Isabel Catez nació el 18 de julio de 1880, en el campo militar de Avor, cerca de Bourges (Francia). Sus padres se llamaron Francisco José Catez y María Rolland. Tuvo una hermana, llamada Margarita (Guita, en lenguaje familiar), a la que dirigió muchas cartas, que son una fuente importante para conocer su mensaje espiritual.
—El 22 de julio recibió el sacramento del bautismo. Se le impuso el nombre de María Josefa Isabel. Este último nombre fue para ella una revelación de su vocación, como veremos.
La familia Catez se trasladó pronto a Dijon, habitando en una casa cercana al monasterio de las Carmelitas Descalzas. El 2 de octubre de 1887 murió su padre. Cuando se confesó por primera vez e hizo su primera comunión manifestó su deseo de abrazar la vida religiosa (19. 4. 1891).
Isabel recibió una educación esmerada en el orden espiritual y humano, bajo la vigilancia de su madre. Estaba dotada de muy buenas cualidades humanas, con una disposición connatural para la música. Inclinada al recogimiento interior, le atraía fuertemente la vida de las carmelitas y su dedicación a la oración mental. A los catorce años hizo voto de virginidad y se acentuó en ella su vocación al Carmelo. En 1897 manifestó por primera vez este deseo a su madre, que no se manifestó muy favorable a sus propósitos y procuró distraer la atención de su hija, manteniéndola en la vida social de Dijón. Isabel viajó, practicó la música, la danza, hizo amistades y tuvo ofertas de matrimonio; pero nada de eso, dice C. de Meester, sació su sed de absoluto, sino sólo Dios.
—Enero de 1899. Durante unos ejercicios espirituales, dirigidos por el P. Chesnay, recibió la primera experiencia extraordinaria de la inhabitación trinitaria. Sus visitas a las Carmelitas se hicieron más frecuentes. Durante este tiempo comenzó a leer el Camino de Perfección de Santa Teresa. Se avivó su deseo de ingresar en el Carmelo, consiguiendo al fin el beneplácito de su madre, para cuando cumpliese los 21 años de edad.
En 1900 participó en un retiro, dirigido por el jesuita P. Hoppenot e hizo el firme propósito de vivir en adelante en el mundo en espíritu de oración, al estilo de las carmelitas. El 2 de agosto de 1901 vio cumplido su deseo. Ingresó como postulante en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Dijon, del que era priora la Madre Germana de Jesús. El 8 de diciembre vistió el hábito. Se dirigía espiritualemente en este tiempo con el P. Vallée.
El 19 de enero de 1903 hizo su profesión solemne con el nombre de Isabel de la Trinidad. La profesión religiosa fue para ella como un segundo sacramento, que disipó las dudas que le habían atormentado. Entró en contacto con los escritos de san Juan de la Cruz, que fueron para ella como una nueva revelación luminosa en su vocación a la intimidad con Dios y a la vivencia del misterio de la Trinidad. Un año más tarde (1904) escribió su conocida Elevación a la Santísima Trinidad, que revela su profunda vivencia de este misterio.
—En los primeros meses de 1905 se inició el proceso de una penosa enfermedad. Obtuvo dispensa de algunas prácticas de la vida religiosa; pero su vivencia interior no sufrió merma. En la pascua de este año descubrió lo que ella llamó: su misión en el mundo: ser alabanza de gloria de la Trinidad.
En 1906 su vivencia interior se centró plenamente en Cristo y en el misterio trinitario. Vivía revestida de los sentimientos de Jesucristo y asumió sus dolores y sufrimientos para configurarse a su imagen doliente y llenarse más de su amor. En 24 de mayo el Señor le concedió la gracia mística de vivir en su presencia. En este ambiente leyó y saboreó la doctrina de san Pablo, que le ayudó a profundizar en su vocación de alabanza de gloria. En los meses siguientes escribió lo más importante de su mensaje espiritual.
Su enfermedad iba agravándose lentamente. Se sentía asociada a los sufrimientos de Jesús y deseaba ser como una humanidad suplementaria a su pasión. A finales de octubre redactó su testamento espiritual, dirigido a la Madre Germana de Jesús.
El día primero de noviembre recibió su última comunión. Entró en una noche oscura del espíritu, que la configuró aun más con Cristo. La Comunidad la rodeó con el amor fraterno y la plegaria. El día 6 por la mañana, víctima del mal de Adisón, expiró dulce y suavemente, iniciando su canto glorioso de alabanza de la Santísima Trinidad.