Lo que sigue es mi comentario a esta entrada del blog Cor ad Cor de Luis Fernando Pérez..
Esta frase de réplica resume el drama, y el por qué del intento fallido del Cardenal Tarancón: “¿Acaso la condición de peregrina de la Iglesia es incompatible con su condición de defensora de la fe?”
Ciertamente eran otros tiempos. Y si me preguntáis qué los hacía tan distintos, parte de la respuesta es: una colosal ingenuidad.
Era la época en que se creía que si la Iglesia dejaba sus privilegios el mundo dejaría su incredulidad. Al final resultó que la Iglesia dejó su capacidad de interpelar y el mundo no dejó su dureza, aunque por momentos pareció volverse más cortés.
El tiempo mostró que la secularización de los sacerdotes y el empobrecimiento de la liturgia eran ofertas de una sola vía, es decir, que la supuesta generosidad de una Iglesia que estaba dispuesta a negociar hasta sus dogmas (horror de horrores) no iba a recibir más generosidad que el cinismo de los que nunca se sacian: “Queremos un Cristo sin milagros; y además, sin exigencias morales; y además, sin lugar en la vida pública; y además, sin verdad histórica; y además, y además…”
El engaño está terminando. Al sainete le queda poca vida porque en muchos lugares ya no hay nada más que destruir, habiendo acabado con las ruinas de las ruinas.
Y terminado el sainete, la Iglesia renacerá. No sabe ni puede hacer otra cosa. Y una vez renacida, vigorosa, hermosa con la hermosura que le da su Esposo, la Iglesia habrá aprendido a ser un poco menos ingenua y un mucho más fiel a su propia naturaleza y ser.