Así como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco se puede ocultar la perplejidad que muchos fieles experimentan ante un documento tan esperado como es Amoris laetitia, la exhortación apostólica postsinodal con que el Papa Francisco ha presentado tanto las conclusiones del sínodo 2014-2015, como las directrices pastorales que él considera coherentes con lo discutido durante los pasados dos años.
La perplejidad aumenta por dos razones. En primer lugar, hay voces de gran autoridad que están sacando conclusiones diversas, incluso opuestas, mientras afirman basarse en las palabras del Papa. Así por ejemplo, mientras que Mons. Lingayen Dagupan, arzobispo presidente d ela Conferencia Episcopal de Filipinas, invita a que “ya” se abra espacio en la mesa de la eucaristía a los que están en relaciones “rotas,” al mismo tiempo, Mons. Livio Melina, presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II, recuerda a todos que comulgar en esas condiciones entraña pecado grave. (Más información sobre este tipo de divergencias en el magnífico artículo del P. José Ma. Iraburu sobre el Cap. VIII de AL). Nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.
En segundo lugar, vivimos tiempos de gran crispación en los que los juicios apresurados y absolutos desfilan en todo tipo de ambientes y conversaciones. Hay amigos que, después de asegurarme que la sede de Pedro está vacante, es decir, que no hay legítimo Papa en este momento, me han dado un portazo y me han bloqueado en Facebook. Es una afirmación absurda que de ninguna manera comparto pero que muestra que el volumen de las discusiones ha hecho saltar los quicios mínimos del respeto y la prudencia. Mientras que algunos quieren presentar todo lo anterior al Papa Francisco como una caverna fría de legalismos y abstracciones, otros quieren que veamos en nuestro Papa a una especie de infiltrado, venido de otro tipo de oquedad, sulfurosa y perversa. Y repito: nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.
Por eso la pregunta: Ante la confusión, ¿qué? Ofrezco algunas sugerencias:
1. Aunque Amoris laetitia no sea el documento que más nos haya gustado, ello no nos exime de encontrar numerosos valores y afirmaciones útiles y bien dichas, particularmente en lo que respecta a los consejos prácticos para la preparación al matrimonio y lo que se dice sobre la vida de hogar. Hacer descalificaciones en bloque o aprobaciones sin discernimiento ayuda poco en el ambiente eclesial y social en que hoy nos movemos. Se impone una actitud serena, que discierna y que esté dispuesta a escuchar y aportar con un sano sentido crítico.
2. Conviene darse cuenta de que casi todas las controversias sobre esta Exhortación papal tienen que ver con el Capítulo VIII, que se refiere a las situaciones “irregulares.” Y sucede que el tono usado por el Papa, sobre todo en este capítulo de su documento, y además las múltiples matizaciones que hace, los continuos llamados a discernir, pensar o sopesar, indican que no pueden considerarse las afirmaciones o insinuaciones allí contenidas como magisterio pontificio propiamente dicho. Lo propio del magisterio petrino es definir en una dirección o en otra; puesto que, por las razones que sea, el Papa Francisco, ha preferido dejar cuestiones abiertas, no cabe hablar aquí de un ejercicio de ese magisterio. Cosa que no es extraña: expresamente dijo el Papa Benedicto XVI, al publicar su trilogía “Jesús de Nazareth” que no se trataba del magisterio del papa sino de la reflexión de un teólogo. Algo parecido sucede con AL, aunque desde el ángulo pastoral: lo que este documento nos da son sus reflexiones y propuestas, que él mismo reconoce como aproximaciones a realidades sumamente complejas.
3. ¿Por qué el Papa ha obrado así? Posiblemente porque se da cuenta de la urgencia del asunto (y por eso la Iglesia no puede permanecer callada o limitarse a lo ya dicho) pero a la vez se da cuenta de que el tema es extremadamente complejo y contiene numerosas ramificaciones (y por eso no está maduro para dar decisiones y definiciones de valor más permanente). ¿Por qué son insuficientes las declaraciones anteriores, por ejemplo, las contenidas en Familiaris consortio? Porque han sido ocasión de que muchos, pastores o laicos, despidan a quienes están viviendo duros dramas emocionales o afectivos sobre la base de diagnósticos simplistas que no van más allá de lo legal. Algo así como reducir el problema ecuménico a “que esa pandilla de herejes deje su obstinación y haga fila para confesarse…” Ese es el tratamiento que muchos católicos en situación irregular han vivido: se les ha tratado casi como excomulgados, generando un efecto en cadena que aleja de modo inmediato a sus hijos. Aunque nadie puede juzgar en último término las intenciones del Papa Francisco, cabe suponer, por el valor real que él le da a la palabra “misericordia,” que en su criterio la Iglesia no puede simplemente poner avisos en los muros avisando a la gente por qué está excluida. Si esta interpretación que presento es correcta, hay que ver su exhortación apostólica en primer lugar como un grito de dolor frente a tantas situaciones que no tienen fácil solución pero que tampoco pueden dejarnos indiferentes.
4. En varias ocasiones el Papa ha manifestado que no es su deseo cambiar la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Esto indica que AL debe ser leída a la luz de los inmensos tesoros que la Iglesia ha expuesto en su magisterio, y no lo contrario. La Iglesia Católica no está empezando a entender el matrimonio en el año 2016 ni la misericordia está empezando su camino en la comunidad cristiana en abril de este año. No se puede menospreciar el valor de denuncia y de búsqueda de caminos que se percibe en AL pero tampoco se puede caer en una lectura infantil, oportunista o demagógica que quiera resumir la historia de la Iglesia como una larga noche de opresión, que por fin se abre a las luces del alba con este documento. Repito: todo lo dicho sobre la familia conserva su validez, y si vamos a hablar en términos de calificación teológica, todo lo anterior tiene un peso y calificación superior a la reciente exhortación papal de modo que están abusando los que pretenden justificar comuniones sacrílegas o incluso “nuevos modelos” de familia apoyándose en AL.
5. Y por supuesto, oremos. Pidamos luces más y más abundantes para el Papa. Pidamos que nuestros corazones sean sensibles al dolor de aquellos que se encuentren en situaciones objetivas de pecado sin encontrar un camino cercano y real que les lleve a superar su condición. A nuestros hermanos que así se encuentran no les servimos callando la magnitud de su pecado pero tampoco les ayudamos gritándolo o repitiéndolo como si nada más tuviéramos para ofrecerles. Para llegar a esa palabra, como la de Cristo, que señala al pecado y abraza al pecador hace falta no sólo tener recta doctrina o buenas intenciones: hace falta algo que se llama santidad, y el camino hacia allá implica oración, penitencia, crecimiento incesante en el amor a Dios y al prójimo.