Santa Gemma Galgani.-
Santa Gemma nació el 12 de marzo de 1878 en el pueblo de Borgonovo de Capannori, Italia. Tuvo como padres a Enrique Galgani y Aurelia Landi, quienes tuvieron 8 hijos: Carlos, Guido, Héctor, Gino, Antonio, Angelina y Julita.
De ellos, Gemma fue la cuarta en nacer y la primera niña de la familia. Al día siguiente, fue bautizada por el Padre Pedro Quilici, Párroco de San Miguel, bajo los nombres de Gemma Hipólita Pía.
Luego de un mes, toda la familia se mudó a Lucca, donde vivió el resto de su vida. Desde muy niña, Gemma mostró signos de santidad.
A la edad de cuatro años, estaba de visita en la casa de su abuelita, cuando ésta, al entrar en su cuarto, la encontró de rodillas frente a una imagen de la Virgen.
La abuela corrió a llamar al tío, quien la contempló por largos minutos. Luego le dijo: “¡Gemmita! ¿Que estás haciendo?” La niña, sin inmutarse, contestó: “Estoy rezando el Ave María. Salid que estoy en oración”.
Desde esta tierna edad, la oración era ya para ella el sostén de su vida y de sus virtudes.
Nos podríamos preguntar: ¿Quién enseñó a Gemma a amar a Jesús y a María? Su primera y gran maestra en la escuela del amor a Jesús fue su madre, Doña Aurelia, quien inculcó en el corazón de la hija lo que sería el distintivo especial de toda su vida:
El amor a Cristo Crucificado, del que llegaría a ser como imagen viva, y un amor a la Santísima Virgen, que hizo su santidad tan dulce y atrayente.
Al hablar sobre su infancia, Santa Gemma señaló: “De lo primero que me acuerdo es que mi mamá, cuando yo era pequeñita, acostumbraba tomarme a menudo en brazos, y llorando, me enseñaba un crucifijo. Me decía que Él había muerto en la Cruz por los hombres.”
Hubo también entre ellas, diálogos como éste: – “Hija mía”, -me decía mamá-, “yo moriré pronto y tendré que dejarte. Si pudiera, te llevaría conmigo. ¿Te gustaría venir?”
-“Y, ¿a dónde vamos?”, le preguntaba yo. -“Al Paraíso con Jesús y con los Ángeles.”
A los siete años de edad, el 26 de Marzo de 1885, Gemma recibió la confirmación por medio de Monseñor Nicolás Ghilardi, Arzobispo de Lucca.
Durante la Ceremonia se desarrolló entre el Espíritu Santo y Gemma este diálogo: “De repente, una voz me dijo al corazón: -¿Quieres darme a tu mamá?”
-“Sí”, respondí, “pero, llévame también a mí”. -“No”, me replicó la voz, “dame generosamente a tu mamá. Tu debes quedar por ahora con papá. Llevaré a tu mamá al Cielo, ¿sabes? ¿Me la entregas de buena gana?”
“Tuve que decir que sí. Acabada la misa fui corriendo a casa. ¡Dios mío! Miraba a mamá y lloraba; no podía contenerme”.
Mi Madre, Santa María.
Al morir su mamá, Gemma indicó: “Al perder a mi madre terrena, me entregué a la Madre del Cielo. Postrada ante su imagen, le dije: ¡María! Ya no tengo madre en la tierra; sé tú desde el Cielo mi Madre”.
Y también expresó: “¡Oh, cuántas veces, depositando en mi Mamá del Cielo las angustias y penalidades de mi corazón afligido, Ella me consolaba! ¡Sí! Yo recuerdo que hallándome en las mayores angustias, huérfana de madre en la tierra, me tendió cariñosamente los brazos la Madre del Cielo”.
Primera Comunión.
Para Santa Gemma, la Eucaristía era el centro de su vida. Este deseo de recibir a Jesús en la Sagrada Hostia, iba en aumento mientras pasaban los años.
Si bien era cierto que ya estaba confirmada, no podía recibir la Primera Comunión. No poseía la edad requerida en ese momento para el Sacramento. Santa Gemma tenía 9 años.
