San Genaro y Compañeros Mártires.-
Mártir, Obispo de Benevento, se cree que San Genaro sufrió persecución por Diocleciano, c.305. Con respecto a la historia de su vida y martirio, conocemos bastante poco. Las colecciones varias de “Hechos”, aunque numerosas, -(cf. Biblioteca Hagiographica Latina, n. 4115-4140)-, son extremadamente tardías y poco confiables.
Beda (c. 733) en su “Martyrologium”, sintetizó la llamada “Acta Bononiensia” (ver Quentin, “Les Martyrologes historiques”, 76). Podemos rastrear desde esta fuente la siguiente acepción en el actual Martirologio Romano, aunque la referencia del milagro de la licuefacción es una adición de una fecha más reciente:
“En Pozzuoli en Campania [la memoria] de los santos Mártires Genaro, Obispo de Benevento, Festo, y Desiderio, lector, junto con Socio, Diácono de la Iglesia de Misenas, Próculo, Diácono de Pozzouli, Eutiques y Acucio, quienes tras sufrir cadenas y prisión, fueron decapitados en el tiempo del Emperador Diocleciano”.
“El cuerpo de San Genaro fue llevado a Nápoles, donde se le sepultó honorablemente en la iglesia. Ahí, su santa sangre es conservada en una redoma de cristal. Esta sangre, al estar cerca de su cabeza, se torna líquida y burbujea como si estuviera fresca.”
En el Breviario se da un recuento más largo. Se nos dice que “Timoteo, Presidente de Campania”, fue el oficial que condenó a los Mártires, que a Genaro lo arrojaron a un horno ardiente sin que las llamas lo tocaran y que después, el Santo y sus Compañeros fueron expuestos a bestias salvajes en el anfiteatro, no teniendo ningún efecto.
Timoteo, al declarar que eso se debía a la magia y ordenar la decapitación de ellos, fue atacado por la ceguera. Pero Genaro lo curó y cinco mil personas fueron convertidas a Cristo antes de que los Mártires fueran degollados.
Entonces, como dice la lección del Breviario, “las ciudades de esas costas pelearon por obtener los cuerpos, para honrarse como sus sepulcros y asegurarse de tenerlos como abogados ante Dios. Por su voluntad, las reliquias de Genaro fueron llevadas finalmente a Nápoles, después de haber sido trasladadas de Pozzuoli a Benevento y de ahí, a Monte Vergine”.
Cuando las reliquias llegaron de ese lugar a Nápoles, fueron puestas en la iglesia principal, y han alcanzado gran fama por los abundantes milagros. Entre éstos, resulta destacable el haber calmado erupciones del Monte Vesubio, cuando pareció que tanto las cercanías como lugares alejados, iban a ser destruidos.
También es bastante conocido y constituye un hecho claro que se puede ver hasta nuestros días, que la sangre de San Genaro, que se conserva seca en una pequeña redoma de cristal, al ponerse a la vista de la cabeza de dicho Mártir, empieza a bullir y a burbujear de una forma muy extraña, como si estuviera fresca y recién derramada.
Es especialmente este milagro de la licuefacción, el que ha dado celebridad al nombre de Genaro, y en esto ocuparemos nosotros nuestra atención.
Establezcamos cuanto antes que la suposición de truco o impostura deliberada está fuera de cuestión, como ahora están dispuestos a admitir los oponentes honestos.
Por más de cuatrocientos años ha ocurrido la licuefacción en intervalos frecuentes. Si fuera un truco, sería necesario admitir que todos los Arzobispos de Nápoles y un sinnúmero de eclesiásticos eminentes por su saber y muchas veces por su gran santidad, fueron cómplices del fraude, así como un gran número de funcionarios seglares.
Porque la reliquia está tan protegida, que su exposición requiere de la presencia de tanto autoridades civiles como eclesiásticas. Además, en todos estos cuatrocientos años, ninguno de los muchos que bajo la suposición de un fraude han estado en la secreta, ha dado alguna explicación o revelado cómo ocurre el aparente milagro.
