¿Es pecado tener preguntas sobre la fe?

Fray Nelson, gracias por su apostolado en Internet. Quiero contarle que después de muchos años de distanciarme de la Iglesia e incluso de hablar muy mal de ella, he tenido un camino de conversión, y hoy lo último que quisiera es ofender a Dios. De ahí mi pregunta. Como vi entorno ha sido y es muy racionalista, es inevitable que me surjan preguntas sobre todo cuando la fe nos pide que creamos cosas que científicamente son imposibles, como la concepción de Jesús o la Eucaristía. ¿Es pecado tener dudas o preguntas sobre la fe? De nuevo, gracias por su tiempo. — G.B.

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Hay maneras de dudar y hay maneras de preguntar. La duda que simplemente constata la dificultad para aceptar algo pero que se rinde con amor ante Dios, simplemente porque Dios merece ser creído, no sólo no trae pecado sino que puede incluir mérito. Por el contrario, hay otras dudas que suponen alguna forma de pecado. Por ejemplo:

* La duda del que trata de torcer las palabras, como cuando se duda de la resurrección y entonces se dice que Cristo sí “resucitó” pero en el sentido de que su figura o recuerdo se “levantó” en el recuerdo de los discípulos.

* La duda del que trata de imponer una respuesta que resulte aceptable al entorno cultural, como el que dice que las palabras de Cristo sobre el adulterio tal vez no nos han llegado fielmente, o quizás significaban otra cosa en aquel tiempo. O como cuando se dice que la multiplicación de los panes fue un simple acto de compartir solidario.

* La duda del que desprecia las generaciones anteriores como si fueran una manada de ingenuos que todo lo atribuían a brujería o a espíritus, mientras que, según esa óptica, nosotros seríamos los iluminados, inteligentes y agudos que si nos damos cuenta de lo que que aquella gente atrasada no se enteraba de nada.

En todos estos casos–y la lista no es exhaustiva–la persona en realidad no está dudando sino negando el contenido de la fe y tratando, más o menos abiertamente, de reemplazarlo por otra cosa.

Con respecto a las preguntas, podemos decir algo semejante. En el capítulo 1 de San Lucas encontramos dos casos paralelos de preguntas. Cuando el ángel Gabriel le dice que engendrará un hijo, Zacarías pregunta: “¿Cómo estaré seguro de eso?” (Lucas 1,18). Unos versículos después tenemos el relato del anuncio que le mismo ángel Gabriel le hace a la Santísima Virgen. Esta es la pregunta de ella: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lucas 1,34). En ambos casos hay pregunta pero el modo de preguntar de Zacarías recibe reproche y castigo, de modo que él queda mudo; María, en cambio, sólo recibe bendición.

No es entonces pecado preguntar pero seguramente nos equivocamos si nuestras preguntas llevan el estilo de este Zacarías, es decir, si lo que queremos es básicamente estar seguros nosotros. Tal actitud es parecida a la de aquellos que le pedían a Jesús que en ese momento y lugar hiciera un milagro ante los ojos escépticos de ellos. Y por supuesto, se quedan sin su milagro “a la carta.”

San Anselmo, en el capítulo II de su magnífica obra Cur Deus homo?, que reflexiona sobre la Encarnación, describe muy bien el estado de ánimo con que pueden abordarse cuestiones tan profundas como son las de la teología y la espiritualidad: se requiere humildad, plegaria, sencillez de corazón, disponibilidad para recibir todo y solo lo que Dios quiera concedernos. Al final, accede a escribir sus reflexiones pero con la siguiente advertencia, que puede servir de conclusión a nuestro tema:

Puesto que observo tu seriedad y la de aquellos que contigo así desean aprender, con amor y celo de piedad, intentaré responder con lo mejor de mi capacidad, con la ayuda de Dios y la de tus oraciones, las cuales, al hacer esta pregunta, a menudo me has prometido, no tanto porque yo pueda aclarar lo que quieres saber sino porque deseo buscarlo contigo. Pero deseo que todo lo que yo diga sea recibido con este entendimiento: que si digo algo que una autoridad superior no corrobore, aunque parezca demostrarlo por medio de argumentos, no debe ser recibido con más credulidad que como simple opinión que tuve en aquel momento, hasta que Dios de alguna manera me permite comprender mejor. Pero si yo estuviere de verdad en condiciones de llevar a buen término tu búsqueda, debe concluirse que uno más preparado que yo lo podría hacer mejor. Debe en todo caso quedar claro que no importa lo que un hombre pueda decir o conocer, quedan siempre ocultos a nosotros fundamentos más profundos de verdades tan grandes.