Por estos días se puede decir que estamos hacia la mitad del tiempo de Cuaresma. ¡Cómo pasa el tiempo!
Los atletas que corren grandes distancias nos hablan de una experiencia: la “pared.” Al parecer, cuando alguien está haciendo un esfuerzo físico prolongado hay un momento en que las reservas parecen extinguirse por completo. Una página de corredores lo expresa así (traducimos):
[Estrellarse contra la pared] se refiere al agotamiento del glucógeno almacenado y a la sensación de fatiga y negatividad que suele acompañarlo. El glucógeno es un hidrato de carbono que se almacena en los músculos y el hígado para obtener energía. Es la fuente de combustible más fácil y disponible para quemar durante el ejercicio, por lo que el cuerpo lo prefiere. Cuando te quedas sin glucógeno, incluso tu cerebro quiere detener la actividad como método de preservación, lo que puede conducir al pensamiento negativo que viene junto con [llegar a] la pared…
Posiblemente algo así nos sucede también en el plano espiritual: el entusiasmo se apaga, la motivación se oscurece, el camino parece demasiado largo, una sensación extraña de derrota anticipada parece decirnos que jamás lo lograremos.
Los grandes atletas aprenden a vencer “la pared.” Todo empieza por saber que es una experiencia que muy probablemente uno va a tener; saberlo ya elimina ese elemento de desconcierto que tanto daño puede hacernos. En segundo lugar, hay que comprender que la mayor parte del combate no está en los músculos sino en la mente. En el plano espiritual, por ejemplo, el enemigo sabe que desanimarnos es ya una victoria para su obra de tinieblas. En tercer lugar, la clave está siempre en perseverar. El metabolismo cambia después golpearse con “la pared,” dicen los atletas; así también nosotros: nuestro “metabolismo espiritual” debe cambiar con grandes dosis de apoyo en Dios, que no falla, y no en nuestras fuerzas, que a menudo son impredecibles.
Sea que ya te hayas estrellado no con “la pared”: ¡ánimo y nuevas fuerzas para lo que nos queda de cuaresma!