Tuviste mala suerte, chaval. Fuiste a nacer en el peor sitio para ser blanco y europeo. Y encima, tus padres son heterosexuales. Joder, es que peor imposible.
Si por lo menos tus padres hubieran sido transexuales o te estuvieran dando hormonas para cambiarte de sexo, ahora mismo las calles de Londres estarían llenas de coloridas manifestaciones protestando por tu muerte. Seguramente, al juez que ha decidido que no merecías vivir le hubieran acusado de transbebehomofóbico o algún palabro similar y estarían pidiendo su cabeza.
Si hubieras sido musulmán, los innumerables imanes y ayatolas de Londres hubieran movilizado a sus vociferantes huestes indignadas por la barbarie de los infieles.
Si hubieras sido africano, miles de tus paisanos se hubieran manifestado pacíficamente quemando contenedores y saqueando supermercados.
Si en lugar de ciudadanos honrados y normales tus padres hubieran pertenecido a la abigarrada fauna que vive de las subvenciones. Si, por ejemplo, tu padre hubiera sido un perroflauta de liendres en rasta y tu madre acostumbrase a manifestarse contra el patriarcado enseñando las tetas, sus congéneres hubieran mostrado su indignación por el hecho de que un juez prohíba a un ciudadano libre salir de su país para recibir tratamiento médico en otro.
Pero es que sólo eras un niño europeo enfermo. La cosa no podía terminar de otra manera, entiéndelo.
Pero no te agobies, porque no estarás solo. En el sitio donde estás ahora no te faltarán amigos de tu edad. Hay muchos. Son todos los niños a los que la democracia considera prescindibles: los niños asesinados por los bombardeos de los demócratas en Dresde, en Hiroshima, en Vietnam o en Siria; los niños violados y masacrados por el Ejército Rojo cuando “liberó” Alemania; los niños palestinos asesinados por el ejército sionista de ocupación; los niños perdedores como tú.
Y los cientos de miles de niños a los que ni siquiera se permite nacer.
Descansa en paz, chaval. Aunque dentro de unos pocos días, esa bacinería hortera que llaman opinión pública se haya olvidado de ti, unos pocos seguiremos recordándote aunque sólo sea para no olvidar la clase de marrajos asesinos e hipócritas que tenemos enfrente.
J.L. Antonaya