Esta noche, Señor, te abro mi mano, te la extiendo sin abrir mis ojos para que Tú la agarres con fuerza y no la sueltes jamás.
He fijado mi vista en la manita pequeña de un bebé agarrando con sus deditos el dedo de su papá.
Mi mano, Señor, aunque a menudo creo que es grande y fuerte, en realidad es como la manita de un recién nacido: pequeña, débil, frágil y necesita asirse a la tuya. Ayúdame a poder ver siempre mi mano como lo que realmente es: la mano de un bebé que nada puede por sí sólo.
Ayúdame a pedirte siempre tu mano. Sé que por amor a mi la tienes clavada a un madero, manantial que no cesa, reguero de sangre que no cesa y que no se moverá hasta que agarre mis dedos. Hoy, Señor, te abro mi mano, te la extiendo sin abrir mis ojos para que Tú la agarres con fuerza y no la sueltes jamás.