Caso por caso… es decir, todos

Profundo y muy completo análisis del P. Jose Ma. Iraburu sobre las consecuencias de una práctica pastoral que propone inicialmente que “caso por caso” se haga discernimiento sobre si dar o no la comunión a los divorciados vueltos a casar: cómo las consecuencias a corto plazo son la imposición de una moral situacionista y subjetivista, y cómo las puertas quedan abiertas para abusos aún mayores.

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Algo de ironía sobre la superficialidad de muchas bodas católicas

(ECOS de la CAVERNA) El pasado sábado, en la parroquia bilbaína de San Valentín in Vincoli, el día más esperado para una joven pareja de novios se convirtió en una auténtica pesadilla.

“Entiendo que estén molestos”, ha afirmado don Rodolfo, el sacerdote celebrante, “pero yo no tengo la culpa. ¿Cómo iba yo a saber que ese no era el novio? Ninguno de los dos estaba prestando atención al sacramento. Y el fotógrafo estaba un poco mejor vestido que el otro”.

Según la información que hemos podido reunir, el presbítero se distrajo un momento durante la ceremonia, con tan mala fortuna que, en lugar de casar a los novios, casó a la novia con el fotógrafo contratado para la ocasión. Cuando se dio cuenta de su error, ya no había remedio.

“A mí me parece maravilloooso”, afirmó Güendi H., una de las damas de honor. “Es como una película romántica. Igualito que Novia por Sorpresa 3,que es mi película favorita. La he visto como un millón de veces. Ahora solo falta que el novio se case con una dama de honor, como yo, por ejemplo, y todo será perfecto”.

“Yo ya he hecho lo que tenía que hacer”, declaró el padre de la novia. “He pagado el banquete y no pienso pagar otro, así que por mí las cosas se pueden quedar como están. Me gusta tan poco el coletas de la cámara de fotos como el melenas con quien se iba a casar mi hija, pero al menos el de la cámara tiene un trabajo y no espera que yo le busque un puesto en mi empresa”.

El novio, Joseba L., confesó que se encontraba aliviado por cómo había resultado todo. “He pensado irme de luna de miel de todas formas. Supongo que con una de las damas de honor, para aprovechar los billetes de avión”, explicó. “Cualquiera menos Güendi, que es una pesada”.

La novia no quiso realizar declaraciones, pero una fuente anónima reveló que había sufrido un ataque de nervios. Según parece, sigue negándose a quitarse el vestido nupcial y no cesa de repetir una y otra vez: “¡Arruinada! ¡Mi boda perfecta, arruinada!”.

Mientras tanto, el fotógrafo se encuentra en paradero desconocido y solo ha dado señales de vida para enviar a su flamante esposa la factura por las fotos de la boda.

En respuesta a las preguntas del reportero de ECOS de la CAVERNA, el portavoz del Obispado anunció que estaban preparando una investigación “para determinar si se trata de un hecho aislado o algo que sucede habitualmente”.

[Publicado originalmente aquí.]

Para frenar la crisis de fe que vive Occidente

“Que solo 22 de cada cien matrimonios que se realizaron en España sean por la Iglesia da una dimensión real de la fe practicante y la de un mínimo compromiso con los sacramentos. Pero con ser malos, los datos empeoran al enmarcarlos. Primero, porque cada vez de casa menos gente y cada vez abunda más la cohabitación. El peso del sacramento sobre el total de nuevas parejas es claramente inferior a aquella cifra. Segundo, por cuanto la tendencia seguida desde el año 2000 es tremenda. En aquella fecha los matrimonios por la Iglesia significaban el ¡70%! La caída profunda y rápida parece detenerse en el 2015, y dar paso a un goteo de pérdidas. No debería ser un consuelo…”

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Advertencia profética sobre las encuestas

Existen muchos modos de hacer una encuesta. Con un poco de malicia, escuchando las murmuraciones, se recogen diez tomos en cuarto, contra cualquier persona noble o entidad digna. -Y más, si esa persona o entidad trabaja con eficacia. -Y mucho más aún, si esa eficacia es apostólica… Triste labor la de los organizadores [de tales encuestas], pero más triste todavía la postura de los que se prestan para altavoces de esas inicuas y superficiales afirmaciones.

Más pensamientos de San Josemaría.

