Te agradezco la confianza al hablarme de tus estudios y desde ya te deseo acierto y bendición en cada paso que des. Al mismo tiempo, te invito a tener un corazón agradecido porque la oportunidad de estudiar teología en un nivel superior, oportunidad que la Iglesia te concede por medio de tus superiores, es algo que se concede a un número proporcional muy pequeño: estará bien entonces que te sientas elegido, con lo que esto implica de gratitud y de sentido de responsabilidad y servicio.
A partir de tu petición he reflexionado bastante y de esos pensamientos y muchas oraciones ha surgido una pequeña lista de sugerencias, advertencias y propuestas que espero te resulten útiles.
1. La teología es un camino de maduración en la fe. No se trata de abandonar la fe o de reemplazarla por algo distinto. La teología surge del deseo de recibir con mayor plenitud aquello que Dios nos ha entregado como regalo en la revelación. Si comparamos a la fe con un regalo, la teología quiere abrir o desempacar mejor ese regalo pero nunca cambiarlo. La teología que pretende reemplazar el regalo de la fe con explicaciones que quizás parecen más racionales o más aceptables para el tiempo en que vivimos no es verdadera teología sino una especie de profanación.
2. Asi que el propósito de la teología no es hacer razonable a la arrogancia de la inteligencia, o compatible con los valores de este mundo, eso que creemos, sino otras tres cosas que Santo Tomás definió y practicó muy bien: (a) Defender la fe de las objeciones y ataques que vienen de fuera, es decir, de los no creyentes o de los que se han separado de la fe cristiana y católica; (b) Encontrar poco a poco, y de la mano de la experiencia de la Iglesia, las analogías y conexiones profundas entre diversas partes de la Escritura, diversas experiencias de los místicos y santos, y diversos desafíos que la Iglesia ha sufrido o está sufriendo en muchos lugares; (c) Presentar el contenido de la fe de un modo íntegro, responsable y apropiado al contenido que damos y a las personas a las que nos dirigimos.
3. Esto implica que no habrá verdadera teología sino al interior de una vida que se alimenta de la oración y la humildad, unidas a un deseo profundo de que Dios sea conocido, amado y servido, para bien de nuestro pueblo, especialmente de los más frágiles, olvidados o excluidos. El propósito último de la teología es la santificación de la inteligencia unido al amor por la evangelización. Si no hay celo evangelizador, el teólogo cae pronto en el pecado del elitismo intelectual, de modo que ya no le importa agradar a Dios ni servir a nadie sino sólo recibir aprobación o buen nombre de la comunidad académica de los que son como él. Semejantes “clubes exclusivos” de la fe son ajenos y contrarios a la enseñanza y la praxis de Jesús. Si no hay deseo de santidad, el deseo de protagonismo o la curiosidad intemperada llevan pronto a afirmaciones caprichosas que ya no expresan la fe que hemos recibido sino sólo el ego inmaduro e inflado del supuesto teólogo.
4. Es un hecho que lamentablemente hoy en la Iglesia hay mucha confusión en estos asuntos. No esperes que todos tus docentes o compañeros tengan claros o visibles los ideales de los que vengo hablándote. Por el contrario, y para vergüenza de la Iglesia, hay que admitir que hoy abundan las instituciones, publicaciones y profesores, incluso de renombre, que ofrecen algo de buen trigo pero mezclado con maleza envenenada; si no es que han ido a peor, y pretenden imponer en toda la Iglesia conceptos y teorías heterodoxos, capaces de oscurecer la claridad que nos dejaron como herencia los santos apóstoles.
5. Por eso es importante que desde el primer dia de tus estudios tengas criterios claros y que no te dejen seducir las siguientes plagas:
(a) El progresismo, que en el fondo no quiere que la Iglesia evangelice al mundo sino que se adapte a él y comulgue con él. Los lemas preferidos de estos son que “ya estamos en el siglo XXI” y que la Iglesia “tiene que ser comprensible,” con lo cual, según ellos, hay que negar lo que no guste a la gente, como decir: una moral exigente o la proclamación de que Dios es de verdad Señor de toda la creación y por tanto puede haber y ha habido numerosos milagros. Eso no lo pueden resistir los que piensan como progresistas.
(b) La falsa misericordia, que pretende ofrecernos un evangelio más “sencillo” y “auténtico” en el que sin embargo ha desaparecido la palabra más importante de la predicación primera de Jesús: “¡Conviértanse!” Estos de la falsa misericordia solo hablan de conversión para decirle a la Iglesia que debe cambiar sus prácticas “excluyentes.” Y por supuesto, para ser “incluyente,” hay que aceptar al pecador con su pecado, sin perturbarlo en la tranquilidad ponzoñosa de sus vicios. Esta línea teológica tiene poderosos padrinos, de nombre internacional, y hay quienes quieren asignarla al mismo Papa Francisco.
(c) El inmovilismo tradicionalista, que considera que todo lo que se podía decir en teología ya se dijo, y muy seguramente se dijo en latín. Esta tendencia, aunque minoritaria, resulta seductora para quienes detestan el caos al que nos han llevado los modernistas y los falsamente compasivos. Pero un error no debe corregirse con otro error, y esta tradicionalismo propio de lefebvristas y filo-lefebvristas, es una forma de idolatría así que no puede ser guía para nosotros.
6. Asegura bien tus fuentes. No corras detrás de novedades ni te dejes atraer por modas que hoy estan y mañana pasan. Autores serios, profundos, de vida santa y amplia recomendación por la Iglesia: esos son los que pueden darte mayor claridad y dejar una huella positiva y profunda en tu corazón creyente.
7. Y una vez más: no olvides a tu gente. No olvides tus raíces. No olvides que te debes a los sencillos y que ellos tienen derech a recibir Pan del Cielo. No lo que a nosotros nos parezca más interesante o fácil sino lo que Cristo ganó para ellos a precio de su sacrificio en la Cruz. Y esta es mi última recomendación: recuerda la Cruz; recuerda el valor de esa Sangre. No la hagas inútil acomodándote a lo que el mundo diga y ni siquiera a lo que la gente quiere oír. Haz fecundo el sacrificio de tu Señor uniéndote tú mismo en sacrificio por amor a Dios y a su pueblo.