Fue su confesor, el Obispo de Lucca, Monseñor Volpi, quien conociendo el anhelo tan grande del corazón de la Santa, le dijo a su padre que si no le daba el permiso para recibir la Comunión, Gemma moriría de dolor.
Por tanto, Don Enrique dio la autorización para que las religiosas del Colegio de Santa Zita, -donde Gemma asistía-, la preparasen con el fin de merecer este Sacramento.
Inmediatamente, comenzó un retiro de quince días con las demás niñas del colegio. Dice Santa Gemma: “Apenas me vi en el Convento, rebosaba de felicidad. Corrí a la Capilla para dar gracias a Jesús, y le pedí con gran fervor la gracia de instruirme bien para la Primera Comunión”.
Hizo confesión general tres veces sucesivas con Monseñor Volpi, quien sería su confesor ordinario.
Llegó, por fin, el día tan anhelado, 17 de Junio 1887, Fiesta del Sagrado Corazón. Las vivencias de Santa Gemma, sólo ella las puede explicar:
“Me siento incapaz de describir la experiencia de aquel encuentro. En ese momento comprendí que las delicias del Cielo no son como las de la tierra. Hubiera anhelado no interrumpir nunca aquella unión con mi Dios”.
“Me sentía cada vez más desprendida del mundo y más dispuesta para la unión con el Señor. Aquella misma mañana, Jesús despertó en mí un gran deseo de ser religiosa”.
A raíz de la Primera Comunión, se afianza la vocación de Gemma. Ella misma lo afirma: “Sentía desarrollarse en mí un ardiente anhelo de padecer y de ayudar a Jesús a sobrellevar la Cruz”.
Más adelante, fallece su papá, situación dolorosa que produce la separación de los hermanos. Héctor emigra al Brasil, donde muere. Guido abandona la práctica religiosa e interrumpe sus estudios de farmacia en Pisa, que más tarde concluye.
Julia y Angelina se quedan con las tías Elena y Elisa. Gemma y Antonio se refugian en Camaiore con los tíos Carolina Galgani y Domingo Lencioni.
Gemma, poco a poco se fue alejando del Señor, aunque Él nunca la dejó de proteger y librar de pecados graves. Esta crisis se da hasta cuando tenía 20 años.
En este momento, Jesús permite una enfermedad grave para que Gemma retorne a Él con todo su corazón y nunca más se distraiga con las cosas del mundo.
Ella cuenta: “De repente comencé a andar jorobada y a sentir dolores de riñón. Resistí durante algún tiempo, pero como la cosa iba peor, pedí permiso a la tía para regresar a Lucca”.
Al continuar el dolor, el médico la atendió y diagnosticó osteítis en las vértebras lumbares con sucesivo absceso frío en los ingüinales. Se quedó paralítica de ambas piernas.
El 28 de Enero de 1899 le sobreviene un dolor insoportable en la cabeza, fruto de una otitis media purulenta aguda con participación del mastoide.
Los médicos, viendo que los remedios no producían mejoría y que la enfermedad avanzaba, la desahuciaron. Sólo por cumplimiento, acuden de cuando en cuando a verla.
El 8 de Diciembre, Fiesta de la Inmaculada, Santa Gemma indicó: “Le dije a Jesús que no rezaría más si no me curaba. Y le pregunté, qué pretendía teniéndome así. El Ángel de la Guarda me respondió: -Si Jesús te aflige en el cuerpo, es para purificarte cada vez más en el espíritu”.
San Gabriel de la Dolorosa.
Su antigua profesora, Sor Julia Sestini, le contó la biografía de un joven pasionista, llamado Gabriel de la Dolorosa.
Una señora piadosa, Cecilia Giannini, acudió a practicar una obra de misericordia con Gemma. Un día la visitó, y para que se distrajera, le prestó la biografía de Gabriel de la Dolorosa, escrita por un desconocido Padre Germán de San Estanislao, C.P.
