Martirio del padre Saeta
En ese año de 1694 el padre Kino instaló en Caborca al jesuita siciliano Francisco Javier Saeta, que pronto se hizo querer por sus indios feligreses, a los que se dedicó por entero. Y al poco tiempo estalló en la misión de Tubutama una revuelta que iba a destruirla. El padre Daniel Janusque, misionero de aquel pueblo, había traído para cuidar el ganado un indio ópata, que abusaba de su mando y maltrataba a los pimas. Estando un día ausente el padre misionero, el ópata, en un altercado con un pima, lo pateó con sus espuelas. Acudieron los pimas y le flecharon, mataron enseguida también a otros dos ópatas que venían de Caborca, y ya encendidos en la revuelta, dieron fuego a la iglesia.
Más tarde, se juntaron a los alzados de Tubutama otros indios descontentos de Oquitoa y Pitquín. Formaban una cuadrilla de unos 40, y entraron en Caborca el 2 de abril. «Dos cabecillas se llegaron al padre, que se hallaba en la iglesia y que los trató amablemente. Salió a despedirlos, y apenas fuera, los enemigos descubrieron sus arcos y le atravesaron de dos flechazos. Herido, entró en su aposento, se abrazó a un crucifijo que había traído de Europa, y debilitado por la hemorragia, sin socorro alguno, expiró» (Trueba, Kino 39).
El padre Saeta había escrito el 10 de abril de 1695 una carta al padre Kino en la que, muy animoso, le contaba sus muchos trabajos. «En lo que toca -le decía- que nos veamos un día destos, vuestra reverencia podrá avisarme cuándo gusta, que, aunque yo hago aquí muchísima falta por lo mucho que estoy engolfado, sin embargo hurtaré ese rato, y como veloz saeta volaré a ponerme a los pies de vuestra reverencia y recibir sus mandatos y discurrir de medio mundo». Una vez cerrada la carta, en tono grave añadió en su exterior: «Se confirman las muertes de Martín y del muchacho». Eran sus arrieros ópatas. «Vuestra reverencia no me pierda de vista». Y añade el padre Kino en su crónica: esta carta «la recibo a las veintisiete horas de su santo martirio» (Aventuras 13-15).
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.