Desnudaron a Cristo en la Cruz, para avergonzarlo; pero Él entregó sus ropas para cubrir con piedad nuestra vergüenza.
Lo que no pudo Adán en el paraíso, tejiendo con torpes manos un vestido con las hojas del pecado, eso se lo concedió el Nuevo Adán, Cristo vivo, revistiéndonos a todos con su piedad y con el valor infinito de su Sangre.
Porque el ornamento único de este Sumo Sacerdote era su propia Sangre; y su liturgia era de silencios, dolor y plegarias; y su altar, el pecho abierto; y sus acólitos, miríadas de angeles en reverencia infinita.
Pureza del abrazo de Cristo, renueva en nosotros la capacidad de amar tu Amor, y recibirlo sin excusas.
Pureza de la mirada de Cristo, renueva en nosotros la luz que permite reconocer y agradecer la belleza que el mundo ignora o profana.
Pureza del Corazón de Cristo, renueva en nosotros el gozo de la fidelidad y la paz serena de las amistades limpias y los hogares felices.
Pureza del Cuerpo de Cristo, renueva en toda la Iglesia el sentido profundo de la adoración a tu Divina Presencia en la Eucaristia.
Pureza del amor de Cristo, enséñanos a amar, sin rehuir la Cruz y sin olvidar la Pascua. Que jamás olvidemos que nuestros cuerpos han sido hechos de tierra pero han sido hechos para el Cielo. Amén.