Ama Dios a todos por igual?

Respetado Fray Nelson : sobre estos 2 conceptos ” Dios NO nos ama a todos por igual ” y por tanto ” tal santo es menos santo que tal otro santo… quisiéramos su autorizada opinión. M.R.M.

* * *

¿A quién ama más Dios? No lo sabemos. Sabemos que su amor es infinito para cada uno, pero el infinito también tiene grados, como han demostrado los matemáticos ya desde el siglo XIX. Por eso debemos afirmar que sabemos que su amor es mayor por unos que por otros pero que no tenemos cómo hacer esa comparación. Un cierto consenso es que su amor se muestra mayor en las conversiones y en el don de la perseverancia final.

¿Quién es más santo que quién? Eso tampoco lo sabemos. Sabemos que hay unos más santos que otros, y hay consenso en que la Virgen María brilla en santidad por encima, no sólo de los hombres sino incluso de los ángeles. Hay cierta claridad sobre la inmensa santidad de San José y de los Apóstoles. Aparte de eso, no sabemos, y es temerario afirmar que conocemos quién es más santo que otro, porque eso supondría tener acceso a la caridad verdadera de cada uno, pues Santo Tomás de Aquino explica que la única diferencia relevante en cuanto a la santidad es el grado del amor, grado que obviamente sólo Dios conoce.

Dios envia o causa cosas malas?

Fray, oí a un predicador decir que Dios manda cosas malas a los hombres también con un propósito, pero ¿no podríamos decir que se contradice Dios a si mismo porque el es Amor y el Bien? Narro el episodio del faraón cuando le endureció su corazón. Por favor esclaréceme este pensamiento. Dios te guarde. Mábel.

* * *

Para comprender lo que está en juego en esta pregunta resulta útil hacer una lista de afirmaciones que sabemos que son ciertas pero que precisamente no se ve cómo puedan ser compatibles entre sí.

1. No hay varios dioses sino un solo Dios. Nada hay entonces que escape de su mano. Todo lo que sucede tiene que suceder ante su mirada y no puede estar por fuera de sus planes y de su poder.

2. Pero vemos que hay maldad en el mundo, y vemos que suceden cosas malas, no sólo a los malos sino también a los buenos.

3. Y sabemos que Dios es el sumo bien, la suprema verdad y la más perfecta bondad.

¿Es Dios bueno y no es causa de lo malo? Si así fuera, entonces el mal tendría una causa fuera de Dios, y entonces sí que habría algo que está fuera de su poder.

¿Es Dios bueno y también manda cosas malas? Entonces, ¿en qué consistiría su bondad?

La clave para una respuesta es preguntarse de qué manera Dios es causa de aquellas cosas que son manifiestamente malas, porque es posible, y de hecho así sucede, que un mismo ser puede ser causa de modos distintos.

Uno tiende a llamar “causa” a todo aquello que concurre para que una cosa suceda. Así por ejemplo, consideremos el caso de un hombre que guarda un revólver en casa. Él es una persona responsable y seria, y tiene todos los permisos legales para la posesión de esa arma, que guarda bajo llave. Pero este hombre tiene un hijo irresponsable y drogadicto que un día, en ataque de locura, violenta la seguridad del papá en su ausencia, saca el arma y comete un crimen por tratar de conseguir dinero para su vicio. Es evidente que la existencia de esa arma fue una condición para que se realizara ese crimen, y en ese sentido el hecho de que aquel hombre tuviera en casa esa arma fue causa de una muerte, porque si él no hubiera tenido esa arma ese crimen en particular no hubiera sucedido. En términos aristotélicos, el arma fue “causa material” del crimen.

Por supuesto, Dios es mucho más que “causa material” pero si uno lo piensa, la voluntad que nos ha otorgado por su designio inescrutable hace que todo lo que recibimos de él sea como el “material” sobre el que nosotros decidimos en una u otra dirección. porque es evidente que el ser humano tiene un margen, relativamente pequeño pero real, de decisión; si esto se niega no se ve cómo se pueda hablar de voluntad o de libertad o de libre albedrío.

¿Entonces qué es lo que corresponde a la acción divina cuando cosas malas nos llegan o cuando las personas cometen actos perversos?

