Dios y las calamidades

“Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas, El que causa bienestar y crea calamidades, Yo, el SEÑOR, es el que hace todo esto.” (Isaías 45,7) Querido fray, ¿me podría explicar este versículo de las escrituras? ¿o a qué se refiere? – R.V.

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Se refiere a que no hay dos dioses (o más), como si un dios creara la luz y otro dios explicara el origen de las tinieblas. El drama humano no se explica por una lucha de poderes celestiales, pues todo en su origen tiene a Dios y sólo a Dios.

Por supuesto, eso no significa que no haya causas “segundas” o “mandos medios” pero ellos no son soberanos y las intenciones de las creaturas no pueden impedir el lugar que Dios da a todo lo que sucede, tanto lo que apreciamos inmediatamente como favorable como lo que al principio nos parece sencillamente calamitoso.

¿En qué sentido entonces es Dios “autor” de las calamidades? En dos sentidos, por lo menos:

(1) La historia humana no es la traducción a la tierra de supuestos o imaginados combates en el cielo. Los griegos, por ejemplo, sí que imaginaban los orígenes de los conflictos entre seres humanos por una referencia a los caprichos y preferencias de sus “dioses” y “diosas.” La Biblia se niega a atribuir el origen último y radical de las cosas, de todas las cosas, a alguien distinto del único Dios y Señor.

(2) Por lo mismo, aunque es verdad que hay un espacio para la libertad, las intenciones y los intereses de las “causas segundas,” el propósito final de todo lo que acontece no está en manos de esas causas sino que sólo puede corresponder a la intencionalidad última de la providencia y sabiduría del único Dios.

En resumen, en el mal moral Dios es causa primera, en cuanto que si no hubiera creación no habría posibilidad de opción, pero no es responsable de lo que hagan las causas segundas, es decir, los seres que él ha dotado de verdadera libertad.

Edward Feser, filosofo ateo converso al catolicismo

“Hoy quiero llamar vuestra atención hacia la historia de Edward Feser, escritor y filósofo que cuenta cómo, luego de abandonar su catolicismo de infancia y permanecer firmemente en el campo ateísta, recobró su vínculo con la Iglesia. El largo camino que tuvo que recorrer está relatado en un post de su blog titulado Camino desde el ateísmo (en inglés), pero me interesa compartir con Uds. los párrafos que dedica a la forma como re descubrió a Santo Tomás de Aquino y las pruebas de las existencia de Dios…”

Edward Fasser

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Dios-Amor

Si el Amor, aun el amor humano, da tantos consuelos aquí, ¿qué será el Amor en el cielo?

Todo lo que se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece.

Jesús, que sea yo el último en todo… y el primero en el Amor.

No temas a la Justicia de Dios. -Tan admirable y tan amable es en Dios la Justicia como la Misericordia: las dos son pruebas del Amor.

Considera lo más hermoso y grande de la tierra…, lo que place al entendimiento y a las otras potencias…, y lo que es recreo de la carne y de los sentidos… Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. -Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas…, nada vale, es nada y menos que nada, al lado de … este tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa… y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía.

Deja que se vierta tu corazón en efusiones de Amor y de agradecimiento al considerar cómo la gracia de Dios te saca libre cada día de os lazos que te tiende el enemigo.

Más pensamientos de San Josemaría.

La revelacion del Amor trinitario

30 El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf. Rm 8,26), capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. San Pablo escribe: « Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? » (Rm 8,31-32). Un lenguaje semejante usa también San Juan: « En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados » (1 Jn 4,10).

31 El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de la salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre, de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres (cf. Rm 5,5).

