Siervo de Cristo Jesús

Siervo de Cristo Jesús

Ser apóstol de Jesucristo es en el fondo un misterio inagotable. Y San Pablo lo expresa recurriendo a frecuentes paradojas. Una de ellas es la de que siendo embajador personal de Cristo -con toda la dignidad y autoridad que ello implica- se considera simultáneamente un simple siervo, es decir, un esclavo que pertenece a Cristo y está a su servicio.

Por supuesto, todo cristiano es siervo de Jesucristo, y ello en el sentido más profundo y radical: habiendo sido «comprado» y rescatado por Cristo al precio de su sangre (1 Cor. 6,20), el cristiano pertenece a Cristo, es «de Cristo» (1 Cor. 3,23); no se pertenece a sí mismo (1 Cor. 6,19), ni vive para sí mismo, sino que vive y muere «para el Señor», a quien pertenece enteramente (Rom. 14, 7-9).

Pues bien, esto que corresponde al «estatuto» de todo cristiano, expresa con fuerza insuperable un aspecto de la condición del apóstol de Cristo. Y para ello San Pablo se sirve de tres términos distintos (que no suelen distinguirse en las traducciones), cada uno de los cuales expresa aspectos diversos de la tarea apostólica:

a) «Servidor» (diakonos), que expresa ante todo la idea del servicio a la mesa durante la comida, la preocupación diaria por los medios de subsistencia y -más en general- toda clase de servicios. San Pablo se considera sí mismo «diácono de Cristo Jesús» (2 Cor. 11,23; Col. 1, 7; 1 Tim. 4,6), «diácono del evangelio» (Col. 1,23), «diácono de la justicia» (2 Cor. 11,15), «diácono del Espíritu» (2 Cor. 3,8). Es decir: sirviendo en nombre de Cristo, Pablo ofrece a los hombres el alimento y los medios de subsistencia para su vida: la Buena noticia que es el evangelio, la salvación que justifica y transforma, y el don del Espíritu, fuente de toda vida y santidad, que se derrama por el ministerio del apóstol. Así se configura con Cristo, que ha venido a «servir» a todos (Mc. 10,45).

b) «Esclavo» (doulos), que expresa la idea de realizar algo no por gusto, sino por obligación, por el hecho de encontrarse a las órdenes de alguien. En el mundo griego el esclavo carecía de lo más hermoso de la dignidad humana: la libertad. En realidad, el esclavo no se pertenecía a sí mismo, sino a su dueño, debía renunciar continuamente a su voluntad y debía agradar en todo a su amo (que podía castigarle arbitrariamente e incluso quitarle la vida).

Por otra parte, en el A. T. son llamados siervos de Dios todos los grandes hombres de Israel: Moisés (Jos. 14,7), Josué (Jos. 24,29), Abraham (Sal. 105,42), David (Sal. 89,4), Isaac (Dan. 3,35)… En este contexto, el término expresa la sumisión, respeto y dependencia del hombre respecto de Dios.

Por tanto, cuando San Pablo se denomina a sí mismo «esclavo» de Cristo Jesús (Rom. 1,1; Gal. 1,10; Fil. 1,1; Col. 4,12; Tit. 1, 1) está expresando su conciencia de haber quedado «expropiado» de sí mismo, de su voluntad, de sus planes, de sus gustos… en una palabra, de todo lo suyo -incluida su libertad- para servir del todo y sólo a Cristo y a su voluntad. Teniendo en cuenta que ser esclavo de Cristo le lleva también a hacerse esclavo de aquellos a quienes Cristo le envía ( 2 Cor. 4,5).

c) «Siervo» (hyperetes) designa al criado doméstico que está siempre al lado de su Señor, dispuesto a responder al menor de sus deseos. Al llamarse «siervo de Cristo» (1 Cor. 4,1) Pablo sabe que no tiene otra cosa que hacer que estar pendiente de su Señor -en cuya presencia vive- para secundar dócil e inmediatamente cada una de sus indicaciones.

Pues bien, esta conciencia de siervo -de «siervo inútil», según las palabras de Jesús : Lc. 17,10-, hace permanecer a Pablo profundamente enraizado en la humildad. Sabe que no es más que un pobre y débil instrumento de la acción de su Señor (cf. 1 Cor. 15,10).

Y esta conciencia de siervo le impide «servir a dos señores» (Mt. 6,24). No tiene más que un Señor, Cristo, y sólo a El debe agradar: «Si todavía pretendiera agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal. 1, 10). Y si se hace «siervo» de ellos es «por Jesús» (2 Cor. 4,5), es decir, «por amor» (Gal. 5,13).


El autor de esta obra es el sacerdote español Julio Alonso Ampuero, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Cuando la izquierda se desentendió de la revolución social y se entregó a la ideología de género

“La filosofía de Michel Foucault y su pretensión de que el lenguaje determina la realidad sirvió para cambiar la perspectiva sobre el propio cuerpo y la propia identidad. En todo el mundo, la izquierda ha cambiado radicalmente su estrategia política. Ya solo residualmente proclama como sus objetivos principales los económicos o sociales, como hizo durante los siglos XIX y XX…”

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Sobre el “talante” de Cristo

¿Cuál era el “talante” de Cristo? ¿Qué podríamos decir de su talante, para que fuera referencia para todos nosotros que le seguimos como sus discípulos? — E.F.

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Tu pregunta tiene una profundidad que puede resultar asombrosa: tu petición sobre el talante de Cristo. ¿Por qué?