Un fuerte testimonio de esta verdad es el hecho de que incluso en estos tiempos, los oponentes racionalistas a una explicación sobrenatural, están totalmente en desacuerdo sobre cómo debe ser el fenómeno.
Lo que en verdad sucede, puede ser descrito así en forma breve:
En un relicario de plata, que de alguna manera sugiere por su forma y tamaño una pequeña lámpara de carruaje, dos redomas están unidas. La menor contiene sólo restos de sangre y no nos ocuparemos de ella aquí.
La más grande, un frasquito con forma de garrafa de diez centímetros de altura y cerca de cinco y medio de diámetro, está llena en más de la mitad con una masa oscura y sólida, absolutamente opaca cuando es llevada ante la luz, no mostrando ningún desplazamiento cuando el relicario es volteado hacia abajo.
Ambos frascos parecen estar fijados en la cavidad del relicario por medio de algún poderoso pegamento, pues están herméticamente sellados. Es más, debido al hecho de que la masa oscura en el frasco está protegida por el grosor del cristal, presumiblemente es poco afectada por la temperatura del aire que lo rodea.
Dieciocho veces cada año, -1) el sábado anterior al primer domingo de mayo y los ocho días siguientes, 2) en la fiesta de San Genaro (19 de septiembre) durante la octava, y 3), el 16 de diciembre-, un busto de plata en que se cree contiene la cabeza del Santo, es expuesto en el altar y el relicario ya descrito, es sacado y llevado por el oficiante a la vista de la concurrencia.
La gente reza implorando que ocurra el milagro, mientras que un grupo de mujeres pobres conocidas como “zie di San Gennaro” (tías de San Genaro), se distinguen especialmente por su fervor y a veces cuando el milagro se demora, por la extravagancia de sus súplicas.
El oficiante usualmente toma el relicario por sus extremos sin tocar el cristal, y de cuando en cuando lo voltea hacia abajo para advertir cualquier movimiento perceptible en la masa oscura de la redoma.
Después de un intervalo de duración variable, por lo general no menos de dos minutos o más de una hora, se ve que la masa gradualmente se separa de los lados de la redoma, se torna líquida y de un color más o menos carmesí, y en algunas ocasiones comienza a derretirse y burbujear, aumentando su volumen.
Entonces, el oficiante anuncia: “Il miracolo é fatto”, se canta un Te Deum y el relicario conteniendo la sangre licuefacta es llevado a la balaustrada del altar, donde los fieles pueden venerarlo besando el depósito.
Rara vez la licuefacción ha dejado de ocurrir en las exposiciones de mayo o septiembre, pero en la del 16 de diciembre, la masa permanece sólida más frecuentemente.
Es por eso que muchos consideran el fenómeno de la licuefacción como producido por los efectos del calor. Sostienen que existen ciertas sustancias, por ejemplo, una mezcla de aceite de ballena con éter, que tienen un punto de ebullición bastante bajo.
El calor producido por las manos del oficiante, la apretada multitud de espectadores, las luces del altar y en particular la vela que antiguamente se ponía cerca al relicario para permitir a la gente ver que la masa estaba opaca, se combina con el aumento de la temperatura del aire, hasta el punto de derretir la sustancia en la redoma –que se asume que es sangre, aunque nunca nadie la ha analizado –.
Es más, desde los primeros años del siglo dieciocho, científicos escépticos, usando ciertos compuestos químicos, han reconstruido el milagro con mayor o menor éxito. Esto es, que han sido capaces de exhibir alguna sustancia roja, que a pesar de ser en un principio aparentemente sólida, acaba por derretirse después de un intervalo de tiempo sin ninguna aplicación directa de calor.
Sin embargo, puede decirse con absoluta confianza, que la teoría del calor no produce ninguna explicación adecuada a los fenómenos observados.
