Tú -como todos los hijos de Dios- necesitas también de la oración personal: de esa intimidad, de ese trato directo con Nuestro Señor -diálogo de dos, cara a cara-, sin esconderte en el anonimato.
La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad. -Sé santamente tozudo, con confianza. ¡Insiste!…, pero insiste siempre con más confianza.
Persevera en la oración, como aconseja el Maestro. Este punto de partida será el origen de tu paz, de tu alegría, de tu serenidad y, por tanto, de tu eficacia sobrenatural y humana.
Tu vida ha de ser oración constante, diálogo continuo con el Señor: ante lo agradable y lo desagradable, ante lo fácil y lo difícil, ante lo ordinario y lo extraordinario… En todas las ocasiones, ha de venir a tu cabeza, enseguida, la charla con tu Padre Dios, buscándole en el centro de tu alma.