“La tesis que planteo es que la capacidad de recorrer éticamente el camino propio de la ciencia en la búsqueda de la verdad del mundo real, es una cuestión, en último término, religiosa. — Por Natalia López Moratalla”
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Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
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La providencia de Dios Padre, la unción del Espíritu Santo y la sangre de Cristo son razones para confiar, para vencer el miedo y para creer que son preservadas nuestras bendiciones.
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#VisperasFrayNelson para el Jueves XXVIII del Tiempo Ordinario
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La ONU adoptó, el 8 de marzo de 2005, una declaración sobre la clonación humana. El texto ha sido elaborado después de varios años de discusiones y polémicas. La polémica fue tan viva que el 6 de noviembre de 2003 se había decidido un aplazamiento de los debates: en aquel momento no era posible llegar a un acuerdo por el enfrentamiento que se había generado entre dos grupos de países.
El enfrentamiento se repitió en las votaciones de este año 2005. Primero, en el comité de trabajo sobre la clonación, a la hora de dar un juicio sobre el documento el 18 de febrero de 2005. Segundo, en la votación en la Asamblea general de la ONU, que tuvo lugar el 8 de marzo de 2005. En ella, por fin, el texto fue aprobado con 84 votos a favor, 34 en contra, y 37 abstenciones.
Algunos de los países que votaron a favor, además de México, fueron los siguientes: Estados Unidos, Alemania, Portugal, Polonia, Chile, Costa Rica e Italia. Entre los países que votaron en contra tenemos a Reino Unido, Bélgica, España, Japón, Suecia, Brasil, Canadá, China, la India y Cuba.
Antes de analizar el motivo de esta división de posiciones, conviene detenernos un momento y preguntarnos: ¿en qué consiste la clonación de seres humanos?
Clonar significa reproducir un individuo igual a otro, al menos en lo que se refiere al DNA (a su información genética). Un científico, desde luego, diría que la igualdad total es prácticamente imposible por varios motivos. Primero, por las mismas técnicas que se usan, que no describimos ahora por brevedad. Segundo, porque ocurren muchas cosas en la gestación, nacimiento y desarrollo de los animales, lo cual origina diferencias muy claras incluso entre quienes tienen el mismo DNA. Basta con observar a dos gemelos que tienen la misma información genética para darse cuenta de esto: no son completamente iguales, ni en lo físico ni en lo psicológico.
Los científicos llevan muchos años trabajando por mejorar las técnicas de clonación. Han trabajado con ranas y con ratones. La clonación más famosa fue la que consiguió, en 1996, el nacimiento de la oveja Dolly, un acontecimiento que fue conocido por la prensa en 1997. Dolly, por desgracia, no tuvo una vida muy sana y murió (mejor dicho, fue eliminada) en febrero de 2003.
El sueño de clonar seres humanos es promovido por algunas organizaciones internacionales, como CLONAID, y por un pequeño grupo de científicos. La mayoría de los investigadores y la opinión pública mundial está en contra de la clonación de hombres. En este sentido, sería bastante fácil llegar a un acuerdo internacional contra la “clonación reproductiva”: no es justo crear seres humanos a través del uso de la clonación.
Las opiniones se dividen, sin embargo, cuando se habla de la “clonación terapéutica”. ¿Por qué se produce aquí un choque de ideas? El problema radica en el modo de definir la “clonación terapéutica”.
Para algunos científicos, y para algunos gobiernos (como los de Gran Bretaña y España), la “clonación terapéutica” sería aceptable como camino para obtener células estaminales o, incluso, tejidos, para curar a enfermos. Es decir, se trataría de obtener un ser humano a través de la clonación, para luego coger sus células, cultivarlas en laboratorio, e intentar transplantarlas a un enfermo.
Si se llegase científicamente a clonar un embrión a partir de las células adultas de un enfermo necesitado de un transplante, las células conseguidas desde el clon serían perfectamente compatibles para el enfermo: se evitaría el rechazo inmunitario que suele acompañar a la mayoría de los transplantes de tejidos o de órganos. Esto, sin embargo, es sólo una hipótesis, pues no sabemos cómo se van a comportar estas células transplantadas, ni si provocarán el desarrollo de algún cáncer fuera de control.
Aquí encontramos el motivo de la discordia que ha dividido a la ONU. Casi todos los países están de acuerdo en que hay que prohibir la clonación reproductiva. Pero algunos países (y grupos de científicos y laboratorios interesados en la investigación) desean que sea permitida la “clonación terapéutica”.
Para ofrecer luz en este debate, resulta oportuno reconocer que el concepto de “clonación terapéutica” es confuso, es equívoco. ¿Por qué? Porque lo que buscan los defensores de esta técnica (todavía hipotética) es, primero, producir un embrión humano, y, luego, destruirlo para conseguir sus células estaminales. En otras palabras, quieren hacer una “clonación reproductiva” (habrían creado un embrión humano) para luego despedazar a ese embrión. Luego, para que no todos perciban la gravedad de lo realizado en el laboratorio, llaman a esta técnica bajo el nombre de “clonación terapéutica”.
En este sentido, la aprobación del 8 de marzo, a pesar de que no hubo acuerdo total, supone un paso importante en favor de la defensa de la vida humana, de cualquier vida humana.
