Todos tenemos la satisfacción de haber hecho muchas cosas buenas en nuestra vida, pero también hemos realizado cosas malas. Tenemos inclinación al mal y por eso cometemos errores y pecados. No podemos negarlo. Los demás lo ven. Y sobre todo, lo ve Dios, que todo lo sabe y ve en lo más profundo de nuestro corazón. No hay nadie que, con amor a la verdad, pueda decir: “Yo no tengo nada de qué arrepentirme”. Si miramos con honradez en nuestro interior encontraremos muchas cosas de las que arrepentirnos y pedir perdón, a Dios y a los demás. El que se cree perfecto le pasa lo que al fariseo de la parábola que cuenta Jesús en el evangelio:
“Dos hombres fueron al Templo para orar, uno fariseo y otro publicano. El fariseo oraba de pie diciendo: ‘Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que poseo’. En cambio el publicano no se atrevía a levantar sus ojos al cielo y decía dándose golpes en el pecho: ‘Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador’. Os digo que éste bajó justificado a su casa y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado” (Evangelio de san Lucas 18, 10-15).
El ser humano ha de reconocer sus miserias para poder recobrar su grandeza espiritual y la dignidad que le es propia. Por eso, en el fondo todos queremos liberarnos de los pecados que nos impiden descubrir el verdadero sentido de la vida y vivir en buena relación con Dios y con los demás. Pero, ¿cómo hacerlo?
¿Por qué no puedo confesarme directamente con Dios?
Es bueno pedir perdón a Dios, porque Él puede perdonar como desee. Pero Jesús nos dijo cómo quería hacerlo de forma habitual. Después de resucitar instituyó el sacramento de la Confesión cuando dijo a los Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Evangelio de san Juan 20, 22- 23):
Para que el Señor nos perdone nos hemos de confesar. La Confesión no es algo humano, ni es sólo decir los pecados a otro pecador como nosotros. Es un misterio sobrenatural: es un encuentro con el mismo Cristo en la persona del sacerdote, que en esos momentos hace sus veces.
Qué es la Confesión
También se llama “sacramento de la Reconciliación” o “sacramento de la Penitencia”, o “sacramento de la alegría”, porque Dios está siempre dispuesto a perdonarnos. Uno de los más grandes motivos de optimismo y de alegría es que todo tiene arreglo, porque Dios tiene la última palabra, y esa palabra es de Amor misericordioso. Hasta que no tengamos experiencia de ese amor y del perdón de Dios no alcanzaremos la paz interior que buscamos.