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, 4: AAS 58 (1966) 819] Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (cf. Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente « que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».[Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 10: AAS 58 (1966) 1033]

32 Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda: « Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud » (1 Jn 4,11-12). La reciprocidad del amor es exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: « como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros » (Jn 13,34). El mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

33 El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios,[Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 9: AAS 57 (1965) 12-14] debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: « Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal »,[Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem, 7: AAS 80 (1988) 1666] porque la imagen y semejanza del Dios trino son la raíz de « todo el “ethos” humano… cuyo vértice es el mandamiento del amor ».[Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem, 7: AAS 80 (1988) 1665-1666] El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, « un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión” ».[Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 40: AAS 80 (1988) 569]

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Ama Dios a todos por igual?

Respetado Fray Nelson : sobre estos 2 conceptos ” Dios NO nos ama a todos por igual ” y por tanto ” tal santo es menos santo que tal otro santo… quisiéramos su autorizada opinión. M.R.M.

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¿A quién ama más Dios? No lo sabemos. Sabemos que su amor es infinito para cada uno, pero el infinito también tiene grados, como han demostrado los matemáticos ya desde el siglo XIX. Por eso debemos afirmar que sabemos que su amor es mayor por unos que por otros pero que no tenemos cómo hacer esa comparación. Un cierto consenso es que su amor se muestra mayor en las conversiones y en el don de la perseverancia final.

¿Quién es más santo que quién? Eso tampoco lo sabemos. Sabemos que hay unos más santos que otros, y hay consenso en que la Virgen María brilla en santidad por encima, no sólo de los hombres sino incluso de los ángeles. Hay cierta claridad sobre la inmensa santidad de San José y de los Apóstoles. Aparte de eso, no sabemos, y es temerario afirmar que conocemos quién es más santo que otro, porque eso supondría tener acceso a la caridad verdadera de cada uno, pues Santo Tomás de Aquino explica que la única diferencia relevante en cuanto a la santidad es el grado del amor, grado que obviamente sólo Dios conoce.

Dios envia o causa cosas malas?

Fray, oí a un predicador decir que Dios manda cosas malas a los hombres también con un propósito, pero ¿no podríamos decir que se contradice Dios a si mismo porque el es Amor y el Bien? Narro el episodio del faraón cuando le endureció su corazón. Por favor esclaréceme este pensamiento. Dios te guarde. Mábel.

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Para comprender lo que está en juego en esta pregunta resulta útil hacer una lista de afirmaciones que sabemos que son ciertas pero que precisamente no se ve cómo puedan ser compatibles entre sí.

1. No hay varios dioses sino un solo Dios. Nada hay entonces que escape de su mano. Todo lo que sucede tiene que suceder ante su mirada y no puede estar por fuera de sus planes y de su poder.

2. Pero vemos que hay maldad en el mundo, y vemos que suceden cosas malas, no sólo a los malos sino también a los buenos.

3. Y sabemos que Dios es el sumo bien, la suprema verdad y la más perfecta bondad.

¿Es Dios bueno y no es causa de lo malo? Si así fuera, entonces el mal tendría una causa fuera de Dios, y entonces sí que habría algo que está fuera de su poder.

¿Es Dios bueno y también manda cosas malas? Entonces, ¿en qué consistiría su bondad?

La clave para una respuesta es preguntarse de qué manera Dios es causa de aquellas cosas que son manifiestamente malas, porque es posible, y de hecho así sucede, que un mismo ser puede ser causa de modos distintos.

Uno tiende a llamar “causa” a todo aquello que concurre para que una cosa suceda. Así por ejemplo, consideremos el caso de un hombre que guarda un revólver en casa. Él es una persona responsable y seria, y tiene todos los permisos legales para la posesión de esa arma, que guarda bajo llave. Pero este hombre tiene un hijo irresponsable y drogadicto que un día, en ataque de locura, violenta la seguridad del papá en su ausencia, saca el arma y comete un crimen por tratar de conseguir dinero para su vicio. Es evidente que la existencia de esa arma fue una condición para que se realizara ese crimen, y en ese sentido el hecho de que aquel hombre tuviera en casa esa arma fue causa de una muerte, porque si él no hubiera tenido esa arma ese crimen en particular no hubiera sucedido. En términos aristotélicos, el arma fue “causa material” del crimen.