¡Cómo son las cosas del Señor! Estas dos personas serían para Santa Gemma en los últimos años de su vida, dos grandes regalos de Dios.
Doña Cecilia sería la que cuidaría de ella y estaría al tanto de sus éxtasis y experiencias místicas. El Padre Germán sería el director espiritual que el mismo Señor le enviaría, para que guiara su alma y confirmara luego la autenticidad de su vida.
Dice Santa Gemma: “Tomé el libro con desprecio y lo puse debajo de la almohada. Un día estaba sola. Serían como las doce. Me sobrevino una fuerte tentación y me decía para mí que estaba aburrida de todo”.
“El demonio se valió de esto para tentarme, diciéndome que si le hacía caso me curaría. Estuve a punto de sucumbir. Pero, de repente me vino una idea. Recurrí al Venerable Gabriel y le dije: Primero el alma, después el cuerpo”.
Superada esta tentación, comenzó a leer el libro de la vida del Venerable Gabriel y quedó maravillada. No se cansaba de admirar sus virtudes.
Cuando doña Cecilia volvió para recoger su libro, le costó mucho a Gemma devolvérselo. Aquella misma noche, “se me apareció Gabriel vestido de blanco. No lo reconocí. Se quitó la túnica blanca y se apareció vestido de pasionista.”
Me dijo: “Ya ves qué agradable ha sido tu sacrificio. He venido yo mismo a verte. Procura ser buena y volveré.”
En otra ocasión se le apareció de nuevo el Venerable Gabriel. Esta vez le dijo que hiciese un voto de convertirse en religiosa, pero que no añadiera nada más.
“-‘¿Y por qué?’ Le pregunté. Me sonrió y me miró. Me puso el escudo pasionista y repitió: ‘Hermana mía…’, y desapareció.”
La curación.
Su salud empeoraba, y le sugirieron que le pidiera a la Beata Margarita María por el milagro de su sanación. Ella inició la novena al Sagrado Corazón varias veces, pero su debilidad no le permitía continuarla.
El día 23 de Febrero 1899, recomenzó en serio la novena. En la noche del día primero al dos de Marzo, ocurrió esto:
Faltando algunos minutos para la media noche, Gemma escuchó el rozar de las cuentas de un rosario y sintió una mano que se le posó en la frente. La voz que escuchaba rezar, le preguntó:
“-‘¿Quieres curarte?’ -‘Todo me da igual’, le respondí. -‘Te curarás. Ruega con fervor al Sagrado Corazón.’ -‘¿Y a la Beata Margarita?’, pregunté. -‘Añade en su honor tres veces el Gloria’.” La Beata Margarita es hoy Santa Margarita María.
“En el penúltimo día de la Novena quería recibir la Comunión, ya que terminaba en Primer Viernes del mes de marzo. Comulgué muy temprano”.
“¡Qué momentos tan deliciosos pasé con Jesús! El me repetía:- ‘¿Quieres curarte?’. No pude contestar por la emoción. ¡Pobre Jesús! La gracia había sido concedida. ¡Estaba curada!”.
Al amanecer del 2 de marzo se levantó con sus propios pies y toda la familia al verla, lloraba de alegría ante aquel milagro de Dios. Este milagro es la antesala de otras grandes gracias que Santa Gemma recibiría durante su vida.
Su amor por Cristo crucificado y el anhelo de ser sólo para Jesús, la llevarían cada vez más a ofrecerse al Señor como víctima de amor.
Los estigmas.
El 8 de Junio 1899, Víspera de la Fiesta del Sagrado Corazón, luego de haber sido rechazada en varias comunidades religiosas a causa de su frágil salud, Jesús la eleva en este día a la categoría de “Víctima”.
Al respecto, Santa Gemma cuenta: “Después de la Comunión, Jesús me avisó de que por la tarde me haría una gracia grandísima. Se lo dije a Monseñor Volpi, y éste me manifestó que estuviese atenta y que se lo contara luego”.
“Llegó la tarde. De repente me asaltó un fuerte dolor de mis pecados. Me sentí recogida. Al recogimiento sucedió la pérdida de los sentidos y me hallé en presencia de mi Madre Celestial y del Ángel de la Guarda, quien me mandó hacer un acto de contrición”.
