Aquella mañana -para superar la sombra de pesimismo que te asaltaba- también insististe, como haces a diario…, pero te “metiste” más con tu Angel. Le echaste piropos y le dijiste que te enseñara a amar a Jesús, siquiera, siquiera, como le ama él… Y quedaste [de nuevo en paz].
A tu Madre María, a San José, a tu Ángel Custodio… ruégales que hablen al Señor, diciéndole lo que, por tu torpeza, tú no sabes expresar.
Llénate de seguridad: nosotros tenemos por Madre a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Reina del Cielo y del Mundo.