Muere el restaurador de la Universidad Franciscana de Steubenville

“El P. Michael Scanlan, T.O.R., quien fuera el gestor de la transformación de la Universidad Franciscana de Steubenville en uno de los principales centros católicos de educación superior en Estados Unidos, falleció el pasado 07 de enero a la edad de 85 años. El P. Scanlan fue también uno de los primeros sacerdotes en colaborar en el canal de televisión católico EWTN, donde presentó el programa televisivo de la universidad durante 18 años…”

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Semblanza de un sacerdote coherente y valiente

“Fue un luchador de la Fe que nos animó a defenderla con palabras, pero también con hechos y sin dejarnos amedrentar por las consecuencias. “Tal como están las cosas una persona que no tiene siquiera una denuncia ante el INADI debería inspirarnos desconfianza”. “¿Qué es más importante para un colegio católico, ser fiel a su identidad o evitar la demanda del profesor homosexual cesanteado?”. Destacó reiteradamente que “la reingeniería social antinatural que intentan imponer tiene un único escollo: la religión cristiana” y describió acabadamente las nuevas formas de espiritualidad con que intentan suplantarla. Denunció sin ningún temor a los financistas del Nuevo Orden y a las mesas de consenso que marcan la agenda de la ONU. Convirtió al boletín electrónico en una herramienta de combate. No redactaba noticias para que la gente sólo estuviera informada, advertía al desprevenido y exhortaba al militante…”

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Una obra culmina; otra obra comienza

La misericordia de Dios nos ha permitido culminar ya la publicación del extenso Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. Los textos que hemos publicado a lo largo de más de tres años se encuentran en este enlace.

El domingo 20 de mayo tenemos el último domingo del Año Litúrgico 2016. Es significativo que para el siguiente domingo, 27 de noviembre, Primer Domingo de Adviento, empezaremos una nueva publicación: Selección de Textos de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Nuestra publicación llevará un orden que puede parecer extraño: la Secunda Secundae de la Suma. La razón es que se trata de reflexiones teológicas y morales que son muy cercanas a la vida de muchas personas, y que en ese sentido esperamos que sean una invitación al conjunto de los textos del gran Doctor Común de nuestra Iglesia Católica.

Impaciencia ecuménica

La búsqueda de la unidad de los cristianos no es algo opcional. Forma parte de nuestro ser de discípulos del Señor, que oró con palabras de inequívoco significado: “¡Que sean uno!” (Juan 17)

El camino hacia la unidad no es sencillo ni parece breve. Y es ahí donde puede hacer su aparición la impaciencia, que tiene dos vertientes principales.

Es impaciencia la desesperación que ve como imposible toda futura unión y que por ello mismo desea frustrar desde el principio todo esfuerzo de comunión. En ocasiones esta desesperación se reviste de buenas maneras como cuando se dice: “Si un hereje protestante viene arrepentido a mi confesionario y reconoce con dolor su apostasía y herejía, no tengo inconveniente en darle la absolución.” Nadie duda de que ese es un escenario de reconciliación con la Iglesia Católica pero pretender que todas las conversiones deban darse de esa forma es asumir una postura al mismo tiempo arrogante y cómoda. Es algo así como desesperar de todo esfuerzo real de acercamiento.

Hay otra forma de impaciencia ecuménica, que está en las antípodas de la ya mencionada, a saber, el caso en el que la prisa por declarar la unidad crea la ficción de que ya estamos unidos. Para comprender por qué estas uniones aceleradas inducen a confusión es bueno recordar las dimensiones que supone una separación en la Iglesia.

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Ámbitos del compromiso social de los fieles laicos

1. El servicio a la persona humana

552 Entre los ámbitos del compromiso social de los fieles laicos emerge, ante todo, el servicio a la persona humana: la promoción de la dignidad de la persona, el bien más precioso que el hombre posee, es « una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana ».1155

La primera forma de llevar a cabo esta tarea consiste en el compromiso y en el esfuerzo por la propia renovación interior, porque la historia de la humanidad no está dirigida por un determinismo impersonal, sino por una constelación de sujetos, de cuyos actos libres depende el orden social. Las instituciones sociales no garantizan por sí mismas, casi mecánicamente, el bien de todos: « La renovación interior del espíritu cristiano » 1156 debe preceder el compromiso de mejorar la sociedad « según el espíritu de la Iglesia, afianzando la justicia y la caridad sociales ».1157

