Tiempo de conversión

Todo lo espero de Ti, Jesús mío: ¡conviérteme!

Cuando aquel sacerdote, nuestro amigo, firmaba “el pecador”, lo hacía convencido de escribir la verdad. -¡Dios mío, purifícame también a mí!

Si has cometido un error, pequeño o grande, ¡vuelve corriendo a Dios! -Saborea las palabras del salmo: «cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies» -el Señor jamás despreciará ni se desentenderá de un corazón contrito y humillado.

Dale vueltas, en tu cabeza y en tu alma: Señor, ¡cuántas veces, caído, me levantaste y, perdonado, me abrazaste contra tu Corazón! Dale vueltas…, y no te separes de El nunca jamás.

Más pensamientos de San Josemaría.

Sin excusas

¡No me seas comodón! No esperes el año nuevo para tomar resoluciones: todos los días son buenos para las decisiones buenas. «Hodie, nunc!» -¡Hoy, ahora! Suelen ser unos pobres derrotistas los que esperan el año nuevo para comenzar…, porque, además, luego… ¡no comienzan!

De acuerdo, has obrado mal por debilidad. -Pero no entiendo cómo no reaccionas con clara conciencia: no puedes hacer cosas malas, y decir -o pensar- que son santas, o que carecen de importancia.

Recuérdalo siempre: las potencias espirituales se nutren de lo que les proporcionan los sentidos. -¡Custódialos bien!

Pierdes la paz -¡y bien lo sabes!-, cuando consientes en puntos que entrañan devolverte en tu camino. -¡Decídete a ser coherente y responsable!

Más pensamientos de San Josemaría.

Camino de victoria sobre el pecado

“Nuestros pecados son perdonados inmediatamente con las palabras de la absolución en la confesión, pero la curación de las inclinaciones pecaminosas se lleva a cabo de una manera muy personal a través de la cooperación con la gracia de Cristo a través del tiempo…”

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LA GRACIA del Domingo 24 de Marzo de 2019

DOMINGO III DE CUARESMA, CICLO C

Escuchemos la llamada a la conversión del Señor sin angustia sino con gratitud y esperanza, avanzando en la Cuaresma para que el amor de Dios de su fruto en nosotros.

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Pecado, Perdón, Amor a Dios

“Entendemos por pecado la negativa voluntaria y libre, actual o habitual, a realizar lo que Dios pide y espera del hombre, expresado en su oferta de amor y amistad que encuentra por nuestra parte una oposición y un no querer amar y abrirnos hacia Dios y hacia el prójimo. O como dice el Catecismo de la Iglesia Católica pecado «es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes» (CEC 1849)…”

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Desprendámonos de las máscaras

“¿Cómo dejar el mostrador [de los impuestos, como Leví, el publicano]? ¿Cómo ser valientes para hacer verdad lo que nos pide el Señor? Es necesaria una decisión valiente: desprendernos de las máscaras que ocultan nuestro rostro. Urge vivir en la verdad, «este soy yo». Urge dejar el mostrador y parar de ocultarnos tras este viviendo a costa de los demás…”

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LA GRACIA del Viernes 15 de Marzo de 2019

No te quedes en tus privilegios creando odio y división en los demás. Hay que tener una actitud de conversión, preguntándote ¿Cómo mejora mi vida mejorando la vida de otros?.

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La palabra necesaria

La novedad del Evangelio, ¿cuál es?

De manera sorprendente una gran cantidad de cristianos no podrían responder a esta pregunta. De hecho, un buen número ni siquiera se lo ha planteado y por eso no es de maravillarse que vean su propia fe como un camino idéntico a cualquier otro cuando se trata de creencias y religiones.

