Para ti, que ocupas ese puesto de gobierno. Medita: los instrumentos más fuertes y eficaces, si se les trata mal, se mellan, se desgastan y se inutilizan.
Las decisiones de gobierno, tomadas a la ligera por una sola persona, nacen siempre, o casi siempre, influidas por una visión unilateral de los problemas. -Por muy grandes que sean tu preparación y tu talento, debes oír a quienes comparten contigo esa tarea de dirección.
Nunca des oído a la delación anónima: es el procedimiento de los viles.
Un criterio de buen gobierno: el material humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar, sin despreciarlo jamás.
Me parece muy bien que, a diario, procures aumentar esa honda preocupación por tus súbditos: porque sentirse rodeado y protegido por la comprensión afectuosa del superior, puede ser el remedio eficaz que necesiten las personas a las que has de servir con tu gobierno.
¡Qué pena causan algunos, constituidos en autoridad, cuando juzgan y hablan con ligereza, sin estudiar el asunto, con afirmaciones tajantes, sobre personas o temas que desconocen, y… hasta con “prevenciones”, que son fruto de deslealtad!
Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia para dirigir, y la juventud -inexperta y excitada- quiere tomar las riendas: ¡cuántos males!, ¡y cuántas ofensas a Dios -propias y ajenas- recaen sobre quien usa tan mal de la autoridad!
Cuando el que manda es negativo y desconfiado, fácilmente cae en la tiranía.
Procura ser rectamente objetivo en tu labor de gobierno. Evita esa inclinación de los que tienden a ver más bien -y a veces, sólo- lo que no marcha, los errores. -Llénate de alegría, con la certeza de que el Señor a todos ha concedido la capacidad de hacerse santos, precisamente en la lucha contra los propios defectos.