1. Dios es causa de todo cuanto existe pero no puede llamársele único responsable de cuanto sucede.

2. En la medida en que Dios es único creador, su múltiple providencia es como el “material” sobre el que obra, a manera de “causa segunda” nuestra voluntad, de modo que el ser humano tiene auténtica responsabilidad sobre los actos que desea y/o realiza.

3. Nuestras acciones no escapan al conjunto más amplio de la Providencia divina, que de muchos modos saca bienes de los males. Así que aunque Dios en su Providencia haya causado que algo objetivamente malo suceda, eso malo es sólo parte de una historia más amplia en la que finalmente brilla el bien que de él proviene.

Hombres de Fe, 2 de 8, Fe, Esperanza y Amor

¡Hombres de Fe! – Curso de Formación Permanente para la Diócesis de Socorro y San Gil

Tema 2. Fe, Esperanza y Amor

  • Despertar del sentido del pecado: sensación de suciedad, incoherencia, abuso, engaño
  • Pero hay “almohadones” que quieren asfixiar ese despertar; son ellos: el cinismo, el vitalismo ateo de Nietzsche, la cauterización de la conciencia y también el espejismo politeísta, hoy con rostro de relativismo
  • Si uno no cae en esa cuádruple trampa, empieza el itinerario de la formación de la conciencia. Interiormente, el pecado que se reconoce por la conciencia formada; exteriormente, por la Ley, en particular, por los mandamientos de Dios.
  • El Antiguo Testamento es el largo camino necesario para descubrir el yo y sus enfermedades. El pueblo de Dios tuvo que aprender que lo malo no es una cosa externa, sino una realidad que nos acecha desde dentro. Tuvieron que decepcionarse de todas sus instituciones, de modo que sólo un puñado de profetas supieron denunciar a tiempo y a la vez cultivar la esperanza.
  • Jesús de Nazareth enlaza con la predicación de profetas como Jeremías y Ezequiel, que ya mostraron que es el corazón el que debe renovarse y que la Ley no puede permanecer como palabra externa: De dentro, del corazón, vienen las injusticias, adulterios, maldades, enseña Jesús.
  • Pero lo decisivo de la misión de Cristo viene de su sacrificio en la Cruz, en la que la verdad horrorosa del pecado queda patente, y la inesperada oferta del amor divino se hace presente: esta es la PROPUESTA que Dios hace, y nuestra RESPUESTA es la acogida de ese amor de regalo, esa “gracia.”
  • De este modo la fe abre la puerta al amor. Y como ese amor es irrevocable, por ser amor de alianza “nueva y eterna,” de ahí brota la esperanza: ¿qué dificultad será grande para el Dios que ha hecho tanto, y que además se declara a nuestro favor, y viene a permanecer con nosotros?

Quien es Dios para Jesucristo?

Observando orar a Jesús –por la mañana, muy temprano, al final de la tarde–, se le escucha hablar con autoridad de su intimidad con Dios: «mi Padre y Yo somos uno». Viéndole hacer milagros, grandiosos a veces, como la resurrección de Lázaro, los apóstoles sentían que Jesús tenía una visión de Dios de la que ellos carecían.

Jesucristo es como un periscopio, que se asoma al misterio de Dios y habla de Él con competencia. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Todopoderoso: «ni un cabello cae sin su permiso». Es un Artista: «viste maravillosamente los lirios del campo». Pero esas perspectivas no acaban de mostrar la verdadera fisonomía de Dios. Ante todo Dios es un Padre: recuérdese la parábola del hijo pródigo.

Juan resume el pensamiento del Maestro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afirmación está lejos de ser evidente, porque si en la creación está presente la belleza y la excelencia de muchas cosas, también forman parte de ella la enfermedad, la muerte, la guerra, el pecado. Pese a ello, Jesús mantiene su afirmación: Dios es un Padre, fuente de amor y vida. Y persiste en esa afirmación en el mismo momento de la cruz, cuando todo parece decir lo contrario: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y aún más: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», las palabras iniciales de un salmo de confianza.

Pero esta conmovedora afirmación no fue suficiente para los apóstoles. Lo que realmente les ha confirmado en la fe es la resurrección de Cristo, que han entendido como la firma de Dios al fin de su mensaje.

