Usted publicó hace poco que “Si en la Biblia cada vez que encuentres un versículo que te denuncia vas a “reinterpretarlo” como cosa de la cultura de aquel tiempo, o poniéndole fecha de expiración a lo que no te gusta, recuerda que de Dios nadie se burla: la religión que tú inventes no es capaz de redimirte.” Da la impresión de que sus palabras dan el mismo valor a todos los textos. Pero si uno lee 1 Corintios 11,5 encuentra esto: “toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada.” Y 1 Timoteo 2,12 dice: “Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada.” Según la interpretación suya, esos pasajes significarían que comete una ofensa la mujer que no usa velo en la asamblea, y que además debería estar callada y sumisa. Pero luego, gracias a Dios, la práctica de la Iglesia ha sido mucho más humana y comprensiva con las mujeres. ¿Cómo queda su frase sobre la Biblia frente a esos textos?” — X.C.
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Hay un criterio bíblico que nos da Santo Tomás: Lo que Dios ha querido enseñarnos, ha querido decirlo explícitamente en su Palabra; y si hay varios textos donde se trata un mismo asunto, hay que examinar cómo se relacionan unos con otros de manera que sean los textos y no nuestras ideas los que determinen qué debe tenerse como enseñanza definitiva o restringida en una materia. Véanse a este respecto los artículos 8,9 y 10 de la cuestión primera de toda la Suma Teológica.
Según eso, no podemos aislar un versículo y luego afirmar: “Esto dice Dios, ¿vale hoy o no vale?” En efecto para hablar de lo que Dios “dice” sobre un tema hay que tener en cuenta los diversos textos que a ese tema se refieren, y luego ver qué conclusión de alli surge.
En los ejemplos citados, no es difícil ver qué quiere el apóstol. Sabemos por 1 Coritios 7 que el mismo Pablo es consciente de la diferencia que hay entre un mandato divino y un mandato humano. Esa distinción es clave para entender 1 Corintios 11 porque el mismo que dice “toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza” termina al final de ese capítulo en tono perfectamente comprensivo y conciliador afirmando: “Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra, pero que si la mujer tiene el cabello largo le es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo. Pero si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni la tienen las iglesias de Dios.” Ese final deja claro que él no está mencionando algo que sea Palabra de Dios, irrevocable y eterna, sino que alude a una “costumbre” (en griego: synétheia). Otros textos suyos, por ejemplo de Colosenses, muestran que el apóstol entendía perfectamente que uno no se va a salvar o a condenar por cosas que son simplemente “elementos del mundo” (véase sobre todo Colosenses 2,8).
Algo semejante tenemos en 1 Timoteo 2. Pablo está hablando del hablar con autoridad, no del simple hablar. “No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre,” dice el apóstol. ¿De qué se trata esto de enseñar (didáskein) o ejercer autoridad (authentein)? Para comprenderlo veamos que los apóstoles en Hechos 2,42 “enseñan” y vemos que obran con autoridad sobre la comunidad. El punto es: si enseñar con autoridad fuera propio de la mujer, entonces la mujer podría asumir el lugar de los apóstoles, cosa que es contraria a la voluntad expresa de Cristo, el cual, siendo libre en tantísimas cosas con respecto a las mujeres, eligió solamente varones para el grupo de los Doce.
Pablo, pues, no está prohibiendo a las mujeres el hablar, opinar, conversar, dar testimonio o incluso cuestionar pero quiere ser fiel a lo que ve que tiene raíces en el Antiguo Testamento (por eso la alusión al Génesis) y en la práctica del mismo Cristo. Lo que queda “prohibido” es: asumir o participar directamente de la misión de los apóstoles. En la Iglesia hoy eso se entiende como restricción del sacramento del orden. No tenemos que poner fecha de expiración a estas palabras de Pablo, correctamente entendidas.