Me gusta que, en la oración, tengas esa tendencia a recorrer muchos kilómetros: contemplas tierras distintas de las que pisas; ante tus ojos pasan gentes de otras razas; oyes lenguas diversas… Es como un eco de aquel mandato de Jesús: «euntes docete omnes gentes» -id, y enseñad a todo el mundo. Para llegar lejos, siempre más lejos, mete ese fuego de amor en los que te rodean: y tus sueños y deseos se convertirán en realidad: ¡antes, más y mejor!
La oración se desarrollará unas veces de modo discursivo; otras, tal vez pocas, llena de fervor; y, quizá muchas, seca, seca, seca… Pero lo que importa es que tú, con la ayuda de Dios, no te desalientes. Piensa en el centinela que está de guardia
Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” -cuando lo estás perdiendo continuamente-; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”… La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar.
“Un minuto de rezo intenso; con eso basta”. -Lo decía uno que nunca rezaba. -¿Comprendería un enamorado que bastase contemplar intensamente durante un minuto a la persona amada?