Nuestra fe se apoya ahora en la de los apóstoles, y la de éstos en la resurrección de Cristo, que nos permite asegurar con absoluta firmeza: «Dios es amor», aunque no siempre podamos comprender nosotros cómo nos ama.

«Jesús no ha venido a explicarnos el sufrimiento, sino a llenarlo de su presencia» (Claudel). Jesús ha hecho de su cruz una fuente de amor, que nos permite obrar como Él obró.

• «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Quien es Dios?

Solo Dios puede hablar bien de Dios.

En relación a Él, nosotros somos un poco como esas pelotitas que se ven en las ferias, sostenidas por un chorro que las mantiene en equilibrio. «Dios da a todos la vida, el aliento y todo… En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,25.28).

La única certeza que podemos manifestar acerca de Dios es que Él existe como una presencia inefable, una energía a la vez misteriosa, prodigiosa e inteligente, continuamente actuante sobre el mundo, que nos piensa y nos produce a cada instante, porque nosotros no somos el origen de nosotros mismos, como tampoco nuestros antepasados eran origen de sí mismos…

No es lo mismo hacer un pastel o construir una casa que dar la vida a un hijo. Esta tarea requiere una fuerza que nos sobrepasa y que nos es transferida.

Todo lo que podemos añadir es que somos atraidos por una sed de verdad y bien que se nos impone íntimamente y ante la que toda resistencia es vana. Esta corriente de inteligencia, de amor a la verdad y al bien, tiene su origen necesariamente fuera de nosotros.

Es preciso hallar en esta fuente en estado concentrado, en un grado superior, aquello que hallamos en este flujo que somos, es decir: una inteligencia, un amor a la verdad y al bien, en una palabra, una persona. Pero esta fuente, por su misma naturaleza, permanece misteriosa para nosotros, pues ella es el continente y nosotros solo una partecita del contenido.

Dios desborda necesariamente nuestra inteligencia, como el mar desborda el pozalito del niño que en la playa quiere recogerlo (San Agustín).

Dios es infinitamente Otro. Solo podemos captarlo dejándonos captar por Él, o sea adorándolo. No se manifiesta y revela en nuestra conciencia sino cuando nos sujetamos a su voluntad y hacemos a Él la entrega de nosotros mismos.

«Oh tú, el más allá de todo, ¿cómo darte otro Nombre?» (San Gregorio Nazianceno).

• «Yo soy El que soy» (Ex 3,14; Rom 11,34).

Gramatica de Cristo, 4 de 4, Invocar el Nombre

“Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará” asegura San Pablo en el capítulo 10 de la Carta a los Romanos. Y en Juan 17 leemos que Cristo pide al Padre refiriéndose a nosotros: “Guárdalos en tu Nombre.” Invocar el nombre de Dios puede aprenderse del Salmo 116. Es hacer un éxodo, moviendo nuestra confianza de nuestro propio yo hacia la absoluta certeza de Dios.

De donde viene la idea de Dios?

No es suficiente negar a Dios sin más. Hay que explicar por qué y cómo esta idea puede nacer en el corazón de un hombre.

Habitualmente el ateo considera la idea de Dios como la proyección de sí mismo o de la imagen del Padre en el infinito: una invención del hombre inseguro, que recurre a la ficción del guardián del orden establecido; una ilusión, una alienación, un rechazo a aceptar el estado adulto, el opio del pueblo…

Y, de hecho, no falta alguna concepción perezosa y alienante de Dios y de la religión, que tiende a descargarnos pura y simplemente de nuestras responsabilidades a beneficio de Dios. Los avances de la ciencia ponen en evidencia con toda razón esta visión de Dios como un motor auxiliar del hombre: «el riego moderno ha reemplazado las rogativas».

Pero el Dios verdadero, lejos de una ortopedia para el hombre, es por lo contrario el fundamento de su realidad: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos», dice Jesús (Mt 22,32). Y desde este punto de vista no se puede mantener la objeción de Sartre: «Si el hombre es libre, Dios no existe».

Para un cristiano, Dios no es un competidor. Por el contrario, Dios es el manantial misterioso y el garante de todo, y en particular, de nuestra misma libertad.

Ya es sabida la ocurrencia de Voltaire: «Dios ha hecho al hombre a su imagen y le ha salido respondón». Pero, si tenemos en cuenta las observaciones anteriores, ¿cómo podría ser de otro modo?

