Temas de las lecturas: Mi ángel irá por delante * Que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos * Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial
1. Redescubriendo a los Santos Ángeles
1.1 En nuestro tiempo hay un interés muy grande por los ángeles, aunque lamentablemente no suele estar bien orientado. Se les ve sólo como figuras benévolas, más o menos irreales, que pueden traernos beneficios de sabiduría o darnos pistas sobre cómo guiar la vida más allá de lo que ven nuestros ojos. Esto, en sí mismo, no es contrario a nuestra fe, ni más faltaba, pero a ello se le pretende añadir toda una suerte de “mecanismos” mentales y de prácticas cercanas a la supesrtición y el espiritismo para finalmente llevarnos a una especie de espiritualidad sin vida moral, sin base real en la Escritura y sin relación con la gracia que Cristo mereció para nosotros en el sacrificio redentor del calvario. El resultado es un mercantilismo y una confusión deplorable, que sí parecen obra de un ángel, pero ángel perverso: Satanás.
1.2 En parte esto ha sucedido así por culpa de nosotros los católicos, que dejamos relegar este tema a los bordes de la fábula y la fantasía, como si no fuera cosa que se pudiera tratar con seriedad, profundidad y gran provecho. Por eso se impone el acercarnos, sin prisa pero sin pereza, a esta parte tan hermosa de nuestra fe, la cual, bien entendida, nos recuerda un aspecto bellísimo de la Providencia de Dios, y nos eleva a la consideración de nuestro llamado a una vida santa y a una esperanza celeste.
2. Orígenes de esta festividad
2.1 Recomendamos la página católica de Aciprensa (http://www.aciprensa.com) de la cual entresacamos lo correspondiente a este numeral.
2.2 En la Biblia la palabra Ángel significa “Mensajero”, un espíritu purísimo que está cerca de Dios para adorarlo, y cumplir sus órdenes y llevar sus mensajes a los seres humanos.
2.3 En el siglo II el gran sabio Orígenes señalaba que: “los cristianos creemos que a cada uno nos designa Dios un ángel para que nos guíe y proteja”.
2.4 En el Nuevo Testamento es tan viva la creencia de que cada uno tiene un ángel custodio, que cuando San Pedro al ser sacado de la cárcel llega a llamar a la puerta de la casa donde están reunidos los discípulos de Jesús, ellos creen al principio, que no es Pedro en persona y exclaman: “Será su ángel” (Hch 12, 15).
2.5 En el año 800 se celebraba en Inglaterra una fiesta a los Ángeles de la Guarda y desde el año 1111 existe una oración muy famosa al Ángel de la Guarda. Dice así: “Ángel del Señor, que por orden de su piadosa providencia eres mi guardián, custodiame en este día (o en esta noche) ilumina mi entendimiento, dirige mis afectos, gobierna mis sentimientos, para que jamás ofenda a Dios Señor. Amen.”
2.6 Y en el año 1608 el Sumo Pontífice extendió a toda la Iglesia universal la fiesta de los Ángeles Custodios y la colocó el día 2 de octubre.
3. ¿Qué puden hacer por nosotros?
3.1 Ahora nos habla el Papa Juan Pablo II, en su catequesis del 6 de agosto de 1986.
3.2 La Iglesia, iluminada por la luz que proviene de la Sagrada Escritura, ha profesado a lo largo de los siglos la verdad sobre la existencia de los ángeles como seres puramente espirituales, creados por Dios. Lo ha hecho desde el comienzo con el Símbolo niceno-constantinopolitano y lo ha confirmado en el Concilio Lateranense IV (1215), cuya formulación ha tomado el Concilio Vaticano I en el contexto de la doctrina sobre la creación: Dios “creó de la nada juntamente al principio del tiempo, a ambas clases de creaturas: las espirituales y las corporales, es decir, el mundo angélico y el mundo terrestre; y después, la creatura humana que, compuesta de espíritu y cuerpo, los abraza, en cierto modo, a los dos” (Const. De fide Cath… DS 3002). O sea: Dios creó desde el principio ambas realidades: la espiritual y la corporal, el mundo terreno y el angélico. Todo lo que El creó juntamente (“simul”) en orden a la creación del hombre, constituido de espíritu y de materia y colocado según la narración bíblica en el cuadro de un mundo ya establecido según sus leyes y ya medido por el tiempo (“deinde”).
3.2 Juntamente con la existencia, la fe de la Iglesia reconoce ciertos rasgas distintivos de la naturaleza de los ángeles. Su fe puramente espiritual implica ante todo su no materialidad y su inmortalidad. Los ángeles no tienen “cuerpo” (si bien en determinadas circunstancias se manifiestan bajo formas visibles a causa de su misión en favor de los hombres), y por tanto no están sometidos a la ley de la corruptibilidad que une todo el mundo material. Jesús mismo, refiriéndose a la condición angélica, dirá que en la vida futura los resucitados “no pueden morir y son semejantes a los ángeles” (Lc 20, 36).