“Luego, mi Madre me dijo: -‘Hijita, en Nombre de Jesús te sean perdonados tus pecados. Mi Hijo te ama mucho y quiere hacerte una gracia muy grande. Sabrás hacerte digna de ella. Yo seré tu Madre. Sabrás mostrarte como verdadera hija’.”
“Me cubrió con su manto, y en ese instante, apareció Jesús. De sus llagas no salía sangre sino llamas de fuego, que vinieron a cerbarse en mis manos, pies y costado. Creía morir, y habría caído al suelo si mi Madre no me hubiera sostenido”.
Permanecí así varias horas. Más tarde, mi Madre me besó en la frente, desapareció y me hallé de rodillas. Seguía sintiendo un dolor fuerte en las manos, pies y costado. Me levanté para acostarme, pero noté que de estas partes manaba sangre.”
Santa Gemma, la víctima de Jesús, comenzaba a “suplir en su carne lo que le faltaba a la Pasión de Cristo”.
Este hermoso regalo se repetiría en las tardes del jueves al viernes, todas las semanas. Para disimular las llagas, usaría guantes.
Su Confesor.
Conversando con la señora Cecilia Gianni, Gemma oye hablar del Padre Germán de San Estanislao. Le pide a Jesús que se lo muestre, y el Señor lo hace en un éxtasis.
Le dice que éste es el sacerdote que guiará su alma. Efectivamente, el Padre Germán se convierte en el confesor y director extraordinario de Gemma, quien es testigo de las obras de Dios en su alma.
Muchos fenómenos relacionados con la Pasión se dieron en la vida de Santa Gemma. Además, de los estigmas, tuvo sudor y lágrimas de sangre. Se la vio padeciendo la flagelación.
Recibió un regalo que apreció con todo su corazón. Su Ángel de la Guarda, un día le mostró dos coronas y le pidió que escogiese la que ella quisiera. Escogió “la de Jesús”.
El Ángel de la Guarda.
Santa Gemma tenía una relación muy particular con su Ángel de la Guarda, que siempre le acompañaba y le protegía. Incluso muchas veces le servía de “cartero”, llevando sus cartas al Padre Germán.
Se asegura que también tenía el don de leer los corazones. En varias ocasiones, le dijo a algunos religiosos que abandonarían la religión, cosa que sucedió mas tarde, confirmando este don de su corazón.
Hay una anécdota muy preciosa que le sucedió a Santa Gemma en la casa Giannini. En el comedor de la casa hay un crucifijo grande, al que toda la familia tenía gran devoción. También Gemma, en muchas ocasiones, le hacía pequeñas “visitas”, orando frente a él.
Un día, al tiempo que Gemma preparaba la mesa, alzó los ojos hacia su Jesús y le dijo que tenía hambre y sed de Él. Sentía ansias de dar un beso a la imagen. Pero, no alcanzaba, porque estaba alta.
Jesús le sale al encuentro. Desprendiendo un brazo de la Cruz, la atrae, la abraza muy estrechamente, permitiéndole apagar su sed en la fuente viva del costado abierto.
El combate contra el enemigo.
Jesús dijo cierto día a Gemma: “Prepárate, pues, el demonio será quien dé la última mano a la obra que en ti deseo ejecutar”. Y estas palabras del Señor se cumplieron al pie de la letra.
El demonio detestaba a Gemma. Le daba golpes, la tentaba contra la pureza con pensamientos e imágenes sugestivas y grotescas. Trataba de impedir que comulgase, e incluso llegó a aparecérsele bajo la apariencia del mismo Jesús.
Por todos los medios trataba de privarla de la dirección espiritual, insinuándole cosas malas acerca de sus confesores, o haciéndose pasar por ellos. Se trataba de una guerra constante y continua que duró hasta su misma muerte.