Una razón por la que la pregunta ni siquiera se plantea está en el hecho de la enorme presión que hay sobre la Iglesia para lograr la “existencia” o “supervivencia” social. Fruto colateral del Concilio Vaticano II fue la mentalidad de que la Iglesia debía correr, y correr bastante, para que no la dejara “el Tren de la Historia.” Fue ese el modo prevalente de entender la expresión “aggiornamento” que en la mente del Papa San Juan XXIII significaba adecuación en los medios para difundir el Evangelio pero no cambio alguno en su sustancia ni en sus exigencias. La palabra, tan querida por él, fue “secuestrada” por el ala progresista y muy pronto empezó a significar: “el mundo nos ha abandonado; somos irrelevantes; algo tenemos que hacer para lograr significancia en las nuevas coordenadas sociales.”

Así surgió la idea, o más bien, la tendencia a buscar “relevancia” a toda costa. Uno se asombra de ver cuántas cosas pasan en la Iglesia sobre el presupuesto de “seamos relevantes.” Ya se trate de reventar la liturgia para que pueda conectar con las emociones del hombre moderno, o ya se trate de experimentar con sacerdotes y religiosas en el mundo de la farándula, uno puede ver esa prisa, esa urgencia, de no ser descartados, de no quedarse atrás, de no perder el ritmo del mundo.

Por supuesto, el problema está en que, una vez acordado que el mundo va delante y la Iglesia detrás, será siempre el mundo el que determine los temas, los énfasis e incluso el contenido del Evangelio que está dispuesto a aceptar. Hoy por ejemplo, el mundo acepta con gusto temas de justicia social, ecología, fraternidad universal y espiritualidad neutra, entendida esta simplemente como una pausa en el materialismo. Si la Iglesia no quiere ser rechazada por ese mundo entonces hablará solo de esos temas, y dejará sin perturbación lo que parece discutible en el dogma, como por ejemplo, los novísimos, o lo que es incómodo para el hedonismo individualista actual, como por ejemplo, la defensa de la vida o del matrimonio según el designio de Dios.

La palabra que resulta proscrita en este modo, esencialmente modernista, de ver las cosas es la conversión. En la mentalidad del mundo no cabe que alguien desee o trabaje por la conversión de otros. Tal cosa es vista como un atentado a la libertad y autodeterminación de la persona, que hoy es vista como una especie de absoluto metafísico intocable. Además, y siempre según la misma mentalidad igualitaria tan propia del Modernismo, pretender la conversión de otros implica que hay verdades objetivas, y que no todo da lo mismo. El mundo no está dispuesto a tragar eso de que alguien puede tener la verdad. El dogma prevalente en nuestra cultura es que la verdad es una construcción comunitaria y por eso nadie puede esperar que otro cambie, y si lo pretende, es reo de fundamentalismo, mentalidad inquisitorial y muy posiblemente, sarna mental en avanzado estado.

Llegamos así a una multitud de evangelizadores que no quieren serlo; predicadores que solo quieren “caer bien;” pastores paralizados de miedo con solo pensar que alguien se incomode; actividades pastorales evaluadas puramente en términos de número de selfies e impacto en redes sociales… Pero, ¿un llamado claro, fuerte, cargado de amor y celo por la gloria divina? Escaso, muy escaso.

A las puertas de la cuaresma conviene recordar, subrayar, con humildad pero con absoluta claridad, el llamado de Jesucristo a la conversión.

Así como se oye: dejar el pecado, a través de una buena confesión; emprender la ruta de una vida sellada por la fe, la esperanza y el amor; abrazar el misterio solemne de la Cruz; hacer penitencia por los pecados propios y los del mundo entero; orar con perseverancia y total confianza; dar testimonio, cada vez más pleno, de la gracia recibida con nuestra vida y nuestras palabras, para que también otros tengan la bendita experiencia de la CONVERSIÓN.

LA GRACIA del Domingo 3 de Marzo de 2019

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

Jesús nos llama a conocer nuestras limitaciones, sesgos y prejuicios para poder corregirnos; y luego empezar a conocer a los demás para servirles y evangelizarlos.

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