Misión de los Jesuitas en Tepehuanes

Los indios tepehuanes, extendidos por el noreste del actual estado de Durango, eran fuertes guerreros, muy temidos por sus vecinos del oeste, los acaxees, y por los del norte, los tarahumara, hasta el punto de que cuando aquéllos hacían incursiones les entregaban las doncellas que querían sin ofrecerles resistencia. De mediana estatura, membrudos y alegres, fueron más tarde, cuando entraron los españoles con sus caballos, estupendos jinetes, diestros en el uso de la lanza. Casi todos eran labradores, cultivadores sobre todo del maíz, su alimento básico, y vivían en casas de madera o de piedra y barro.

El jesuita sevillano Jerónimo Ramírez, que fue a México en 1584, aprendió la lengua mexicana y el tarasco, y después de algunos años de misión en varias regiones, entró sólo y sin escolta a los tepehuanes, cuya lengua también aprendió. Fue bien acogido, especialmente por un cacique de la Sauceda, que le ayudó mucho. Consiguió la fundación de Santiago Papasquiaro, donde se juntaron indios, mestizos y españoles, y en 1597 fundó Santa Catalina.

El padre Juan Fonte (1574-1616)

En su ayuda llegó el padre Juan Fonte, catalán de Tarrasa, nacido en 1574, que ingresó en la Compañía en 1593, y fue a México con 25 años de edad. Este misionero se entraba sólo con los indios, y allí se estaba a veces diez meses conviviendo con ellos, predicándoles, y tratando de congregarles en pueblos, para vivir social y cristianamente. Aprendió muy bien el tepehuano, y compuso de este idioma un vocabulario y un catecismo. El primer pueblo que fundó fue Zape, y a su paso surgieron después San Ignacio Tenerapa, Santos Reyes, Atotonilco, Santa Cruz de Nasas y Tizonazo. Por el norte hizo incursiones en el territorio tarahumara. Su última fundación fue San Pablo Balleza. En una carta suya de 1608 se refleja su entusiasmo misionero:

«Acá lo más que veo es que, habiendo sido estos tepeguanes la gente más rebelde, soberbia y traidora de toda la tierra, después que dieron la paz, que habrá once años, no han hecho el menor delito, ni en común ni en particular, por lo cual se haya ahorcado o azotado o tenido en la cárcel a alguno. Ni de los cristianos se nos va alguno a pueblos gentiles por disgusto de la doctrina o por apremio, y por este respeto nos piden de todas partes que vayamos a adoctrinarlos…

«Para mí tengo que en estas doctrinas nuevas, donde a los principios no tenemos casas, ni iglesias, ni qué comer, son más a propósito un sacerdote y un hermano coadjutor, que dos sacerdotes, porque el edificar cansa mucho y ocupa tiempo, y si el sacerdote tiene todo en un buen compañero, trabaja para seis…

«Yo quedo muy contento y animado, viendo la puerta que se nos abre para grandes conversiones y mucho más por ver se hace sin gasto de capitanes y soldados, lo cual he procurado siempre y procuraré, porque, no habiendo extraordinarios gastos, con mejor gana los ministros del Rey darán sacerdotes para la doctrina, y sin duda los naturales gustan de vernos solos en sus tierras, y viendo soldados españoles se recatan» (+Cabalgata 65).

Rebelión, estragos y martirios

Entre 1596 y 1616 se formó entre los tepehuanes una floreciente cristiandad, atendida al final por ocho jesuitas. Pero también aquí prendió el rechazo entre los ancianos. Quautlatas, un indio viejo, «grande hechicero y de muy familiar trato con el demonio», bautizado con el nombre de Francisco de Oñate, apostató de la fe, y anduvo con un ídolo de media vara haciendo proselitismo por varios pueblos ya cristianos, no sólo de los tepehuanes, sino también de los acasees y xiximes, animando ocultamente a unos y a otros para que mataran a los misioneros.

El 16 de noviembre de 1616, el alzamiento se inició en Santa Catalina, donde, con flechas y lanzas, mataron al padre Tovar, mexicano de Culiacán. Al día siguiente los indios rebeldes entraron en Atotonilco, donde mataron unas doscientas personas, entre ellas al franciscano Pedro Gutiérrez. Esa misma noche cercaron a Santiago Papasquiaro, donde los cristianos resistieron 17 días. Entonces, habiéndoseles ofrecido una paz simulada, salieron unos 100, el padre Orozco al frente con la custodia.

Los padres Orozco y Cisneros, de 28 y 34 años, uno de Carrión de los Condes y el otro de Plasencia, que siempre misionaron juntos, murieron con los demás a golpes de lanza y macana, y sólo escaparon tres mayores y tres niños.

El mismo día en Zape los tepehuanos alzados mataron a los padres Luis de Alavez, nacido en Oaxaca, hijo de los señores de Texestistlán, y Juan del Valle, alavés de Vitoria, con 19 españoles, más 60 negros y otros criados

Y al día siguiente mataron a los padres Jerónimo Morante y Juan de Fonte, cuando venían a visitar Zape con motivo de una fiesta. Morante, nacido en Mallorca en 1575, fue diez años compañero de misión del padre Fonte, el cual dedicó al bien de los tepehuanes los últimos dieciséis años de su vida. Cuando recuperaron el cuerpo del padre Morante, lo hallaron ceñido con áspero cilicio. Por último, con un golpe de estaca abrieron la cabeza al padre Santarén, que misionaba a los xiximíes.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.