3.3 En cuanto creaturas de naturaleza espiritual, los ángeles están dotados de inteligencia y de libre voluntad, como el hombre, pero en grado superior a él, si bien siempre finito, por el límite que es inherente a todas las creaturas. Los ángeles son, pues, seres personales y, en cuanto tales, son también ellos, “imagen y semejanza” de Dios. La Sagrada Escritura se refiere a los ángeles utilizando también apelativos no sólo personales (como los nombres propios de: Rafael, Gabriel, Miguel), sino también “colectivos” (como las calificaciones de: Serafines, Querubines, Tronos, Potestades, Dominaciones, Principados), así como realiza una distinción entre Ángeles y Arcángeles. Aún teniendo en cuenta el lenguaje analógico y representativo del texto sacro, podemos deducir que esto seres-personas, casi agrupados en sociedad, se subdividen en órdenes y grados, correspondientes a la medida de su perfección y a las tareas que se les confía. Los autores antiguos y la misma liturgia hablan también de los coro angélicos (nueve, según Dionisio el Areopagita). La teología, especialmente la patrística medieval, no ha rechazado estas representaciones, tratando en cambio de darle una explicación doctrinal y mística, pero sin atribuirles un valor absoluto. Santo Tomás ha preferido profundizar las investigaciones, sobre la elevación espiritual de estas criaturas puramente espirituales, tanto por su dignidad en la escala de los seres, como porque en ellos podía profundizar mejor las capacidades y actividades propias del espíritu en el estado puro, sacando de ello no poca luz para iluminar los problemas de fondo que desde siempre agitan y estimulan el pensamiento humano: el conocimiento, el amor, la libertad, la docilidad a Dios, la consecución de su reino.
3.4 El tema a que hemos aludido podrá parecer “lejano” o “menos vital” a la mentalidad del hombre moderno. Y sin embargo la Iglesia, proponiendo con franqueza toda la verdad sobre Dios creador incluso de los ángeles, cree prestar un gran servicio al hombre. El hombre tiene la convicción de que en Cristo, Hombre-Dios, es él (y no los ángeles) quien se halla en el centro de la Divina Revelación. Pues bien, el encuentro religioso con el mundo de los seres puramente espirituales se convierte en preciosa revelación de su ser no sólo cuerpo, sino también espíritu, y de su pertenencia a un proyecto de salvación verdaderamente grande y eficaz dentro de una comunidad de seres personales que para el hombre y con el hombre sirven al designio providencial de Dios.
3.5 Notamos que la Sagrada Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios mediante el amor consumado que brota de la visión beatífica cara a cara, de la Santísima Trinidad. Lo dice Jesús mismo: “Sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 18, 10). Ese “ver de continuo la faz del Padre” es la manifestación más alta de la adoración de Dios. Se puede decir que constituye esa “liturgia celeste”, realizada en nombre de toso el universo, a la cual se asocia incesantemente la liturgia terrena de la Iglesia, especialmente en sus momentos culminantes. Baste recordar aquí el acto con el que la Iglesia, cada día y cada hora, en el mundo entero, antes de dar comienzo a la plegaria eucarística en el corazón de la Santa Misa, se apela “a los Ángeles y a los Arcángeles” para cantar la gloria de dios tres veces Santo, uniéndose así a aquellos primeros adoradores de Dios, en el culto y en el amoroso conocimiento del misterio inefable de su santidad.
3.6 También según la Revelación, los ángeles que participan en la vida de la Trinidad en la luz de la gloria, están también llamados a tener su parte en la historia de la salvación de los hombres, en los momentos establecidos por el designio de la Providencia Divina. “¿No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salud?”, pregunta el autor de la Carta a los Hebreos (1, 14). Y esto cree y enseña la Iglesia, basándose en la Sagrada Escritura, por la cual sabemos que es tarea de los ángeles buenos la protección de los hombres y la solicitud por su salvación.
3.7 Hallamos estas expresiones en diversos pasajes de la Sagrada Escritura, como por ejemplo en el Salmo 90/91, citado ya repetidas veces: “Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras” (Sal 90/91, 11-12). Jesús mismo, hablando de los niños y amonestando a no escandalizarlos, apela a sus “ángeles” (Mt 18, 10). Además, atribuye a los ángeles la función de testigos en el supremo juicio divino sobre la suerte de quien ha reconocido o renegado a Cristo: “A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios” (Lc 12, 8-9; cf. Ap 3, 5). Estas palabras son significativas porque si los ángeles toman parte en el juicio de Dios, están interesados en la vida del hombre. Interés y participación que parecen recibir una acentuación en el discurso escatológico, en el que Jesús hace intervenir a los ángeles en la parusía, o sea, en la venida definitiva de Cristo al final de la historia (cf. Mt 24, 31; 25, 31. 41).
3.8 Entre los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles nos hacen conocer especialmente algunos episodios que testimonian la solicitud de los ángeles por el hombre y su salvación. Así, cuando el ángel de Dios libera a los Apóstoles de la prisión (cf. Hch 5, 18-20), y ante todo a Pedro, que estaba amenazado de muerte por la mano de Herodes (cf. Hch 12, 5-10). O cuando guía la actividad de Pedro respecto al centurión Cornelio, el primer pagano convertido (Hch 10, 3-8; 11, 12-13), y análogamente la actividad del diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza (Hch 8, 26-29).
3.9 De estos pocos hechos citados a título de ejemplo, se comprende cómo en la conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el ministerio confiado a los ángeles en favor de los hombre. Por ello la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando el recurso a su protección con una oración frecuente, como en la invocación del “Ángel de Dios”. Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San Basilio: “Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida” (cf. San Basilio, Adv, Eunomium, III, 1; véase también Santo Tomás, S. Th., I, q. 11, a. 3).