Hay como tres razones principales:

Primera, porque uno suele mirar al talante de una persona para aplicarlo como modelo a una situación que uno está viviendo, pero resulta que muchas de las decisiones que afrontó Cristo no nos corresponden a nosotros directamente y mucho de lo nuestro no le corresponde a Él. Por poner un caso rápido y extremo; pensemos en la persona que tiene su matrimonio y entonces tiene que preguntarse hasta qué punto la suegra puede o no disponer cosas para evitar problemas con la esposa, es muy difícil aplicar ahí, qué haría Cristo o qué diría Cristo. Digamos que como frase bonita está bien pero es muy difícil de aplicar, entonces la primera dificultad que no encontramos es que es muy difícil trasladar a nuestra realidad lo que es la vida de Cristo y es muy difícil trasladarnos también a su realidad.

De hecho el pasaje que mencionas del capítulo segundo de San Pedro, habla de Cristo como modelo, pero lo plantea como modelo para una situación muy concreta que estaban viviendo los destinatarios de esa carta y era el trato justo, especialmente de aquellos que eran más humildes y que eran maltratados por sus amos, era un régimen de esclavitud, entonces les pone el ejemplo de como Cristo padeció, es un modo de argumentar un poco extraño para nosotros, pero bueno, eso es lo que tiene la carta de Pedro. Osea que plantear un modelo así como general de Cristo es difícil por las muy diversas situaciones que tenemos nosotros.

Otro ejemplo, una persona experimentando envidia en el trabajo es un poco difícil ver quien le tenía envidia en su trabajo específico a Cristo porque Cristo tenía un trabajo absolutamente único que era ser redentor de la humanidad. Tal vez alguien le podía tener envidia por su generosidad, su misericordia, su sabiduría, pero envidia laboral es muy difícil aplicarla a Cristo. Entonces este es un primer punto por el que esta petición tuya resulta compleja.

Lo segundo, por lo que resulta complejo es porque esa obra de imitar a Cristo, que por supuesto es algo que debemos hacer, no estoy diciendo que no lo debamos hacer. San Pablo dice: “Sigan mi camino, o imítenme como yo imito a Cristo”, osea que si es algo que debemos que hacer, claro que si. Pero en ese imitar a Cristo, la obra interior la hace fundamentalmente el Espíritu Santo, es decir es el maestro interior, el que nos va recordando aquellas palabras, aquellas actitudes de Cristo según la situación en la que nos encontramos, fíjate que esto conecta con lo anterior, de manera que nosotros podemos tomar unas enseñanzas generales sobre nuestra fe cristiana que es básicamente lo tenemos en los mandamientos y a partir de ahí la imitación de Cristo es algo absolutamente personalizado que se da según la obra del Espíritu en cada persona y por consiguiente eso va cambiando bastante de una persona a otra. Entonces el que tiene una situación con la suegra o el que tiene un problema de envidia laboral es guiado por ese Espíritu Santo.

Dicho de otra manera, el modo como la Iglesia trata este tema del seguimiento de Cristo es que hay mandamientos y hay consejos; los mandamientos son mucho más objetivos, son externos, se estudian por ejemplo en el catecismo de la Iglesia Católica. Pero a partir de ahí la imitación de quien es Cristo no es algo que esté por fuera de nosotros no es algo que este así como una lección que pueda aprenderse, sino que es la obra interior del Espíritu la que nos va mostrando a través de lo que se suele llamar los consejos, cual es la mejor manera de acercarnos a Cristo en situaciones que Cristo no vivió, en situaciones que los Apóstoles no vivieron, en situaciones que muchos Santos no vivieron, es decir, en la absoluta unicidad , en la absoluta particularidad de mi vida, qué es lo que Dios quiere eso se responde no con una especie de explicación exterior, sino con la acción interior que únicamente da el Espíritu Santo, ese es un segundo motivo.

Y el tercer motivo es que muchas de las enseñanzas de Cristo, tienen como aparentes contradicciones de modo que es muy difícil llegar a un solo modo de obrar. Por ejemplo, Cristo dice: “yo no he venido a abolir la ley” y luego San Pablo nos dice: “La ley quedó abolida.” Entonces en el mismo Nuevo Testamento me voy a encontrar con esa tensión. Cristo dice: “El que no junta conmigo desparrama”, pero también dice Cristo: “El que no nos está atacando, está con nosotros.” Cristo dice: “Pon la otra mejilla”, pero cuando a Él lo golpean entonces Él dice: “Por qué me pegas.” Entonces es muy difícil sacar como una norma de comportamiento, sacar como un código de comportamiento a partir de los Evangelios porque nos vamos a encontrar con estas contradicciones, nos vamos a encontrar con estas como paradojas y entonces ahí queda muy difícil.

En gran resumen, la manera de acercarnos al comportamiento de Cristo es; primero, conocer los Evangelios, recibir la gracia del Evangelio, suplicar el don del Espíritu. Aprender los mandamientos, esa es nuestra referencia exterior y luego interiormente empezar a mirar cual es la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros, por ahí va el camino.

Como te das cuenta tu pregunta es bien densa pero es muy bella y es una aclaración importante.

Amor que todo lo llena

¡Cómo me gusta contemplar a Juan, que reclina su cabeza sobre el pecho de Cristo! -Es como rendir amorosamente la inteligencia, aunque cueste, para encenderla en el fuego del Corazón de Jesús.

Dios me ama… Y el Apóstol Juan escribe: “amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero”. -Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”… -Es la hora de responder: “¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!”, añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!

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