No todas las viudas tenían la misma condición económica en la Biblia

Pregunta: Leo Judit 8;7 y me pregunto> ¿cómo es que hereda una viuda, siendo que eran despojadas? — C.A.B.B.

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No era igual las condiciones de todas las mujeres en aquellos tiempos.

Ya en el Antiguo Testamento sabemos de mujeres que tuvieron una gran influencia pública, como Débora (véase Jueces 4), o que marcaron la historia de la salvación desde el ámbito de lo privado, caso de Rebeca (que eligió cuál de sus hijos recibiría la bendición patriarcal, en Génesis 27), caso de Rut (que sin ser judía fue la bisabuela directa del rey David), caso de Betsabé (la gran amada del rey David, y madre de Salomón), o también, en otro sentido, caso de Dalila (aquella filistea que sedujo y dominó a Sansón (Jueces 16).

Otras mujeres aparecen destacadas como testimonios universales de fe (caso de la viuda de Sarepta y el profeta Elías, en 1 Reyes 17), o de caridad y servicio a los profetas (caso de aquella mujer que apoyó tanto al profeta Eliseo en 2 Reyes 4). Este último ejemplo es muy elocuente porque, según el relato, es ella la que decide disponer de un espacio especial para el profeta, con todas las características que el lugar debe tener.

Así que ser mujer no significaba una sola realidad ni ser viuda implicaba necesariamente pasar terribles penurias. Las viudas y los huérfanos, y a veces también los extranjeros, son presentados a menudo como indigentes porque esa era la condición de muchos, al quedar privados de quién los respaldara “oficialmente” pero, como vemos, las excepciones de tal situación no eran pocas.

¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!

¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!

De los sermones de san Anselmo, obispo

El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la no­che, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio honradas por el uso de los que alaban al Señor.

Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas toda saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra de bendito fruto del seno bendito de la bendita María.

Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida.

¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por criatura!

Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin Ma­ría lo que había sido manchado.

Dios es, pues, el padre de las cosas creadas; y Ma­ría es la madre de las cosas recreadas. Dios es el padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engen­dró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste.

¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a él!

Del amor al bendito Patriarca San José

José: no se puede amar a Jesús y a María sin amar al Santo Patriarca.

Mira cuántos motivos para venerar a San José y para aprender de su vida: fue un varón fuerte en la fe…; sacó adelante a su familia -a Jesús y a María-, con su trabajo esforzado…; guardó la pureza de la Virgen, que era su Esposa…; y respetó -¡amó!- la libertad de Dios, que hizo la elección, no sólo de la Virgen como Madre, sino también de él como Esposo de Santa María.

San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos. Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos -ocultos y luminosos-, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria.

Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre. -Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios.

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