Cuando se piensa con la mente clara en las miserias de la tierra, y se contrasta ese panorama con las riquezas de la vida con Cristo, a mi juicio, no se encuentra más que una palabra que califique -con expresión rotunda- el camino que elige la gente: necedad, necedad, necedad. La mayoría de los hombres no es que nos equivoquemos; nos sucede algo bastante peor: somos tontos de remate.
No te escandalices porque haya malos cristianos, que bullen y no practican. El Señor -escribe el Apóstol- “ha de pagar a cada uno según sus obras”: a ti, por las tuyas; y a mí, por las mías. -Si tú y yo nos decidimos a portarnos bien, de momento ya habrá dos pillos menos en el mundo.
Tienes una dosis de frescura que, si la emplearas con sentido sobrenatural, te serviría para ser un cristiano formidable… -Pero, tal como la usas, no pasas de ser un formidable fresco.