Desde hace más de un siglo, se han realizado cuidadosas observaciones de la temperatura del aire en las cercanías de la reliquia durante estas ocasiones, y se han guardado registros.
Lo cierto es que acorde a las memorias científicas de los profesores Fergola, Punzo y Speindeo, no hay ninguna relación directa entre la temperatura, el tiempo y la forma de la licuefacción.
Muchas veces, cuando el termómetro ha estado a 25 grados centígrados y hasta más, la licuefacción se ha demorado hasta por veinte minutos e inclusive por cuarenta, mientras que por otro lado, el contenido de la redoma algunas veces se fundió en un tiempo considerablemente menor, estando el termómetro en 18 o 15 grados.
Es más, la teoría del calor no puede ser tomada en cuenta bajo ningún motivo, por otro hecho remarcable observado desde hace doscientos años. La masa que se derrite incrementa su volumen, pero no retorna necesariamente a su volumen original.
A veces se ve que toda la redoma está ocupada y otras veces poco más de la mitad. Esto ha llevado a que un científico napolitano, el profesor Albini, sugiera que una nueva teoría física se deriva de observar el comportamiento de un fluido viscoso como la miel, parcialmente congelada.
Él conjetura, que la sustancia desconocida de la redoma, consiste en una materia sólida altamente dividida, que se mantiene suspendida por una cantidad desproporcionadamente pequeña de líquido.
Finalmente, el líquido se hunde en el fondo de la redoma , mientras las partículas sólidas forman una suerte de corteza que no se mueve fácilmente cuando el recipiente es puesto hacia abajo. Sin embargo, se alcanza la cohesión mediante movimientos repetidos como los que experimenta el relicario mientras se espera impacientemente la licuefacción.
Después, ese líquido viscoso se endurece fácilmente en las paredes del recipiente y permite la aparición de grandes burbujas de aire que originan la ilusoria apariencia de un cambio de volumen. El profesor Albini sostiene haber reproducido el fenómeno con un compuesto de chocolate en polvo y suero lácteo.
Por otro lado, aquellos que han estudiado de cerca el proceso de la licuefacción del contenido de la redoma, declaran que tal explicación es absolutamente imposible.
Además, parecen existir ejemplos de licuefacción bastante probados, que ocurren tanto en este caso como en similares reliquias de sangre cuando el relicario no ha sufrido el más mínimo movimiento.
Por consiguiente, se ha sugerido que el fenómeno ocurre debido a cierta forma de fuerza psíquica. (ver Di Pace, “Ipotesi scientifica sulla Liquefazione”, etc., Nápoles, 1905).
La concentración de pensamiento y voluntad de la multitud expectante y especialmente de las “tías de San Genaro”, tiene capacidad para producir un efecto físico.
Pero a esto, se debe presentar el hecho de que la licuefacción ha ocurrido muchas veces de manera inesperada y en la presencia de muy pocos espectadores.
Probablemente, la dificultad más seria contra el carácter milagroso del fenómeno, se deriva del hecho de que la misma licuefacción ocurre en el caso de otras reliquias, casi todas conservadas en las cercanías de Nápoles o de origen napolitano.
Entre estas reliquias, se incluyen la sangre de San Juan Bautista, San Esteban el Protomártir, San Pantaleón, Santa Patricia, San Nicolás de Tolentino y San Luis Gonzaga, entre otros.
En el caso de la supuesta licuefacción de la llamada “Sangre de Nuestra Señora” o la de la grasa de Santo Tomás de Aquino, quizás nos encontremos ante pura ficción, pero en las redomas tradicionalmente asociadas con los nombres de San Juan Bautista, San Esteban y San Pantaleón, indudablemente exhiben en sus respectivos días de fiesta fenómenos exactamente análogos a los ocurridos en el caso de la más famosa reliquia de San Genaro.
