal del Hijo de Dios. Un amor pequeño es que se detiene por obstáculos pequeños. Los amores grandes se muestran venciendo grandes obstáculos y pasando por penalidades inmensas sin detenerse.

* Este es el tiempo para ser generosos con Jesucristo. Las necesidades de la hora presente son inmensas, y a menudo parece que dejamos a Cristo solo, mientras que cualquier desaire o incomodidad nos sirve de pretexto para devolvernos a una vida de confort y de indiferencia hacia el prójimo.

* Pero Dios en su providencia ha querido que cada uno de nosotros sea un instrumento de salvación para otros, a través del testimonio o de la palabra. Nuestro pobre y mezquino modo de amar sólo puede conducirnos a la horrible confusión que tendremos al llegar ante la mirada de Aquel que nos eligió para que fuéramos sus aliados y ayudantes, no sus traidores perezosos.

* Por eso este es el tiempo para implorar fuego grande y amor inmenso, que se irradie a otros. ese es exactamente el amor que confiamos recibir de la Cruz de Cristo porque allí fuimos amados hasta el extremo.

Quien es Jesus?

«¿Quién decís que soy yo?», pregunta Jesús a sus discípulos (Mt 16,15).

Jesús aparece como un testigo privilegiado de Dios. Pero todavía más que eso: Él se dice igual a Dios. Algunas de sus afirmaciones no ofrecen dudas: «Se os ha dicho [Moisés]…Yo os digo» (Mt 5,27-28). Jesús se considera, al menos, en plano de igualdad con Moisés. «Antes que Abraham naciese, ya existía yo»… (Jn 8,58). Está claro que Jesús se hace igual a Dios.

Sus adversarios lo entienden perfectamente: «No te vamos a apedrear por tus buenas obras, sino porque blasfemas, porque tú, siendo un hombre, te haces Dios» (Jn 10,33).

Para Jesús hubiera sido muy fácil deshacer el malentendido. Pero, por el contrario, lo que hace es afirmar lo mismo: «Yo soy la luz del mundo, el Hijo de Dios vivo» (Jn 9,5; Mt 26,63). Son estas afirmaciones lo que le llevan a ser condenado a muerte.

Esa autoafirmación de Jesús como Dios admite tres explicaciones posibles. O bien se equivoca («está loco»), o bien nos engaña, o si no, es que nos dice la verdad. Sólo la tercera hipótesis se muestra conforme a la realidad . En opinión de las más altas personalidades morales, como es el caso de Gandhi, Jesús es una de las cumbres del género humano; lo es por su sabiduría: «Nadie ha hablado jamás como este hombre» (Jn 7,46); lo es por su santidad: «¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador?» (Jn 8,46).

De pronto descubrimos un nuevo rostro de Dios. Dios es único, pero no solitario. Él por amor nos da a su Hijo, y éste por amor nos da su vida en su Espíritu.

Y de esta manera penetramos en la intimidad de Dios: es lo que llamamos el misterio de la Santísima Trinidad.

• «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Quien es Dios para Jesucristo?

Observando orar a Jesús –por la mañana, muy temprano, al final de la tarde–, se le escucha hablar con autoridad de su intimidad con Dios: «mi Padre y Yo somos uno». Viéndole hacer milagros, grandiosos a veces, como la resurrección de Lázaro, los apóstoles sentían que Jesús tenía una visión de Dios de la que ellos carecían.

Jesucristo es como un periscopio, que se asoma al misterio de Dios y habla de Él con competencia. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Todopoderoso: «ni un cabello cae sin su permiso». Es un Artista: «viste maravillosamente los lirios del campo». Pero esas perspectivas no acaban de mostrar la verdadera fisonomía de Dios. Ante todo Dios es un Padre: recuérdese la parábola del hijo pródigo.

Juan resume el pensamiento del Maestro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afirmación está lejos de ser evidente, porque si en la creación está presente la belleza y la excelencia de muchas cosas, también forman parte de ella la enfermedad, la muerte, la guerra, el pecado. Pese a ello, Jesús mantiene su afirmación: Dios es un Padre, fuente de amor y vida. Y persiste en esa afirmación en el mismo momento de la cruz, cuando todo parece decir lo contrario: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y aún más: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», las palabras iniciales de un salmo de confianza.

Pero esta conmovedora afirmación no fue suficiente para los apóstoles. Lo que realmente les ha confirmado en la fe es la resurrección de Cristo, que han entendido como la firma de Dios al fin de su mensaje.

