Fray Nelson, ¿a dónde fue la fe y la presencia de Dios y esa luz que se encendió en el Bautismo? Tenemos un hogar bendecido y posteriormente Dios nos bendijo con un hijo, lo formamos en valores y vida creyente en Dios, vivimos los sacramentos, la eucaristía, todas las noches siempre orando en familia, viendo y escuchando sus buenos mensajes y vídeos de Casa para tu fe Católica… Nuestro hijo se confirmó el año pasado y a partir del mes de febrero de este año la fe de nuestro hijo de 15 años desapareció y solo existe incredulidad… nos habla del pensamiento de Nietzsche, Marx entre otros… que todo lo referente a Dios, solo es un mito de la humanidad bla bla bla… en fin, esto nos tiene con profundo dolor y preocupación porque sentimos que siempre fuimos y somos una familia de ejemplo y vivencia cristiana católica. — Y.H.
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El fenómeno de la pérdida de fe en adolescentes, o aun en niños, es una realidad que tristemente están enfrentando muchos papás. Casi invariablemente estos sienten que ellos, como tú ahora, han hecho lo que se suponía que debían haber hecho. ¿Qué hay detrás de esta situación, cada vez más repetida?
Lo primero que creo que debemos entender es que no todo depende de los papás. La edad de inicio de la escolaridad, la presencia continua e insidiosa de los medios de comunicación, y sobre todo, la presión de los compañeros de clase o de juego, tienen un impacto progresivo en las almas jóvenes; un impacto que es difícil de detectar precisamente porque va erosionando sus convicciones y sus prácticas solo poco a poco. Lo mismo que quien echara unas gotas de veneno cada día en una planta hasta secarla por completo, así hay múltiples influencias que van entrando como por los poros de los niños, de modo ue cuando los papás empiezan a notar cambios serios, ya el daño, como un cáncer del alma, ha avanzado demasiado.
Un agravante adicional es la formación en los colegios. La supresión, casi universal de la clase de religión o su completa marginación traen consecuencias que, de nuevo, no son fáciles de detectar al principio. Pero en esencia los niños están recibiendo un modo de ver el mundo en el que Dios no suma nada, no significa nada y no trae ninguna esperanza. Es natural que luego, cuando escuchan que Dios no está de acuerdo con el libertinaje sexual o con el consumo abierto de drogas, razonen de una manera incompleta pero perfectamente predecible: “Dios no añade nada a mi vida, ¿y me va a quitar que yo goce lo que quiero gozar?”
Hay un último factor en contra que quiero mencionar: lo poco de religión que reciben nuestros niños está mezclado con el mundo de la fantasía. Para hacer supuestamente “agradables” y “pedagógicas” las catequesis hemos puesto a que los niños coloreen a Jesús como colorean al pato Donald. La religión a menudo ha quedado en el mismo plano de las diversiones simples e infantiles que no van a durar mucho en las vidas de los niños. Y es un hecho: en la misma edad en que se cansan del ratón Mickey, dejan también las misas y rosarios. Es como si el mensaje que les hubiéramos estado enviando hubiera sido siempre: “No te preocupes, hijo, la religión es tan real como Superman y tan útil en un problema como el Hombre-Araña.”
No es fácil hacer frente a semejantes enemigos que militan contra la fe de nuestros pequeños. Pero hay algunos consejos que pueden ser útiles:
1. Hoy no basta con ser católicos “normales.” Aquello de que vamos a misa el domingo, hacemos algunas oraciones en casa, y tenemos algo especial para Semana Santa y Navidad, parece que no es suficiente. Parece que necesitamos todos recordar el primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas. Dios ha de estar presente pero además, presente con el primer lugar. ¿Cómo? En la manera como la familia se implica en la vida de la parroquia, en las conversaciones que se tienen después de un desayuno en familia, en las alusiones a las vidas de los santos, en las visitas que se reciben. No se trata de saturar de religión; se trata de que Dios siempre tenga su lugar en todo, desde la decoración hasta la planeación de unas vacaciones. Por dar solo un ejemplo: Hay familias que acogen misioneros o misioneras que están de paso por unos días. Esta clase de personas suelen dejar un impacto profundo. Son una catequesis viva. Para un adolescente ver que alguien sano, inteligente, incluso apuesto, le gasta su vida a Cristo es una lección impresionante.
2. Hay que abrir conversaciones inteligentes que despierten sentido crítico sobre lo que nuestros niños y jóvenes están recibiendo en sus colegios o universidades. Por supuesto, esto requiere de parte de los adultos prepararse mucho mejor. Ver cuáles son los autores, las tendencias, las ideas con que suelen lavar el cerebro de los menores, que suelen ser particularmente pasivos cuando están fuera de casa. Esa clase de conversaciones, bien llevadas, ayudan mucho y van dando el necesario marco de seriedad a lo que significa tener fe y vivirla.
3. Nada puede reemplazar la experiencia de pertenecer a una comunidad creyente. Con URGENCIA los niños y jóvenes necesitan ver otros niños y jóvenes creyentes. No estoy diciendo que la solución sean grupos juveniles, sobre todo si estos se convierten en guetos llorosos donde cada joven se limita a ventilar sus frustraciones o conseguir amistades de emergencia. Hablo de COMUNIDADES en las que haya diversidad de edades y de situaciones sociales, y en las que sea posible escuchar con fuerza la Palabra de Dios. La idea es que el joven vea una realidad importantísima: que en la Iglesia y en la sociedad ciertamente tiene un lugar. No es el centro de todo pero sí vale, sí importa y sí tiene un lugar.
4. Y por supuesto, orar. Clamar sabiduría, conversión, fortaleza del único que puede concederlas.