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Transubstanciación: ya no pan ni vino, sino cuerpo y sangre de Cristo

“El director de la oficina de prensa de la Santa Sede, Greg Burke, al presentar el programa del viaje del papa Francisco a Suecia para conmemorar el 500º aniversario de la Reforma luterana, invitó a leer antes del viaje el documento «Luteranos y católicos: del conflicto a la comunión» (19-VI-2013), elaborado por una comisión mixta de católicos y luteranos. En el número 154 de este documento, al tratar de la Eucaristía, se hacen algunas consideraciones que conviene analizar atentamente, dada la suma importancia de la cuestión: «Tanto luteranos como católicos pueden afirmar en conjunto la presencia real de Jesucristo en la Cena del Señor: “En el sacramento de la Cena del Señor, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está presente total y enteramente, con su cuerpo y su sangre, bajo los signos del pan y del vino” (Eucaristía 16). Esta declaración en común afirma TODOS los elementos esenciales de la fe en la presencia eucarística de Jesucristo sin adoptar la terminología conceptual de “transubstanciación”». No es verdadera la primera frase, pues, esa presencia real no se produce en la Cena luterana –vuelvo al final sobre esta gravísima cuestión–. Pero tampoco es admisible el término «todos», que he destacado, ya que la declaración citada no confiesa un elemento fundamental de la fe dogmática de la Iglesia sobre el modo de la presencia real de Cristo en la Eucaristía…”

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El llamado universal a la santidad

Un texto clásico del Concilio Vaticano II (Constitución Lumen Gentium, números 39 y 40):

39. La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado «el único Santo», amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por ello, en la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porgue ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos. Esta práctica de los consejos, que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado tanto en privado como en una condición o estado aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe proporcionarle un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.

40. El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que El es iniciador y consumador: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12,30) y a amarse mutuamente como Cristo les amó (cf. Jn 13,34; 15,12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron. El Apóstol les amonesta a vivir «como conviene a los santos» (Ef 5, 3) y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia» (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22). Pero como todos caemos en muchas faltas (cf. St 3,2), continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12).

Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos.

Doctrina social y compromiso de los fieles laicos

a) El fiel laico

541 La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del Señor (cf. Mt 20,1-16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se realiza precisamente en el mundo: « A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios ».1139 Mediante el Bautismo, los laicos son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida y de su misión, según su peculiar identidad: « Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde ».1140

542 La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. El Bautismo configura con Cristo, Hijo del Padre, primogénito de toda criatura, enviado como Maestro y Redentor a todos los hombres. La Confirmación configura con Cristo, enviado para vivificar la creación y cada ser con la efusión de su Espíritu. La Eucaristía hace al creyente partícipe del único y perfecto sacrificio que Cristo ha ofrecido al Padre, en su carne, para la salvación del mundo.

El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los sacramentos y en virtud de ellos, es decir, en virtud de todo lo que Dios ha obrado en él imprimiéndole la imagen misma de su Hijo, Jesucristo. De este don divino de gracia, y no de concesiones humanas, nace el triple « munus » (don y tarea), que cualifica al laico como profeta, sacerdote y rey, según su índole secular.

543 Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio con el testimonio de una vida ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las realidades temporales: la familia; el compromiso profesional en el ámbito del trabajo, de la cultura, de la ciencia y de la investigación; el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas, políticas. Todas las realidades humanas seculares, personales y sociales, ambientes y situaciones históricas, estructuras e instituciones, son el lugar propio del vivir y actuar de los cristianos laicos. Estas realidades son destinatarias del amor de Dios; el compromiso de los fieles laicos debe corresponder a esta visión y cualificarse como expresión de la caridad evangélica: « El ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial ».1141

