En una discusión con un docente y mis compañeros sobre el aborto, al yo refutar y utilizar las palabras persona, bebé y ser humano, el docente (que es uno bastante formado) me replicó: un momento que me estas hablando de tres cosas diferentes: un ser humano, una persona y un bebé. Francamente no tenía ni idea que eso estaba ya separado! y luego empezó la loca de la casa (mi cabeza, como decía Sta Teresa) a preguntarme: pero que es un ser humano? Puedes decir que es lo que nace producto de un proceso biológico entre dos seres humanos, pero eso prontamente va a desaparecer, pues la experimentación genética ha logrado “producir” un ser humano con tres ADNs diferentes, entonces esto no basta. No puede ser definido por su aspecto corporal, pues no todos nacen con todos los orgános, o todos los miembros o partes del cuerpo y aún así se les considera seres humanos. Se reduce entonces a las habilidades y la productividad? pero tampoco puede ser esto lo que defina a un ser humano, pues los bebes y los ancianos y personas con ciertas enfermedades no podrían considerarse humanos. Entonces es un humano por tener alma? pero como podemos saber si tienen alma los fetos que son un verdadero desastre de la naturaleza (esto lo digo por todas las enfermedades realmente graves del embarazo que son conocidas, algunas de las cuales forman una figura humana, pero sin cerebro, o sin órganos, y otros tantos que parecen salidos de películas de terror). Es un ser humano algo que se produce instantáneamente al momento de la unión del óvulo con el espermatozoide? pero volvemos a los bebés manipulados genéticamente y a los óvulos fecundados que nunca se llegan a implantar en el útero. — D.C.
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Empecemos por la distinción que hace aquel médico entre ser humano, persona y bebé. El término “bebé” simplemente indica una característica cronológica que no cambia la dignidad intrínseca del ser respectivo. Un bebé de zarigüeya no tiene la dignidad de un bebé humano por ser ambos bebés. Eso nos permite concentrarnos en los otros dos términos: “ser humano” y “persona.”
Los que separan estos dos términos no dudan de que un adulto con su pleno desarrollo cognitivo y emocional sea una “persona,” de modo que la separación que hacen proviene de que consideran que hay seres humanos que no son, o no son plenamente personas. ¿Quiénes podrían ser esos seres humanos? Según unos u otros criterios, habrá quienes digan que un bebé recién nacido no es persona porque sus reacciones frente a estímulos o dificultades es más cercana a la de un animal que a la de un adulto humano. De manera análoga, un niño con autismo tampoco sería una persona. Uno ve que esta clase de distinciones traen prontamente cuestiones éticas difíciles. Por ejemplo, si alguien tiene un accidente cerebro-vascular grave, ¿deja de ser persona? Un enfermo en coma, ¿ya no es persona? Y de inmediato estas definiciones traen consecuencias: si alguien (¿o algo?) no es persona, es fácil inclinarse a la idea de que se puede “disponer” de él, por ejemplo, determinando a quién es lícito eliminar para que no consuma recursos del Estado.
Son tan graves las consecuencias de esta separación entre “ser humano” y “persona” que uno siente que es arbitraria porque deja la dignidad de enfermos, ancianos o discapacitados en manos de criterios que pueden afectar profundamente su calidad de vida o incluso llevar a la muerte. Es mucho más humano y más sano asociar la dignidad y los derechos propios de la “persona” a TODO ser humano, y eso significa que la contraposición entre persona y ser humano no es éticamente admisible. Lo que parece correcto, y lo que ha hecho la Iglesia de modo consistente es hablar de persona humana, siempre y desde el principio de la misma vida humana.
Este razonamiento nos conduce a la pregunta sobre qué es un ser humano, es decir, a partir de lo ya expuesto: ¿qué es una persona humana? Un buen punto de partida es lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
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362 La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.
363 A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):
«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día» (GS 14,1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.
366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8) —no es “producida” por los padres—, y que es inmortal (cf. Concilio de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.
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El planteamiento de la Iglesia no deja duda sobre la identidad y la dignidad de cada ser humano. Pero deja abierta la cuestión ética en torno a los seres humanos “producidos” con profundas intervenciones de tecnología biológica y genética. Razón para entender por qué la misma Iglesia se opone a tomar como único criterio de procreación que alguien diga: “Yo quiero tener un hijo” o lo que ya sucede en algunos lugares: “Yo quiero un hijo con tales características.”
Pero esos seres humanos existen y no es su culpa haber venido a este mundo.
En este punto conviene recordar que las intervenciones en el ADN de un cigoto apunta a genes muy específicos. En un ser humano “producto” de ese tipo de intervención, los porcentajes serían algo así como: 49,999…99999999999% o mucho más de la mamá; 49,999…99999999999% o mucho más del papá y 0,000…00000000002% o muchísimo menos de otra persona. Habida cuenta de que ese porcentaje externo (al papá y a la mamá) interviene en genes específicos conectados con enfermedades o rasgos físicos puntuales. Hay quienes incluso miran ese tipo de intervenciones genéticas como micro o nano-cirugías.
Todo eso apunta a que los seres humanos “producidos” no tienen en realidad un cambio radical en su realidad corporal, y que por tanto no es necesario cambiar la definición de ser humano: un ser humano, que desde el principio posee toda la dignidad de la persona humana, es el resultado de la unión entre las células germinales de un hombre y una mujer, incluso si esa persona tiene posteriormente intervenciones genéticas o fisiológicas.