«Creí, por eso hablé» (2 Cor. 4,13)

«Creí, por eso hablé» (2 Cor. 4,13)

Ciertamente son multitud los aspectos y matices acerca de la predicación que aparecen en las cartas de San Pablo. Darían de sobra para una monografía. Al menos recojamos casi en simple enumeración algunos de estos rasgos.

Ante todo la acción evangelizadora de Pablo está presidida por lo que él mismo llama «espíritu de fe» (2 Cor. 4,13). Es esa fe la que le lleva a hablar. Podríamos decir que el dinamismo de la fe desemboca en el anuncio de lo creido. El valor y la fuerza de la predicación está en proporción a la intensidad de la fe.

Es esta fe la que impulsa a anunciar una realidad que para muchos resulta «locura» y «escándalo» (1 Cor. 1,17-25): «nosotros predicamos a un Cristo crucificado» (v. 23); «no quise saber entre vosotros sino a Cristo, y este crucificado» (1 Cor. 2,2). Sólo la fe tiene la certeza de que eso que consideran los hombres locura y escándalo es en realidad la máxima manifestación y realización de la sabiduría y de la fuerza de Dios. Cuando se anuncia con fe a Cristo crucificado, se comprueba que ese mensaje transforma y salva al que lo acoge.

Por la fe el Apóstol sabe que está engendrando a los hombres a una vida nueva (1 Cor. 4,15), que cuando les anuncia a Cristo no sólo les alcanza creer en la verdad (2 Tes. 2,13), sino que les abre a un horizonte de eternidad y de gloria; «para esto os ha llamado por medio de nuestro Evangelio, para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo». (2 Tes. 2,14)

Por la fe, Pablo tiene conciencia de estar realizando una grandiosa liturgia a través de su tarea evangelizadora; pues como ministro de Cristo logra que los hombres, al acoger por la fe el anuncio del Evangelio, se conviertan en una preciosa ofrenda consagrada por el Espíritu Santo para la gloria de Dios (Rom. 15,16).

Como siervo del Evangelio (Col. 1,23), Pablo continúa en la fe su combate, en medio de innumerables tribulaciones y dificultades; incluso aunque él mismo sea encarcelado, «la Palabra no está encadenada» (2 Tim. 2,9), pues puede ser anunciada «a tiempo y destiempo» (2 Tim. 4,2) y continúa su «avance glorioso» (2 Tes. 3,1) hasta «dar cumplimiento a la Palabra de Dios» (Col. 1, 25), es decir, hasta «llenarlo todo del Evangelio de Cristo» (Rom. 15,19). Hasta la enfermedad (Gal. 4,13), la misma cárcel (Fil. 1,12ss) y la comparecencia ante los tribunales (2 Tim. 4,16-17) son ocasión de que se proclame el mensaje y lo oigan los gentiles…


El autor de esta obra es el sacerdote español Julio Alonso Ampuero, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.