544 El testimonio del fiel laico nace de un don de gracia, reconocido, cultivado y llevado a su madurez.1142 Ésta es la motivación que hace significativo su compromiso en el mundo y lo sitúa en las antípodas de la mística de la acción, propia del humanismo ateo, carente de fundamento último y circunscrita a una perspectiva puramente temporal. El horizonte escatológico es la clave que permite comprender correctamente las realidades humanas: desde la perspectiva de los bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con autenticidad su actividad terrena. El nivel de vida y la mayor productividad económica, no son los únicos indicadores válidos para medir la realización plena del hombre en esta vida, y valen aún menos si se refieren a la futura: « El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna ».1143

b) La espiritualidad del fiel laico

545 Los fieles laicos están llamados a cultivar una auténtica espiritualidad laical, que los regenere como hombres y mujeres nuevos, inmersos en el misterio de Dios e incorporados en la sociedad, santos y santificadores. Esta espiritualidad edifica el mundo según el Espíritu de Jesús: hace capaces de mirar más allá de la historia, sin alejarse de ella; de cultivar un amor apasionado por Dios, sin apartar la mirada de los hermanos, a quienes más bien se logra mirar como los ve el Señor y amar como Él los ama. Es una espiritualidad que rehuye tanto el espiritualismo intimista como el activismo social y sabe expresarse en una síntesis vital que confiere unidad, significado y esperanza a la existencia, por tantas y diversas razones contradictoria y fragmentada. Animados por esta espiritualidad, los fieles laicos pueden contribuir, « desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico… a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida ».1144

546 Los fieles laicos deben fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las capacidades requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. La profundización de las motivaciones interiores y la adquisición de un estilo adecuado al compromiso en campo social y político, son fruto de un empeño dinámico y permanente de formación, orientado sobre todo a armonizar la vida, en su totalidad, y la fe. En la experiencia del creyente, en efecto, « no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida “secular”, es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura ».1145

La síntesis entre fe y vida requiere un camino regulado sabiamente por los elementos que caracterizan el itinerario cristiano: la adhesión a la Palabra de Dios; la celebración litúrgica del misterio cristiano; la oración personal; la experiencia eclesial auténtica, enriquecida por el particular servicio formativo de prudentes guías espirituales; el ejercicio de las virtudes sociales y el perseverante compromiso de formación cultural y profesional.

c) Actuar con prudencia

547 El fiel laico debe actuar según las exigencias dictadas por la prudencia: es ésta la virtud que dispone para discernir en cada circunstancia el verdadero bien y elegir los medios adecuados para llevarlo a cabo. Gracias a ella se aplican correctamente los principios morales a los casos particulares. La prudencia se articula en tres momentos: clarifica la situación y la valora; inspira la decisión y da impulso a la acción. El primer momento se caracteriza por la reflexión y la consulta para estudiar la cuestión, pidiendo el consejo necesario; el segundo momento es el momento valorativo del análisis y del juicio de la realidad a la luz del proyecto de Dios; el tercer momento, el de la decisión, se basa en las fases precedentes, que hacen posible el discernimiento entre las acciones que se deben llevar a cabo.

548 La prudencia capacita para tomar decisiones coherentes, con realismo y sentido de responsabilidad respecto a las consecuencias de las propias acciones. La visión, muy difundida, que identifica la prudencia con la astucia, el calculo utilitarista, la desconfianza, o incluso con la timidez y la indecisión, está muy lejos de la recta concepción de esta virtud, propia de la razón práctica, que ayuda a decidir con sensatez y valentía las acciones a realizar, convirtiéndose en medida de las demás virtudes. La prudencia ratifica el bien como deber y muestra el modo en el que la persona se determina a cumplirlo.1146 Es, en definitiva, una virtud que exige el ejercicio maduro del pensamiento y de la responsabilidad, con un conocimiento objetivo de la situación y una recta voluntad que guía la decisión.1147

d) Doctrina social y experiencia asociativa

549 La doctrina social de la Iglesia debe entrar, como parte integrante, en el camino formativo del fiel laico. La experiencia demuestra que el trabajo de formación es posible, normalmente, en los grupos eclesiales de laicos, que responden a criterios precisos de eclesialidad: 1148 « También los grupos, las asociaciones y los movimientos tienen su lugar en la formación de los fieles laicos. Tienen, en efecto, la posibilidad, cada uno con sus propios métodos, de ofrecer una formación profundamente injertada en la misma experiencia de vida apostólica, como también la oportunidad de completar, concretar y especificar la formación que sus miembros reciben

de otras personas y comunidades ».1149 La doctrina social de la Iglesia sostiene e ilumina el papel de las asociaciones, de los movimientos y de los grupos laicales comprometidos en vivificar cristianamente los diversos sectores del orden temporal: 1150 « La comunión eclesial, ya presente y operante en la acción personal de cada uno, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los fieles laicos: es decir, en la acción solidaria que ellos llevan a cabo participando responsablemente en la vida y misión de la Iglesia ».1151