Para hablar de Dios el hombre solo dispone de palabras humanas. ¿Esto significa que la idea de Dios es pura creación de la mente humana y que, por tanto, no tiene existencia fuera de ella? ¿Cómo explicar entonces no solamente el instinto de búsqueda ilimitada, sino también la necesidad de infinito de un ser finito, en un mundo determinado, que, según algunos, se basta a sí mismo?

¿De dónde puede surgir la idea de Dios si no es de una realidad de otro orden, de una realidad infinita, que es su fuente, es decir, si no es de Dios mismo?

El hombre sobrepasa su propia condición: «Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Ti” (San Agustín)

• «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35,10).
Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Como explicar el mundo y el universo?

La historia del universo es un enigma apasionante, que los investigadores se esfuerzan en descifrar. Según una reciente teoría, el universo debió comenzar hace unos 12.000 millones de años con una gran explosión… cuyos efectos duran todavía: se trata de la teoría del universo en expansión.

La tierra, con el sistema solar, dataría de 4.600 millones de años. La vida iría apareciendo en sucesivos impulsos con seres cada vez más complejos. Tras las primeras algas azules, de hace 3.700 millones de años, se llega hasta los primates, de hace 2 millones de años, que serían los antepasados inmediatos del hombre. Es la teoría de la evolución.

Más allá de la ciencia

La ciencia trata así de describir la historia del mundo y de la vida. Se esfuerza en explicar el cómo de su aparición. Podríamos conformarnos con este logro; pero el espíritu es audaz y trata de ir más lejos en su investigación, y se adentra en el campo de la filosofía, palabra que no debe asustar. Filosofía significa simplemente el sentido común, el recto criterio que investiga el porqué de las cosas.

Los progresos de la ciencia en el siglo XIX han llevado a creer que el hombre llegaría por sí solo a obtener una completa explicación de la existencia. Sin embargo, cuanto más progresa la ciencia, más crecen los interrogantes sin respuesta, y nuestra inteligencia descubre en la contemplación del mundo y del universo las huellas de otra inteligencia misteriosa y superior actuante. Basta abrir los ojos para llenarse de admiración ante la habilidad de las abejas o ante esa pequeña araña que habita en el agua con una campana de buzo que se ha fabricado ella misma. Cuando uno mira a través del microscopio o del telescopio, el mundo aparece como repleto de inteligencia, como un árbol lleno de savia en primavera.

La teoría de la evolución, lejos de oponerse a la existencia de una inteligencia superior, la exige claramente. Cada etapa de esta evolución se nos muestra como el desarrollo de un programa preestablecido. Y así como el funcionamiento de una lavadora nos remite a la existencia de una inteligencia que la ha programado, la evolución del mundo nos remite también sin duda a una inteligencia que ordena el tiempo y la forma de su desarrollo.

Esta misteriosa inteligencia tiene la particularidad de que solo se muestra a nosotros a través de sus huellas, como un perfume que nos envuelve sin que lleguemos a saber de dónde procede, o como unas pisadas sobre la nieve, que están dando testimonio del paso de aquel cuya identidad no somos capaces de precisar.

En el fondo de nosotros mismos

Esta misteriosa fuerza actuante la captamos también en nuestro mismo interior, en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad, bajo la forma de una atracción hacia la verdad y hacia el bien. Esta fuerza se nos impone aun en el caso de que intentemos resistirla: no podemos pensar que 2 y 2 son 5 o que el mal y el bien son lo mismo.

La atracción de la Verdad y el gusto por el Bien va acompañada en nosotros de sentimientos de libertad y de dignidad, experimentados y percibidos con gran fuerza por nuestros contemporáneos. Y estas realidades interiores nos remiten a su vez a un absoluto capaz de justificarlos.

La misteriosa inteligencia que construye el mundo y que nos construye desde dentro, esa fuerza del bien que invocamos para reclamar nuestros derechos y que fundamenta a la vez nuestros deberes, tiene una consistencia real. A esta realidad hay que darle un nombre, se le llama DIOS.

• «En el principio estaba el Verbo y el Verbo era Dios… Todo fue hecho por Él y sin Él nada se hizo» (Jn 1,1-2).

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.