Era de esperar esta guerra de parte del demonio, ya que serían muchas las almas que se beneficiarían de los sufrimientos y oraciones de Santa Gemma, y más aún, ella sólo quería conformarse con la voluntad de Dios para su vida. Esto hacía que el demonio se revolcara de rabia, porque no podía vencerla.
Tanta era la rabia que sentía hacia la pureza de Santa Gemma, que un día la tentó visiblemente, de tal modo que no pudiendo huir de él, hizo la señal de la Cruz y se arrojó en un pozo de agua helada en el jardín. Su Ángel la sacó y la felicitó por su gran amor a la pureza, por su valentía y por su triunfo.
En otra ocasión, cuando la Santa, por orden del Padre Germán, escribía su vida: “Dándose cuenta el demonio del fruto que podía hacer el libro de su vida, se lo robó gritando: ‘¡Guerra, guerra a tu Padre! Tu escrito está en mis manos’. Se relamía y se revolcaba en el suelo de la satisfacción.”
El Padre Germán, enterado por una carta de Gemma, se fue al sepulcro de San Gabriel de la Dolorosa, y allí leyó los exorcismos, ordenando al demonio que volviese el manuscrito a su lugar.
El demonio lo devolvió todo chamuscado, aunque perfectamente legible, como se conserva todavía hoy en el Convento de los Pasionistas de Roma, produciendo honda impresión en cuantos lo ven.
Escribe la Santa: “El demonio me hace sufrir mucho, pero siempre terminan por vencerle Jesús y María, o bien el Ángel, o San Pablo de la Cruz, o el hermano Gabriel. Siempre son estos tres.”
“¡Si viera cómo escapa tan luego como se presenta alguno de ellos!”
Más adelante, al despedirse por última vez del Padre Germán, el demonio no reconoció límites a su bestialidad durante siete largos meses. Perturbaba su imaginación con horribles fantasmas, con el fin de producirle estados de ansiedad, tristeza, amargura y temor, que la indujeran a la desesperación.
Le decía muchas veces: “Ahí tienes lo que has conseguido con tus fatigas en el servicio de Dios”. Y le presentaba tales figuras contra la pureza, que escribió al Padre Germán: “Padre mío, pídale a Jesús que me cambie esta cruz por cualquier otra. Haga desde ahí los exorcismos para que este perverso se vaya, o mande a su Ángel para que lo ahuyente”.
Viendo que con tentaciones no podía vencerla, empezó a maltratarla con los golpes más brutales y en forma de bestias feroces, que amenazaban despedazarla.
Dirigiéndose entonces a María Santísima, le decía: “Madre mía. Me encuentro bajo el poder del demonio que quiere arrancarme de las manos de Jesús. Ruéguele por mí. ¡Viva Jesús!”.
Jesús y María, complacidos al ver cómo luchaba, le enviaban a San Pablo de la Cruz o a San Gabriel, para animarla. El mismo Jesús le dijo: “Hija mía, humíllate bajo mi mano poderosa y lucha, que tu lucha te conducirá a la victoria”.
Entrega su vida por un pecador.
Le escribía al Padre Germán: “Usted siempre me recomienda paz. Gracias a Dios la tengo, aunque a veces en lo exterior parezca seria. Y tendré mayor aún, cuando se convierta mi pecador”.
Este pecador al que se refiere la Santa, era un sacerdote que había dejado el sacerdocio hacía ya doce años y daba escándalo con su vida, haciendo que muchos se perdieran.
Santa Gemma, viendo que los sacrificios que ofrecía no eran suficientes, pidió permiso a su director para ofrecerle al Señor la mitad de la vida por su conversión. El padre dijo que sí, y Jesús aceptó el intercambio.
Este sacerdote se convertiría dos días antes de la muerte de Gemma, dándole a ella un gran consuelo, exactamente en el plazo que ella había ofrecido al Señor: pasados los doce años que aquel sacerdote andaba descarriado. Doce años y medio es la mitad de la vida de Santa Gemma, quien morirá a sus 25 años.
El tránsito hacia el Padre Celestial.
