La crítica, cuando tengas que hacerla, debe ser positiva, con espíritu de colaboración, constructiva, y nunca a escondidas del interesado. -Si no, es una traición, una murmuración, una difamación, quizá una calumnia… y, siempre, una falta de hombría de bien.
Cuando veas que la gloria de Dios y el bien de la Iglesia exigen que hables, no te calles. -Piénsalo: ¿quién no sería valiente de cara a Dios, con la eternidad por delante? No hay nada que perder y, en cambio, sí mucho que ganar. Entonces, ¿por qué no te atreves?