Nuestra fe se apoya ahora en la de los apóstoles, y la de éstos en la resurrección de Cristo, que nos permite asegurar con absoluta firmeza: «Dios es amor», aunque no siempre podamos comprender nosotros cómo nos ama.

«Jesús no ha venido a explicarnos el sufrimiento, sino a llenarlo de su presencia» (Claudel). Jesús ha hecho de su cruz una fuente de amor, que nos permite obrar como Él obró.

• «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Nos dan los Evangelios la verdadera imagen de Jesus?

Se dice a veces que los escritos evangélicos son simplemente el reflejo de la fe de las comunidades cristianas primitivas, y así se viene a contraponer el «Cristo de la fe» y el «Cristo de la historia».

Es verdad que los evangelios no son libros de historia en el sentido actual del término. Cada uno de los autores ha escogido entre los hechos y las palabras de Jesús aquello que más convenía a los destinatarios previstos, y ha dispuesto de esos elementos en función del mensaje que quería transmitir. En este sentido, si la historia moderna puede compararse a una fotografía, podría decirse que los evangelios son cuadros de maestros de la pintura, y que lleva cada uno la marca propia de su autor.

También sería excesivo rechazar su valor histórico. Lucas declara al principio de su relato que se ha «informado con toda exactitud con la ayuda de los testigos oculares» de los hechos que relata. Y no olvidemos que en aquella época, escasa en testimonios escritos, las tradiciones orales eran de una precisión que somos incapaces de imaginar hoy en día.

En el caso de las palabras de un rabbí, era normal que los discípulos las memorizasen con meticulosa precisión, incluso cuando ellos mismos no entendían su sentido. Por otra parte, así es como Jesús dio su enseñanza: «Os he dicho estas cosas mientras permanezco entre vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os hará entender todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26).

En la transfiguración, por ejemplo, vemos vemos cómo Pedro, Santiago y Juan se preguntan confusos «qué quiere decir eso de resucitar de entre los muertos», un poco como en el caso de Bernardette, cuando va a ver al párroco repitiendo por el camino los términos «Inmaculada Concepción», cuyo significado no entendía.

Por otra parte, es de señalar que las divergencias en los detalles propios de cada evangelista no hacen sino subrayar su acuerdo en lo esencial. De ahí resulta que la persona de Jesús esté retratada con una nitidez que en modo alguno podría explicarse por una mixtificación, consciente o no, de los evangelistas.

¿Podemos, pues, decir que los evangelios nos ofrecen el verdadero rostro de Jesús? La única respuesta aceptable a esta pregunta es lo que espontáneamente piensa aquel que lee los Evangelios: a través de los temperamentos propios y de los rasgos peculiares de su comunidades respectivas, los evangelistas nos ponen en la presencia de una personalidad histórica de primera magnitud.

• «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que nuestras manos han tocado del Verbo de vida… eso os lo anunciamos» (1Juan 1,1-3).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Encuentro con Cristo y conversion a Dios

Conferencia para la Cena Cursillista en Pentecostés de 2012.

(1) Sólo hay encuentro donde hay la altura ontológica propia de la persona; porque todo genuino encuentro implica una forma de donación.

(2) Los Evangelios cuentan de personas que cambiaron maravillosamente el rumbo de su vida por un encuentro con Cristo; pero no es el caso de todos. ¿Qué falló? El Señor nos recuerda que nadie llega a él si el Padre no lo atrae. Esta expresión nos invita a confiar en la hora de Dios para cada persona pero además nos llama a reconocer que en lo que somos como creaturas está un llamado profundo a ir hacia Cristo. Tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades miran hacia él. Y por cierto: si pretendemos apoyarnos sólo en lo que vemos fuerte en nosotros, es ahí cuando no hay encuentro sino desencuentro con Cristo.

(3) Cristo no quiere un encuentro superficial o pasajero con nosotros. Su lenguaje es el de la donación total, como se manifiesta y realiza en la Eucaristía. El encuentro ha de crecer hasta llegara ser “permanencia.” Cristo llega vivo a nosotros, y la vida cristiana no es simple esfuerzo de adecuarse a un modelo maravilloso, sino que es el fruto natural que irradia Cristo viviendo en nosotros sus propios misterios.

(4) Evangelizar es ofrecer este Cristo a nuestros hermanos. Encontraremos rechazo, porque el pecado va creando redes de complicidad, que la Biblia llama “mundo.” Hay que tener en cuenta que: (a) Habrá confrontación, y que todos tendremos una cuota de martirio. (b) Es preciso que los laicos comprendan el valor y la necesidad de asociarse para defender públicamente su fe. (c) Hay que orar siempre más y siempre mejor.