Gemma había pedido a Jesús morir crucificada con Él, y crucificada moriría. Como a las diez de la mañana, doña Cecilia pensaba retirarse un poco, y Gemma le dijo: “No me dejes, mamá, mientras no esté clavada en la cruz, pues Jesús me ha dicho que tengo que morir crucificada como Él”.
Momentos después, entró en éxtasis profundo, extendió un poco sus brazos, y en esta posición permaneció hasta mediodía. Su semblante era mezcla de amor y dolor, de calma y desolación. ¡Agonizaba como Jesús en la Cruz! Los presentes la contemplaban atónitos.
Era Viernes Santo, 10 de Abril de 1903.
A las ocho de la mañana del sábado, se le administró la Extremaunción, -hoy día se le llama Unción de los Enfermos-, a cuyo rito sagrado contestó con pleno conocimiento.
A doña Cecilia, que le habló del Padre Germán, le dijo: “Ya he ofrecido a Dios el sacrificio de todo y de todos, para prepararme a morir”.
Tomó entonces el crucifijo en las manos y exclamó: “¡Jesús! En tus manos encomiendo mi pobre alma!” Y volviéndose a la imagen de María, añadió: “¡Mamá mía! Recomienda a Jesús mi pobre alma. Dile que tenga misericordia de mí”.
De repente, toda señal de agonía desapareció, y una sonrisa de Cielo se dibujó en sus labios. Dos lágrimas corrieron de los ojos.
El párroco, que estaba presente, exclamó: “Jamás he presenciado muerte semejante”. Y él mismo puso sobre el pecho de Gemma el escudo pasionista que llevó al sepulcro.
Muere Santa Gemma a la 1:45 p.m. del Sábado Santo, 11 de Abril de 1903.
La profecía de Santa Gemma se cumplió. Los pasionistas la rechazaron en vida, pero después de su muerte la tomaron para sí.
El Señor, que había acrisolado su corazón con el sufrimiento, también había pedido de ella el sacrificio de no entrar en ninguna orden religiosa. Ella lo aceptó y lo ofreció al Señor, como todo lo demás.
Era necesaria una prueba irrefutable que revelara las intimidades del corazón de aquella criatura que había amado ardientemente a Jesús.
La prueba se tuvo, cuando al fin, -y Dios sabe con qué sacrificios-, llegó el Padre Germán a Lucca. Ya habían pasado 14 días de la muerte de Santa Gemma. El Padre anhelaba volver a ver aquel rostro lleno de dulzura.
Pero, quería, sobre todo, verificar los misterios de ese corazón virginal, cuyos secretos en vida nadie mejor que él había profundizado.
“El 24 de Abril se procedió a exhumarlo. Se abrió el cuerpo y se extrajo el corazón, que apareció fresco, lozano, flexible, rubicundo, humedecido de sangre, igual que si estuviera vivo”.
“Los especialistas que practicaban la autopsia, quedaron maravillados. Estaba bastante achatado y dilatado por ambos lados, apareciendo como más ancho que alto. Al abrirlo, fluyó enseguida la sangre, bañando el mármol donde se realizaba la intervención”.
Aquella, que en muchas ocasiones le había pedido al Señor que le ensanchara el corazón para poder amarlo más, recibió esta gracia que tanto pedía. Su corazón se conserva en el Convento Pasionista de Madrid.
El proceso para la canonización se abrió el 3 de Octubre de 1907, cuatro años después de su muerte. El Papa Benedicto XV dispensó el proceso de “fama de santidad”, porque era conocida ya en todo el mundo.
Gemma resultó ser beatificada el 14 de Mayo de 1933, Año Santo del XIX Centenario de la Redención. La beatificó el Papa Pío XI.
La Santa fue canonizada el 2 de Mayo de 1940, día de la Ascensión del Señor, por el Papa Pío XII, quien dijo: “Santa Gemma será la piedra preciosa de nuestro Pontificado”.
Los grandes amores de Santa Gemma durante toda su vida, fueron Jesús Crucificado, la Virgen María, la Eucaristía y la sed de conversión de las almas. Para ellos vivió toda la vida, y por ellos murió como víctima de amor.