Donde no hay mortificación, no hay virtud.
Mortificación interior. -No creo en tu mortificación interior si veo que desprecias, que no practicas, la mortificación de los sentidos.
Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. -¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta…, si luego es cielo para siempre, para siempre…, para siempre? -Y, sobre todo, -mejor que la razón apuntada, “propter retributionem”-, ¿qué importa padecer, si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a El en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?…
¡Los ojos! Por ellos entran en el alma muchas iniquidades. -¡Cuántas experiencias a lo David!… -Si guardáis la vista habréis asegurado la guarda de vuestro corazón.
El mundo admira solamente el sacrificio con espectáculo, porque ignora el valor del sacrificio escondido y silencioso.
Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto.
Paradoja: para Vivir hay que morir.