550 La doctrina social de la Iglesia es de suma importancia para los grupos eclesiales que tienen como objetivo de su compromiso la acción pastoral en ámbito social. Estos constituyen un punto de referencia privilegiado, ya que operan en la vida social conforme a su fisonomía eclesial y demuestran, de este modo, lo relevante que es el valor de la oración, de la reflexión y del diálogo para comprender las realidades sociales y mejorarlas. En todo caso vale la distinción « entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores ».1152

También las asociaciones profesionales, que agrupan a sus miembros en nombre de la vocación y de la misión cristianas en un determinado ambiente profesional o cultural, pueden desarrollar un valioso trabajo de maduración cristiana. Así —por ejemplo— una asociación católica de médicos forma a sus afiliados a través del ejercicio del discernimiento ante los múltiples problemas que la ciencia médica, la biología y otras ciencias presentan a la competencia profesional del médico, pero también a su conciencia y a su fe. Otro tanto se podrá decir de asociaciones de maestros católicos, de juristas, de empresarios, de trabajadores, sin olvidar tampoco las de deportistas, ecologistas… En este contexto la doctrina social muestra su eficacia formativa respecto a la conciencia de cada persona y a la cultura de un país.

e) El servicio en los diversos ámbitos de la vida social

551 La presencia del fiel laico en campo social se caracteriza por el servicio, signo y expresión de la caridad, que se manifiesta en la vida familiar, cultural, laboral, económica, política, según perfiles específicos: obedeciendo a las diversas exigencias de su ámbito particular de compromiso, los fieles laicos expresan la verdad de su fe y, al mismo tiempo, la verdad de la doctrina social de la Iglesia, que encuentra su plena realización cuando se vive concretamente para solucionar los problemas sociales. La credibilidad misma de la doctrina social reside, en efecto, en el testimonio de las obras, antes que en su coherencia y lógica interna.1153

Adentrados en el tercer milenio de la era cristiana, los fieles laicos se orientarán con su testimonio a todos los hombres con los que colaborarán para resolver las cuestiones más urgentes de nuestro tiempo: « Todo lo que, extraído del tesoro doctrinal de la Iglesia, ha propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos los hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en Él de forma explícita, a fin de que, con la más clara percepción de su entera vocación, ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor, con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias de nuestra edad ».1154

NOTAS para esta sección

1139Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31: AAS 57 (1965) 37.

1140Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31: AAS 57 (1965) 37.

1141Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 15: AAS 81 (1989) 415.

1142Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 24: AAS 81 (1989) 433-435.

1143Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76: AAS 58 (1966) 1099.

1144Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31: AAS 57 (1965)
37-38.

1145Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 59: AAS 81 (1989) 509.

1146Cf. Catecismo de la Iglesia Católica,1806.

1147El ejercicio de la prudencia comporta un itinerario formativo para adquirir las cualidades necesarias: la « memoria » como capacidad de retener las propias experiencias pasadas de modo objetivo, sin falsificaciones (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 49, a. 1: Ed. Leon. 8, 367); la « docilitas » (docilidad), que es la capacidad de dejarse instruir y sacar provecho de la experiencia ajena, sobre la base del auténtico amor por la verdad (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 49, a. 3: Ed. Leon. 8, 368-369); la « solertia » (solercia), es decir, la habilidad para afrontar los imprevistos actuando de forma objetiva, para orientar cualquier situación al servicio del bien, venciendo las tentaciones de la intemperancia, la injusticia, la vileza (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 49, a. 4: Ed. Leon. 8, 369-370). Estas condiciones de tipo cognoscitivo permiten desarrollar los presupuestos necesarios para el momento de la toma de decisiones: la « providentia » (previsión), que es la capacidad de valorar la eficacia de un comportamiento en orden al logro del fin moral (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 49, a. 6: Ed. Leon. 8, 371), y la « circumspectio » (circunspección) o capacidad de valorar las circunstancias que concurren a constituir la situación en la que se ejerce la acción (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 49, a. 7: Ed. Leon. 8, 372). La prudencia se especifica, en el ámbito de la vida social, en dos formas particulares: la prudencia « regnativa », es decir, la capacidad de ordenar las cosas hacia el máximo bien de la sociedad (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 50, a. 1: Ed. Leon. 8, 374), y la prudencia « politica » que lleva al ciudadano a obedecer, secundando las indicaciones de la autoridad (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 50, a. 2: Ed. Leon. 8, 375), sin comprometer la propia dignidad de persona (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, qq. 47-56: Ed. Leon. 8, 348-406).