Por supuesto, Dios es mucho más que “causa material” pero si uno lo piensa, la voluntad que nos ha otorgado por su designio inescrutable hace que todo lo que recibimos de él sea como el “material” sobre el que nosotros decidimos en una u otra dirección. porque es evidente que el ser humano tiene un margen, relativamente pequeño pero real, de decisión; si esto se niega no se ve cómo se pueda hablar de voluntad o de libertad o de libre albedrío.

¿Entonces qué es lo que corresponde a la acción divina cuando cosas malas nos llegan o cuando las personas cometen actos perversos?

1. Dios es causa de todo cuanto existe pero no puede llamársele único responsable de cuanto sucede.

2. En la medida en que Dios es único creador, su múltiple providencia es como el “material” sobre el que obra, a manera de “causa segunda” nuestra voluntad, de modo que el ser humano tiene auténtica responsabilidad sobre los actos que desea y/o realiza.

3. Nuestras acciones no escapan al conjunto más amplio de la Providencia divina, que de muchos modos saca bienes de los males. Así que aunque Dios en su Providencia haya causado que algo objetivamente malo suceda, eso malo es sólo parte de una historia más amplia en la que finalmente brilla el bien que de él proviene.

Hombres de Fe, 2 de 8, Fe, Esperanza y Amor

¡Hombres de Fe! – Curso de Formación Permanente para la Diócesis de Socorro y San Gil

Tema 2. Fe, Esperanza y Amor

  • Despertar del sentido del pecado: sensación de suciedad, incoherencia, abuso, engaño
  • Pero hay “almohadones” que quieren asfixiar ese despertar; son ellos: el cinismo, el vitalismo ateo de Nietzsche, la cauterización de la conciencia y también el espejismo politeísta, hoy con rostro de relativismo
  • Si uno no cae en esa cuádruple trampa, empieza el itinerario de la formación de la conciencia. Interiormente, el pecado que se reconoce por la conciencia formada; exteriormente, por la Ley, en particular, por los mandamientos de Dios.
  • El Antiguo Testamento es el largo camino necesario para descubrir el yo y sus enfermedades. El pueblo de Dios tuvo que aprender que lo malo no es una cosa externa, sino una realidad que nos acecha desde dentro. Tuvieron que decepcionarse de todas sus instituciones, de modo que sólo un puñado de profetas supieron denunciar a tiempo y a la vez cultivar la esperanza.
  • Jesús de Nazareth enlaza con la predicación de profetas como Jeremías y Ezequiel, que ya mostraron que es el corazón el que debe renovarse y que la Ley no puede permanecer como palabra externa: De dentro, del corazón, vienen las injusticias, adulterios, maldades, enseña Jesús.
  • Pero lo decisivo de la misión de Cristo viene de su sacrificio en la Cruz, en la que la verdad horrorosa del pecado queda patente, y la inesperada oferta del amor divino se hace presente: esta es la PROPUESTA que Dios hace, y nuestra RESPUESTA es la acogida de ese amor de regalo, esa “gracia.”
  • De este modo la fe abre la puerta al amor. Y como ese amor es irrevocable, por ser amor de alianza “nueva y eterna,” de ahí brota la esperanza: ¿qué dificultad será grande para el Dios que ha hecho tanto, y que además se declara a nuestro favor, y viene a permanecer con nosotros?

Quien es Dios para Jesucristo?

Observando orar a Jesús –por la mañana, muy temprano, al final de la tarde–, se le escucha hablar con autoridad de su intimidad con Dios: «mi Padre y Yo somos uno». Viéndole hacer milagros, grandiosos a veces, como la resurrección de Lázaro, los apóstoles sentían que Jesús tenía una visión de Dios de la que ellos carecían.

