“En 2009 Joan Soler, a los 32 años, partió hacia Togo como misionero y el primer año ya se quería volver a España. «No hablaba la lengua, no entendía la cultura, me sentía que estorbaba y cogí todas las enfermedades posibles», explica a este periódico. Perdió 15 kilos de golpe. Se encontraba tan mal que había decidido comprar un vuelo de vuelta a casa. «Un día me vio a buscar el chofer del obispado para llevarme al hospital y, en el trayecto, me dijo: “Cuando te vemos que estás tan mal y continúas aquí con nosotros, esto nos da coraje para continuar luchando”». Aquel día decidió quedarse. «Me di cuenta de que Jesús trabaja de una forma distinta a la nuestra y que, incluso enfermo del todo, yo era un signo de Cristo en medio de ellos»…”
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