El inicio de la vida de cada individuo humano merece el máximo respeto. Nadie puede imponer a otros el ser concebido en laboratorio, el ser fabricado según los deseos de otros. Nadie puede imponer a un embrión el tener un DNA concreto, “clonado” a partir de las células de un adulto. Nadie debe crear embriones a través de técnicas de clonación o con otros métodos para luego destruirlos como si fuesen vidas humanas inferiores, a las que se niegue el respeto que merecen por ser lo que son, miembros de la misma familia humana.
En este sentido, es motivo de esperanza notar la actitud de tantos países del mundo (84 en esta votación) a favor de la declaración de la ONU, entre los que se encuentra México. Como explicó el representante mexicano, el texto aprobado es un paso adelante a favor de la defensa de la dignidad del hombre.
Queda por ver ahora cómo los distintos países acogerán la declaración de la ONU sobre la clonación humana, especialmente cuando tengan que emanar leyes sobre el tema. Algunos países, por desgracia, ya han mostrado su deseo de no aceptar el texto y de permitir en sus laboratorios la mal llamada “clonación terapéutica”. Otros países, esperamos que muchos empezarán a legislar a favor de la vida humana y en contra de cualquier forma de clonación humana.
A raíz de este acontecimiento, William B. Hurlbut, un experto en ética en Stanford University (Estados Unidos), afirmó: “una sociedad con un mínimo de ética no puede basar su ciencia biomédica sobre la creación y destrucción de embriones humanos” (cf. The Washington Post, 9 de marzo de 2005). Este es el espíritu de la declaración de la ONU sobre la clonación humana, un espíritu que nos llena de confianza: defender al hombre, a cada hombre, a todos los hombres, desde el inicio de su existencia hasta el momento de su vejez, será siempre señal de progreso, de justicia y de paz.
— P. Fernando Pascual
#LaudesFrayNelson para el Jueves XXVIII del Tiempo Ordinario
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#LectioFrayNelson para el Jueves XXVIII del Tiempo Ordinario
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Que no termine este Año de la Misericordia sin el reconocimiento sincero de nuestras miserias, venciendo todo miedo al confiar plenamente en Dios misericordioso.
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#VisperasFrayNelson para el Miércoles XXVIII del Tiempo Ordinario
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El sermón de su despedida
En 1563 el padre Roa, estando de prior en Molango, y sintiéndose gravemente enfermo, convocó a los fieles de todos los pueblos vecinos que el había atendido durante años, para despedirse de ellos. Hacía entonces veinticinco años que estaba en la Nueva España, tenía 72 años, y sabía ya con seguridad que pronto le llamaría el Señor.
Cuando ya todos estuvieron reunidos, les hizo una larga prédica, en la que recordó todos los pasos principales de su vida misionera, y les explicó por última vez los artículos fundamentales de la fe cristiana. Ya al final, se acercó a una hoguera que habían encendido cerca, y entrando en las grandes llamaradas, desde allí estuvo exhortando a los fieles, sin quemarse, para que temieran las penas posibles del infierno…
El padre Grijalva comenta: «A mí me acobardara el escribir [estas cosas] si no hubieran sido tan públicas a los ojos de un mundo entero, notorias a todos, y recibidas de todos, sin que ninguno haya puesto duda, ni escrúpulo en ello».
Muchos otros milagros del padre Roa -apenas verificables, por supuesto, al paso de tantos años- quedaron igualmente escritos (Crónica II,22), cuando aún vivían muchos de los informantes y testigos. Y el padre Grijalva añade: «Si las cosas que he escrito [de los santos varones de la Orden] admiraren por muy grandes, demos las gracias a Dios que es poderoso para hacerlas en sujetos tan humildes, y procuremos imitarles fiados en un Dios tan bueno que es para todos, y tan rico que no se agota».
A morir a México
Quiso ir a morir en el convento agustino de México, para ser así enterrado en la Casa matriz de la Orden. Y ya de camino, sin quererlo, iba arrastrando multitud de indios, que llorando a gritos, le pedían su bendición, «afligidos sobre todo por lo que les había dicho de que no volverían a ver su rostro» (Hch 20,38).
En Metztitlán estaba de prior fray Juan de Sevilla, su íntimo amigo, que le acompañó el resto del camino. Llegado a México, se le impuso que no hiciera penitencia alguna y obedeciese en todo a los enfermeros, cosa que obedeció sin dificultad, aunque luego obtuvo licencia para continuar absteniéndose de comer carne. Fue enviado unos días al convento de los dominicos de Coyoacán, pueblo de buen clima y buenas aguas, donde los frailes predicadores le acogieron con gran afecto, y allí hizo confesión general. Pero agravándose su enfermedad, regresó a México.
Recibidos los sacramentos de confortación para la muerte, quedó tres día sin habla, agarrado al crucifijo que le había acompañado en todas sus correrías apostólicas, fijos los ojos en él, y muchas veces llorando. Una hora antes de morir, pudo hablar y dijo: «Mi alma es lavada y purificada en la sangre de Cristo, tan fresca y caliente como cuando salió de su sacratísimo cuerpo». Y añadió: «Padre eterno, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y con esto murió a 14 de setiembre [de 1563], día de la Exaltación de la Cruz» (II,23).
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.