Además, ha sido comprobado por testigos oculares de crédito científico y alta respetabilidad, que un bloque de basalto en Pozzuoli, que tiene fama de llevar restos de sangre de San Genaro, se torna vívidamente rojo por un corto tiempo en mayo y septiembre a la misma hora en que el milagro de la licuefacción tiene lugar en Nápoles.
Tres puntos sostenidos por investigaciones recientes pueden merecer especial atención:
Parece que el primer registro seguro de la licuefacción de la sangre de San Genaro data de 1389, (ver de Blassis, “Chronicon Siculum incerti auctoris”, Nápoles, 1887, 85), y no de 1456 como se suponía antiguamente.
En 1902 se le permitió al profesor Sperindeo, pasar un rayo de luz a través de la parte superior de la redoma durante la licuefacción y examinarlo espectroscópicamente.
El experimento arrojó líneas distintivas del espectro de la sangre. Esto, sin embargo, sólo prueba que existe alguna cantidad de muestras de sangre en el contenido de la redoma.
Lo más notable de todo, es que la evidente variación en el volumen de la reliquia llevó entre 1902 y 1904 a una serie de experimentos en los cuales todo el relicario fue pesado en una balanza bastante exacta.
Se encontró, que el peso no era más constante que el volumen, y que el peso del relicario cuando la sangre llenaba toda la cavidad de la redoma, excedía por 26 gramos el peso de la redoma cuando parecía medio llena. Esta gran diferencia hace que sea imposible creer, que tal variación substancial en el peso, se deba a un error de observación.
Estamos obligados a aceptar el hecho de que contrariamente a toda ley conocida, un cambio ocurre en los contenidos del recipiente herméticamente cerrado, que los hace más pesados o más ligeros en proporción aproximada a su volumen aparente. (Cavène,333-39).
La realidad del milagro de San Genaro ha sido repetidamente sujeta de controversia. Ha tenido que ver con muchas conversiones al catolicismo, notablemente la del viejo Herder.
Sin embargo y desafortunadamente, se han hecho alegaciones de veredictos favorables expresados por hombres de ciencia de nota, que no siempre son comprobables. El supuesto testimonio del gran químico Sir Humphry Davy, que aparentemente expresó su creencia en la autenticidad del milagro, parece ser uno de estos casos.
Aunque en muchos aspectos peca de poco crítico, el mejor recuento del milagro de San Genaro es el de CAVENE, Le Célèbre Miracle de S. Janvier (Paris, 1909). Desde el punto de vista histórico, mayores detalles pueden encontrarse en TAGLIALATELA, Memorie Storicocritiche del Culto e del Sangue di S. Gennaro (Naples, 1896).
Entre otros trabajos, puede mencionarse: JANUARIO, Il Sangue di S. Gennaro (Naples, 1902); dos artículos por SILVA y SPERINDEO en el Ommagio della Rivista di Scienze e Lettere, por el aniversario del martirio del Santo en 1905; SPERINDEO, Il Miracolo di S. Genaro (3ra ed., Naples, 1908); THURSTON en The Tablet, 22 y 29 May, 1909, seguido por una correspondencia en el mismo periódico.
Más antiguos son, PUNZO, La Teca di S. Genaro (Naples, 1880); IDEM, Indagini ed osservazioni sulla Teca (Naples, 1890); ALBINI in Rendiconti dell’ Accademia delle Scienze fisiche e matematiche (Società Reale di Napoli), serie II, vol. IV (1890), 24-27; Acta SS., 19 Septiembre.
Existe un excelente artículo de LECANU en MIGNE, Dictionnaire des Prophéties et des Miracles (1852), 1010-1016. Libros más antiguos, como los de PUTIGNANI, TUTINI, FALCONE, etc., son demasiado numerosos para mencionarlos y son en gran parte muy poco e incluso nada críticos.
Los muchos “Hechos” de San Genaro han sido editados por SCHERILLO en Atti Accad. Archeol. Napoli, VIII (1876), pt. I, 147-330. Para mayor información bibliográfica: CHEVALIER, Bio-Bibl.