Jesucristo es como un periscopio, que se asoma al misterio de Dios y habla de Él con competencia. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Todopoderoso: «ni un cabello cae sin su permiso». Es un Artista: «viste maravillosamente los lirios del campo». Pero esas perspectivas no acaban de mostrar la verdadera fisonomía de Dios. Ante todo Dios es un Padre: recuérdese la parábola del hijo pródigo.

Juan resume el pensamiento del Maestro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afirmación está lejos de ser evidente, porque si en la creación está presente la belleza y la excelencia de muchas cosas, también forman parte de ella la enfermedad, la muerte, la guerra, el pecado. Pese a ello, Jesús mantiene su afirmación: Dios es un Padre, fuente de amor y vida. Y persiste en esa afirmación en el mismo momento de la cruz, cuando todo parece decir lo contrario: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y aún más: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», las palabras iniciales de un salmo de confianza.

Pero esta conmovedora afirmación no fue suficiente para los apóstoles. Lo que realmente les ha confirmado en la fe es la resurrección de Cristo, que han entendido como la firma de Dios al fin de su mensaje.

Nuestra fe se apoya ahora en la de los apóstoles, y la de éstos en la resurrección de Cristo, que nos permite asegurar con absoluta firmeza: «Dios es amor», aunque no siempre podamos comprender nosotros cómo nos ama.

«Jesús no ha venido a explicarnos el sufrimiento, sino a llenarlo de su presencia» (Claudel). Jesús ha hecho de su cruz una fuente de amor, que nos permite obrar como Él obró.

• «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Quien es Dios?

Solo Dios puede hablar bien de Dios.

En relación a Él, nosotros somos un poco como esas pelotitas que se ven en las ferias, sostenidas por un chorro que las mantiene en equilibrio. «Dios da a todos la vida, el aliento y todo… En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,25.28).

La única certeza que podemos manifestar acerca de Dios es que Él existe como una presencia inefable, una energía a la vez misteriosa, prodigiosa e inteligente, continuamente actuante sobre el mundo, que nos piensa y nos produce a cada instante, porque nosotros no somos el origen de nosotros mismos, como tampoco nuestros antepasados eran origen de sí mismos…

No es lo mismo hacer un pastel o construir una casa que dar la vida a un hijo. Esta tarea requiere una fuerza que nos sobrepasa y que nos es transferida.

Todo lo que podemos añadir es que somos atraidos por una sed de verdad y bien que se nos impone íntimamente y ante la que toda resistencia es vana. Esta corriente de inteligencia, de amor a la verdad y al bien, tiene su origen necesariamente fuera de nosotros.

Es preciso hallar en esta fuente en estado concentrado, en un grado superior, aquello que hallamos en este flujo que somos, es decir: una inteligencia, un amor a la verdad y al bien, en una palabra, una persona. Pero esta fuente, por su misma naturaleza, permanece misteriosa para nosotros, pues ella es el continente y nosotros solo una partecita del contenido.

Dios desborda necesariamente nuestra inteligencia, como el mar desborda el pozalito del niño que en la playa quiere recogerlo (San Agustín).

Dios es infinitamente Otro. Solo podemos captarlo dejándonos captar por Él, o sea adorándolo. No se manifiesta y revela en nuestra conciencia sino cuando nos sujetamos a su voluntad y hacemos a Él la entrega de nosotros mismos.

«Oh tú, el más allá de todo, ¿cómo darte otro Nombre?» (San Gregorio Nazianceno).

• «Yo soy El que soy» (Ex 3,14; Rom 11,34).

Gramatica de Cristo, 4 de 4, Invocar el Nombre

“Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará” asegura San Pablo en el capítulo 10 de la Carta a los Romanos. Y en Juan 17 leemos que Cristo pide al Padre refiriéndose a nosotros: “Guárdalos en tu Nombre.” Invocar el nombre de Dios puede aprenderse del Salmo 116. Es hacer un éxodo, moviendo nuestra confianza de nuestro propio yo hacia la absoluta certeza de Dios.