Decir sí a Dios es ganar, no perder

«Desde la primera vez que se me pasó por la cabeza la idea de la llamada de Dios hasta que entré en el seminario pasaron diez años: con eso te haces una idea de las ganas que tenía de ser sacerdote», cuenta con humor Alejandro Ruiz-Mateos, un seminarista de sexto curso de Madrid, que este miércoles ha dado su testimonio en la presentación de la Jornada de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas, organizada por la Conferencia Episcopal, Obras Misionales Pontificias, Confer y Cedis.

No podemos ir más allá de la Revelación

“Francisco dejó claro que ser católico implica aceptar la Revelación y no salirse de ella. Durante su encuentro este viernes en el Vaticano con la XXIª Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales, Francisco respondió a varias preguntas de las religiosas presentes, algunas de ellas concernientes a los estudios que el Papa ordenó sobre la institución de las diaconisas en los primeros siglos de la Iglesia…”

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Recuerdos de infancia

Crecí en una parroquia de Bogotá que lleva por nombre “La Anunciación.” Recuerdo en especial a algunos de nuestros párrocos: Alvaro Fandiño Franky, y luego quien estuvo muchos años, Jaime Hoyos Sáenz.

Como en estos tiempos solo se mencionan las palabras “niño” y “sacerdote” en la misma frase si también están las palabras “escándalo” y “abuso”, es mi deber, y lo hago con gusto, recordar en voz alta el bien que tantos sacerdotes ejemplares, como los ya mencionados, tuvieron en la formación de mi carácter, mi fe y mi vocación.

Es una terrible injusticia que la labor heroica, silenciosa, perseverante de tantos hombres buenos sea olvidada a propósito de modo que los peores sentimientos se levanten contra la Iglesia de Cristo. Una mirada más reposada y sobre todo más justa siempre revela que la norma ha sido buscar el bien, como yo lo recibí de niño tantas veces, y que la excepción han sido los lamentables casos que hoy nos duelen a todos.

Desde aquí quiero saludar con gratitud a tantos sacerdotes generosos y quiero decirles que muchos de nosotros tenemos suficiente memoria como para no dejarnos arrastrar por la injusticia. Dios bendiga a los hombres de Dios.

Nadie te obligó a ser sacerdote…

“No tengo paciencia para los sacerdotes que se declaran homosexuales e insisten en que el sacerdocio es una especie de jaula. Nadie te obligó a convertirte en sacerdote. Los fieles no necesitan lidiar con tus problemas, amigo. No merecen lidiar con ninguno de nuestros problemas. Les servimos. Punto…”

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Pregunta sobre el caso McCarrick

Padre Nelson Medina: con motivo de la condena del Vaticano al excardenal Theodore McCarrick me he sentido un poco desconcertada y no termino de aclararme. Por momentos pienso: ¿qué sentido tienen condenar a un anciano de 88 años? Y casi me parece que es más una especie de “ajuste de cuentas” o de crueldad con un anciano, o como ganas de aparentar que en la Iglesia sí se está haciendo algo frente a tantos escándalos en tantos países. ¿No hay algo de fariseismo en esa especie de show que se ha montado por todas partes y en todos los medios? Yo no le quito importancia a sus crímenes sino que simplemente pregunto. Tal vez usted me pueda ayudar a entender. — C.G.

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Yo encuentro explicable que muchos laicos–y entre ellos, Ud.–tengan una actitud de profunda desconfianza ante las medidas que toman las autoridades de la Iglesia, estando a la vista tantos errores y escándalos. Invito, sin embargo, a tener también una actitud crítica frente a la propia mirada, no sea que terminemos creyendo que juzgamos de lo de fuera cuando solo estamos viendo la acumulación de nuestros propios prejuicios y dolores.

Un modo interesante de discernir algunas situaciones morales difíciles es hacerse la pregunta por el caso opuesto. Este tipo de ejercicio funciona así: cuando Ud. esté frente a un caso complejo en el que es posible tomar uno de dos caminos, pregúntese: Manteniendo todas las circunstancias iguales, ¿es preferible tomar la opción primera o la segunda?

Voy a dar un ejemplo que no tiene que ver directamente con la situación que sirve de tema a su pregunta. Pensemos en una familia. Quedó una herencia considerable cuando murieron los papás y el hermano mayor fue depositario de la confianza de todos los menores para hacer todas las diligencias legales. Resulta que ese hermano mayor abusó de esa confianza y, simplificando las cosas, logró manipular las cosas para quedarse con más del doble de lo que legalmente le hubiera correspondido. Un tiempo después, estando enfermo de mucha gravedad, en su lecho de muerte confiesa su fechoría, con la gravedad de que sus irresponsabilidades financieras habían malgastado lo que tenía y lo que usurpó a sus hermanos, de modo que en la práctica no hubo restitución alguna. Pregunta: ¿sirve de algo esa confesión de su pésimo proceder?

En términos puramente económicos, no parece que una confesión así sirva de algo pero apliquemos el criterio mencionado: ¿qué es mejor, que se vaya a la tumba sin decir nada de lo que se robó, o que lo confiese a sus hermanos como de hecho lo hizo? Pocas personas dirán que da lo mismo una cosa que otra, y menos aún dirán que era mejor que no hubiera dicho nada. Su acto humilde, y presumiblemente sincero, no arregla muchas cosas pero parece que quedarse callado sería moralmente peor.

