La revista Time escogió como “personaje del año” a los miles o millones de personas que durante el 2011 han expresado su rabia, frustración, indignación frente al modelo de economía, de política e incluso de sociedad que se han impuesto como estándar por todas partes.
Es curioso el nombre que dicho movimiento, por ahora bastante anárquico y acápite, ha tomado en el mundo anglosajón. De lo que se trata es de “ocupar” (occupy) lugares emblemáticos del mundo financiero y del poder, como decir la muy famosa Wall Street. “Ocupar” que en el fondo quiere decir “reclamar,” recuperar, tomar de nuevo en posesión algo que se ha enajenado en manos de tecnócratas y burócratas.
Se diría que la gente se siente globalmente estafada y desposeída, y de un modo tentativo, y bastante manipulable, para ser sinceros, despierta de ese sueño adolescente llamado “postmodernidad.” Al fin resultó que los “grandes relatos” sí hacen falta, como podía esperarse, porque no se maneja una economía global con relatos locales.
La gran paradoja es que la gente quiere un sistema objetivamente más justo y a la vez no quiere sacrificar una concepción completamente subjetiva del bien y del mal. Esa contradicción interna despierta vandalismo pero es incapaz de construir algo firme.
Es hora entonces de buscar cimientos más consistentes. Es hora de preguntarse de nuevo, y con mayor seriedad que nunca por lo verdadero, por lo bueno, por lo duradero; también por lo santo.