Cada noche, antes de dormir, hay un instante sagrado, de valor infinito.
Desconectate, apaga el celu, apaga el televisor y la música…
Animate a entrar en tu propia conciencia. Algunas veces da miedo, otras, pereza; incluso vértigo.
Ahí, discreto, muchas veces callado pero siempre amante… está Dios.
Búscalo, o, mejor dicho, déjate encontrar por Él, que siempre está dentro, aún cuando vos estas fuera y huis.
Escuchá atentamente: quiere hablarte, y espera tu respuesta.
A veces sólo te dice: “te amo, hijo mío”, o “eres mío, te creé para que descanses en Mí”.
Otras veces te dirá, como a Magdalena: “¿qué buscas… a quién buscas… por que lloras?”
Otras, te dirá dolorido: “¿dónde está tú hermano?” o “¿por qué me persigues?”
Siempre podrás escuchar: “Vení a mi, vos que estas afligido y agobiado… yo te aliviaré”
Como cuando eras niño, habla con confianza, dormite contándole tus penas y confiandole tus sueños.
Pedile perdón, y fuerzas para ser más bueno mañana.
En su pecho paternal hay lugar, siempre. No lo dejes con las ganas de abrazarte.
P. Leandro Bonnin