Si aplicamos ese criterio a McCarrick llegamos a una pregunta como esta: Supongamos que este corrupto ex-cardenal muere dentro de dos años. Situémonos en dos posibles escenarios. En el escenario UNO, nadie lo expulsó del sacerdocio, y murió sin ninguna pena canónica con respecto al Orden Sagrado. En el escenario DOS, que es el que se ha dado, una sentencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ratificada como inapelable por el Papa Francisco, lo declara, en términos sencillos, expulsado de las obligaciones y derechos propios del sacerdocio. Pregunta: En 20, 30 o 50 años, ¿va a dar lo mismo una cosa que la otra? En 20, 30 o 100 años, ¿dará lo mismo que se diga: “Theodore McCarrick cometió tales crímenes y murió sin ser nunca castigado” o que se diga: “A pesar de numerosos errores y complicidades que Theodore McCarrick supo utilizar con astucia para su beneficio, finalmente se realizó un proceso canónico completo en contra suya, que condujo a su expulsión del orden clerical”?

Por supuesto hay muchísimas cosas que sucedieron en la historia de McCarrick y que jamás debieron suceder. De seguro, hay muchas complicidades agazapadas que deberían ser castigadas con seriedad comparable. Pero si la pregunta es: ¿se debió o no se debió pronunciar esta sentencia particular?, yo pienso que la respuesta es clara.

Uno puede dedicarse a renegar y desconfiar, y decir que es demasiado poco y demasiado tarde; o puede hacer el juego de las conjeturas sobre las intenciones, pero nada de eso cambia que un poco de bien puede ser el comienzo de más bien; mientras que otro poco de maldad, en este caso de impunidad, en nada ayuda al bien de la Iglesia.


Addendum sobre una posible excomunión

En cuanto a la excomunión, recordemos que esta tiene dos formas en la Iglesia Católica: “latae sententiae” y “ferendae sententiae” La primera, a veces llamada “automática,” no requiere intervención explícita ni pública de la autoridad eclesiástica y, para todos los efectos prácticos, obra en la conciencia de la persona. Por el tipo de hechos gravísimos en que parece comprobado que estuvo envuelto el ex-cardenal cabe suponer que él haya estado bajo este tipo de excomunión pero, por el mismo argumento, también es posible que haya recibido la absolución de la misma excomunión–cosa que tampoco tendría que ser pública en modo alguno. Así que para los efectos de esta conversación, la “latae sententiae” no entra.

En cuanto a una excomunión “ferendae sententiae,” que es una sentencia pública emanada de la autoridad competente, hay dos problemas. Primero, para que la pena sea aplicada debe haber resistencia o contumacia (canon 1347). En el caso presente, la actitud de aceptación de McCarrick difícilmente puede contar como rebeldía. Uno puede sentir indignación hacia él y lo que hizo pero hablar de contumacia frente a las acciones que se han tomado, incluyendo ya la pena canónica de la expulsión del Colegio Cardenalicio, no es algo que corresponda a los hechos.

Suponiendo que de alguna manera se construyera el argumento de que en el presente hay contumacia, el segundo problema con la pena ferendae sententiae es que por su propia naturaleza una pena así no puede ser perpetua (véanse los cánones 1336 y 1342 § 2.). Esto implica que la misma excomunión podría ser levantada ante las señales externas de obediencia y aceptación. Tal levantamiento de la excomunión debería suceder en un tiempo previsiblemente corto, dada la edad de McCarrick, y ello nos pondría en la situación casi ridícula de producir una condena y meses después reivindicar a la misma persona.

Por todo ello es evidente que las excomuniones, en cuanto penas canónicas, de ninguna manera eran instrumentos correctivos apropiados en el caso que estudiamos.

Meditación sobre la fidelidad sacerdotal

La ordenación sacerdotal no es un asunto “privado” que se limite al interior de una persona. La Iglesia entera se empeña, se entrega, ora y hace sacrificios por aquellos varones en quienes espera ver algo del rostro de su Amado. ¿No cuenta eso?

Por eso, dar la espalda al ministerio no es un asunto individual que se resuelva o discierna simplemente en “cómo me estoy sintiendo YO…” ¿No importan acaso los gemidos de los que se ven confundidos y abandonados? ¿No importa la Iglesia y su larga fila de menesterosos?

San Pablo resume así la vida y obra de Cristo: “Él amó a la Iglesia, y se entregó por Ella…” (Efesios 5,25). Los fieles esperan eso de nosotros, los sacerdotes: que nuestra pasión, nuestra compañía, nuestra tarea cotidiana y descanso bendito estén en Ella.

El amor de Cristo por su Amada se hace visible en cada eucaristía, cuando el rostro de un humano se transfigura y deja ver un destello del “más hermoso de los hombres, en cuyos labios se derrama la gracia” (Salmo 45,2) ¡Los fieles TIENEN DERECHO de ver eso!

Yo sé muy bien que estos misterios, los propios del sacramento del Orden, rebasan nuestra naturaleza, pero no como exigencia exterior y opresiva, sino como llamarada de amor agradecido, como torrente encajonado que solo descansa dándose por Cristo y en Cristo.

Y por eso, porque el misterio de nuestra ordenación nos supera, entonces es verdad que a nosotros sacerdotes, más que a nadie, nos competen la fe, la humildad, la oración continua, la prudencia sobrenatural, y el recurso frecuente al sacramento de la confesión.

No se equivoca la gente cuando espera tanto de nosotros. Hermano sacerdote: cuidado con aquel o aquella que quiere disminuir el don. Ese o esa no te ama bien, aunque sea amable y dulce contigo. Bien te ama quien te ayuda a ser lo que fuiste el día de tu ordenación.