[Predicación a los servidores del Grupo de Oración en la Parroquia de San Antonio Claret, en Lakewood, NJ.]
* Tres imágenes son muy frecuentes cuando se va a hablar del Espíritu Santo: el viento, el fuego y la paloma. Pero en el Nuevo Testamento hay también otras imágenes que nos enseñan bastante de la presencia y la acción del Espíritu.
(1) Las arras. Son como el “adelanto” que indica que un compromiso va en firme, ya se trate de un negocio o de una boda. El Espíritu Santo nos concede, en medio de nuestras batallas, un “adelanto” y certeza de que la victoria es de Dios, y con esa certeza anticipada nos da nueva fuerza.
(2) El Defensor. Mientras que el espíritu perverso es Acusador (satán), que quiere que nos concentremos en los defectos de los demás o que desesperemos de nuestra propia conversión, el Espíritu Santo es Defensor que nos llama al arrepentimiento mientras nos recuerda la inagotable misericordia divina.
(3) El Consolador. Su consuelo no es un contentillo o un premio de consolación o una caricia para el derrotado. Su consuelo es luz que nos muestra la unión de nuestro padecer con el padecer de Cristo, para que nos beneficiemos de su amor inmenso.
(4) El temblor. Varias veces en el Nuevo Testamento encontramos que un fuerte temblor acompaña o sigue a la oración de los discípulos. En ningún caso es temblor que destruye. Es más bien la señal de cómo Dios cambia los cimientos de una vida, sacándonos de las bases falsas y dándonos fundamento auténtico.
(5) Armonía. El Espíritu crea unidad enseñándonos a descubrir el bien hermoso y además necesario que Él mismo está haciendo en otros corazones.