La pandemia de COVID-19 está todavía lejos de terminar. Tristemente. Sabemos, sin embargo, que en algún punto, dentro de los próximos 48 meses, podrá decirse que se ha superado. Y confiamos en Dios que muchos de nosotros estaremos ahí para alegrarnos, dar gracias a Dios, y recordar entre lágrimas a quienes nos dejaron. Propongo que desde ya nos preparemos para las difíciles conversaciones que inevitablemente tendremos en aquel futuro, que no es remoto pero tampoco tan cercano.
La pandemia no sólo ha herido cuerpos: ha lastimado también relaciones de amistad; ha fracturado familias; ha causado perplejidad en fieles católicos, obligados a escoger entre las opiniones, muchas veces rígidas, de algún sacerdote, en contraste con las opiniones, también rígidas, de algún otro sacerdote. Que si había que vacunarse o no; que si los confinamientos servían o no servían; que si el Apocalipsis estalló o no estalló o qué lo detuvo; que si el virus fue hecho por orden del Nuevo orden Mundial o no; que si las cifras eran reales o eran medio de manipulación… Todas o muchas de esas conversaciones aparecerán en el momento menos esperado y creo que en ese sentido es bueno preparar el corazón con grandes dosis de serenidad, humildad, acogida, comprensión y búsqueda de unidad.
¿Lo habías pensado?