Misionera en México sin salir de su España natal

La Venerable María de Jesús (1602-1665), misionera en México sin salir de Agreda

Hemos visto más arriba que fray Margil, estando en Querétaro en 1697, leía asiduadamente con el hermano portero La mística Ciudad de Dios. Era ésta la altísima obra de una santa concepcionista franciscana, hermana de Orden, que sin salir de su monasterio de Agreda -pueblo español de Soria-, había sido también, pocos años antes, misionera entre los indios de Nuevo México. Contamos sobre ella con la reciente biografía de Manuel Peña García.

Es ésta una historia maravillosa que merece ser recordada entre los Hechos de los apóstoles de América. Para ello seguiremos la Biografía que en 1914 compuso el presbítero Eduardo Royo, limitándose casi siempre a reunir una antología ordenada de textos originales de la misma madre María de Jesús y otros documentos recogidos para su Proceso de Beatificación: Autenticidad de la Mística Ciudad de Dios y Biografía de su autora, Madrid, reimpresión 1985). Extractamos aquí del capítulo IX, del tratado II, titulado Apostolado de Sor María para con los indios de Méjico:

65. «Descubiertas en América las vastas provincias de Nuevo Méjico, de cuya conquista espiritual al momento se encargaron los hijos del Serafín de Asís, estando estos obreros evangélicos en los comienzos de aquellas misiones, inopinadamente se les presentaron tropas numerosas de indios, pidiéndoles el santo bautismo. Admirados los misioneros de aquel concurso de infieles, para ellos hasta entonces desconocidos, les preguntaron, cuál podía haber sido la causa de tal novedad; y los indios respondieron que una mujer que ha mucho tiempo andaba por aquel reino predicando la doctrina de Jesucristo, los había traído al conocimiento del verdadero Dios y de su ley santa, y dirigídolos a aquel punto en busca de varones religiosos que pudieran bautizarlos». 66. Por los datos que sobre ella proporcionaron los indios, acerca de «el vestido y figura de la prodigiosa catequista», los frailes sospecharon «que debía ser monja». 67. El padre Alonso de Benavides, que era «custodio o como provincial de Nuevo Méjico», dirigía la misión. Y hallaron los frailes a aquellos indios «tan bien instruídos en los misterios de la fe, que sin más preparación les administraron el santo bautismo, siendo el primero en recibirlo el rey de ellos».

68. El padre Benavides, «cada vez más deseoso de averiguar la autora de estas conversiones, apenas le permitieron sus ocupaciones, emprendió un viaje hacia España, llegando a Madrid el día primero de Agosto del año mil seiscientos treinta». Allí pudo rendir cuenta detallada de las misiones de Nuevo Méjico al Rey al Ministro General de la Orden, que residía entonces en Madrid. Allí el padre General pudo asegurarle que los sucesos referidos de aquella misteriosa misionera ciertamente correspondían a la madre María de Jesús de Agreda.

69. Fray Alonso de Benavides viajó, pues, al convento de Agreda, donde se entrevistó con la Venerable Madre, y con mandato escrito del padre General, le interrogó acerca de su acción misionera entre los indios de Nuevo Méjico. La Madre, bajo el apremio de la obediencia, reconoció la veracidad del hecho, y a preguntas, a veces muy concretas, del padre Benavides, «contestó a todo ello, hasta con las circunstancias más menudas, empleando los propios nombres de los reinos y provincias, y describiendo estas particularidades tan individualmente, como si hubiera vivido en aquellas regiones por espacio de muchos años». Incluso a él mismo, y a otros misioneros, les había conocido en Nuevo Méjico, «designando el día, la hora y el lugar en que esto sucedió». 70. De todo ello hizo el padre Benavides un largo y detallado informe, y escribió también, lleno de emoción, una extensa carta a sus compañeros misioneros de la Nueva España (72-76).

77. Por su parte, la madre María de Agreda, por mandato del General de la Orden franciscana, a quien debía obediencia, en escrito del 15 de mayo de 1631 atestigua ser verdadera su acción misional en Nuevo Méjico: «Digo que lo tratado y conferido con V. P. [el padre Benavides] es lo que me ha sucedido en la provincia y reinos del Nuevo Méjico de Quivira, Yumanes y otras naciones, aunque no fueron estos reinos los primeros a donde fui llevada por voluntad y poder del Señor, y a donde me sucedió, vi e hice todo lo que a V. P. he dicho para alumbrar en nuestra santa fe católica a todas aquellas naciones» (+78-80).

81. La madre María de Agreda da también detalles muy interesantes de su misteriosa actividad misionera a distancia en una relación, escrita también por obediencia, a su director espiritual, fray Pedro Manero: 82. «Paréceme que un día, después de haber recibido a nuestro Señor, me mostró Su Majestad todo el mundo (a mi parecer con especies abstractivas), y conocí la variedad de cosas criadas; cuán admirable es el Señor en la universidad de la tierra»… A ella se le partía el corazón de ver tantos pueblos en la ignorancia de Cristo. Y sigue escribiendo: 84. «Otro día, después de haber recibido a nuestro Señor, me pareció que Su Majestad me mostraba más distintamente aquellos reinos indios; que quería que se convirtiesen y me mandó pedir y trabajar por ellos… 85. Y a mí me parece que los amonestaba y rogaba que fuesen a buscar ministros del Evangelio que los catequizasen y bautizasen; y conocíalos también».

86. «Del modo como esto fue, no me parece lo puedo decir. Si fue ir o no real y verdaderamente con el cuerpo, no puedo yo asegurarlo… Sólo diré las razones que hay para juzgar fue en cuerpo, y otras, que podía ser ángel. 87. Para juzgar que iba realmente, era que yo veía los reinos distintamente, y sabía sus nombres;… que los amonestaba y declaraba todos los artículos de la fe, y los animaba y catequizaba y lo admitían ellos, y hacían como genuflexiones… 88. Yo no traje nada de allá, porque la luz del Altísimo me puso término, y me enseñó que ni por pensamiento, palabra y obra, no me extendiese a apetecer, ni querer, ni tocar nada, si no es lo que la voluntad divina gustase».

89. «Exteriormente tampoco puedo percibir cómo iba, o si era llevada, porque como estaba con las suspensiones o éxtasis, no era posible; aunque alguna vez me parecía que veía al mundo, en unas partes ser de noche y en otras de día, en unas serenidad y en otras llover, y el mar y su hermosura; pero todo pudo ser monstrándomelo el Señor. 90. En una ocasión me parece, di a aquellos indios unos rosarios; yo los tenía conmigo y se los repartí, y los rosarios no los vi más… 91. En otras ocasiones me parecía que les decía que se convirtiesen, y que pues se diferenciaban en la naturaleza de los animales, se diferenciasen en conocer a su Criador y entrar a la Iglesia santa por la puerta del bautismo».

92. «El juicio que yo puedo hacer de todo este caso es, que él fue en realidad de verdad; que serían quinientas veces, y aun más de quinientas, las que tuve conocimiento de aquellos reinos de una manera o de otra, y las que obraba y deseaba su conversión; que el cómo y el modo no es fácil de saberse; y que, según los indios dijeron de haberme visto, o fue ir yo o algún ángel en mi figura».

El Papa Clemente X, el 28 de enero de 1673, reconoció las virtudes heroicas de sor María de Jesús de Agreda, dándole así el título de Venerable.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.