Al traerte a la Iglesia, el Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios. -No lo olvides.
Dale muchas gracias a Jesús, porque por El, con El y en El, tú te puedes llamar hijo de Dios.
Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a estar alegres siempre? -Piénsalo.