1148Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 30: AAS 81 (1989) 446-448.

1149Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 62: AAS 81 (1989) 516-517.

1150Cf. Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 455.

1151Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 29: AAS 81 (1989) 443.

1152Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76: AAS 58 (1966) 1099.

1153Cf. Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 454; Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 57: AAS 83 (1991) 862-863.

1154Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 91: AAS 58 (1966) 1113.


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Los sujetos de la pastoral social

538 La Iglesia, en el ejercicio de su misión, compromete a todo el Pueblo de Dios. En sus diversas articulaciones y en cada uno de sus miembros, según los dones y las formas de ejercicio propias de cada vocación, el Pueblo de Dios debe corresponder al deber de anunciar y dar testimonio del Evangelio (cf. 1 Co 9,16), con la conciencia de que « la misión atañe a todos los cristianos ».1136

También la acción pastoral en el ámbito social está destinada a todos los cristianos, llamados a ser sujetos activos en el testimonio de la doctrina social y a injertarse plenamente en la tradición consolidada de « la actividad fecunda de millones y millones de hombres, quienes a impulsos del magisterio social se han esforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso con el mundo ».1137 Los cristianos de hoy, actuando individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y movimientos, deben saberse presentar como « un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad ».1138

539 En la Iglesia particular, el primer responsable del compromiso pastoral de evangelización de lo social es el Obispo, ayudado por los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y los fieles laicos. Con especial referencia a la realidad local, el Obispo tiene la responsabilidad de promover la enseñanza y difusión de la doctrina social, a la que provee mediante instituciones apropiadas.

La acción pastoral del Obispo se actúa a través del ministerio de los presbíteros que participan en su misión de enseñar, santificar y guiar a la comunidad cristiana. Con la programación de oportunos itinerarios formativos, el presbítero debe dar a conocer la doctrina social y promover en los miembros de su comunidad la conciencia del derecho y el deber de ser sujetos activos de esta doctrina. Mediante las celebraciones sacramentales, en particular de la Eucaristía y la Reconciliación, el sacerdote ayuda a vivir el compromiso social como fruto del Misterio salvífico. Debe animar la acción pastoral en el ámbito social, cuidando con particular solicitud la formación y el acompañamiento espiritual de los fieles comprometidos en la vida social y política. El presbítero que ejerce su servicio pastoral en las diversas asociaciones eclesiales, especialmente en las de apostolado social, tiene la misión de favorecer su crecimiento con la necesaria enseñanza de la doctrina social.

540 La acción pastoral en el campo social se sirve también de la obra de las personas consagradas, de acuerdo con su carisma; su testimonio luminoso, particularmente en las situaciones de mayor pobreza, constituye para todos una llamada a vivir los valores de la santidad y del servicio generoso al prójimo. El don total de sí de los religiosos se ofrece a la reflexión común también como un signo emblemático y profético de la doctrina social: poniéndose totalmente al servicio del misterio de la caridad de Cristo por el hombre y por el mundo, los religiosos anticipan y muestran en su vida algunos rasgos de la humanidad nueva que la doctrina social quiere propiciar. Las personas consagradas en la castidad, la pobreza y la obediencia se ponen al servicio de la caridad pastoral, sobre todo con la oración, gracias a la cual contemplan el proyecto de Dios sobre el mundo, suplican al Señor a fin de que abra el corazón de cada hombre para que acoja dentro de sí el don de la humanidad nueva, precio del sacrificio de Cristo.

NOTAS para esta sección

1136Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 2: AAS 83 (1991) 250.

1137Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 3: AAS 83 (1991) 795.

1138Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 3: AAS 83 (1991) 796.


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