Fray Pedro de Gante (+1572)

Un año más antiguo que los Doce fue en México fray Pedro de Gante, el único sobreviviente de los tres franciscanos flamencos que llegaron en 1523. Fray Pedro de Moor, nacido en Gante, la capital de Flandes, quedó en Texcoco para aprender la lengua mexicana. Era Texcoco el principal centro cultural de México, la Atenas del nuevo mundo, con sus archivos y sabios varones. Y allí mismo, en la casa del señor que le alojaba, comenzó fray Pedro una admirable labor escolar, prolongada luego en la ciudad de México, que había de durar cincuenta años. Conocemos bien su vida y apostolado, tanto por sus propias Cartas a Carlos I y a Felipe II (+V. Martínez Gracia, Gante 71-90), como por las crónicas de la época, especialmente por la del padre Mendieta (V,18; +A. Trueba, Fray Pedro de Gante, IUS, México 19592):

Según Mendieta, fue «el muy siervo de Dios fray Pedro de Gante primero y principal maestro y industrioso adestrador de los indios», justamente en unos años en que parecían éstos parecían a muchos torpes e inútiles, pues estaban aún «como atónitos y espantados de la guerra pasada, de tantas muertes de los suyos, de su pueblo arruinado, y finalmente, de tan repentina mudanza y tan diferente en todas las cosas» (IV,13). Con la colaboración de varios padres y hermanos, y con sorpresa de muchos, los indios «muy en breve salieron con los oficios más de lo que nuestros oficiales [españoles] quisieran» (IV,13). Fray Pedro, pues, «fue el primero que en esta Nueva España enseñó a leer y escribir, cantar y tañer instrumentos musicales, y la doctrina cristiana, primeramente en Texcoco a algunos hijos de principales, antes que viniesen los doce, y después en México, donde residió casi toda su vida… Junto a la escuela [de los niños] ordenó que se hiciesen otros aposentos o repartimientos de casas donde se enseñasen los indios a pintar, y allí se hacía imágenes y retablos para los templos de toda la tierra. Hizo enseñar a otros en los oficios de cantería, carpintería, sastres, zapateros, herreros y los demás oficios mecánicos con que comenzaron los indios a aficionarse y ejercitarse en ellos. Su principal cuidado era que los niños saliesen enseñados, así en la doctrina cristiana, como en leer y escribir y cantar, y en las demás cosas en que los ejercitaba» (V,18).

El orden de vida de los muchachos, compuesto de oración, estudio y diversos trabajos, era muy severo -semejante, por lo demás, en su rigor a los grandes centros pedagógicos antiguos del mundo mexicano, como la escuela de Calmécac, para sacerdotes, o la escuela del Telpochcalli, para guerreros-, en régimen de absoluto internado. Así «se juntaron luego, pocos más o menos, mil muchachos, los cuales teníamos encerrados en nuestra casa de día y de noche, y no les permitíamos ninguna conversación [trato con el exterior], y esto se hizo para que se olvidasen de sus sangrientas idolatrías y excesivos sacrificios» (Cta. a Felipe II, 23-6-1558).

Los más idóneos eran enviados de dos en dos los fines de semana a predicar a varias leguas a la redonda de México, cosa que hacían con mucho fruto. Si en estas salidas sabían de alguna secreta celebración idolátrica, lo comunicaban al regreso, según cuenta fray Pedro: «y luego los enviaba yo a llamar a México, y venían a capítulo, y les reñía y predicaba lo que sentía y según Dios me lo inspiraba. Otras veces los atemorizaba con la justicia, diciéndoles que los habían de castigar si otra vez lo hacían; y de esta manera, unas veces por bien y otras veces por mal, poco a poco se destruyeron y quitaron muchas idolatrías» (ib.).

Según el modelo establecido por Gante y sus colaboradores, así se procedió en los otros los centros misionales, uniendo a la iglesia una escuela, en la que se enseñaban las letras con la doctrina, y también artes y oficios. En aquellas escuelas los frailes, ayudados en seguida por indios bien preparados, enseñaban mediante repeticiones, representaciones mímicas y cantilenas, así como con la ayuda de figuras pintadas en lienzos, que iban señalando con una vara. Fray Pedro de Gante compuso una Doctrina cristiana en lengua mexicana que fue impresa primero en Amberes, en 1525, cuando aún no había imprenta en México, y que fue reimpresa en 1553. Y en 1569 publicó fray Pedro una Cartilla para enseñar a leer. A él parece que se debe también la introducción en México de los villancicos de Navidad.

Fray Pedro, tan entrañado en tantas familias mexicanas de la ciudad o de los pueblos de la comarca, conoció muy bien todos los abusos que los indios sufrieron en aquellos primeros años de la Nueva España -tributos excesivos, servicios fuera de sus pueblos, trabajos agotadores y mal pagados-, y en 1552 escribió una carta sumamente apremiente al emperador Carlos I, recordándole que estos indios «no fueron descubiertos sino para buscarles la salvación, lo cual, de la manera que ahora van, es imposible». Y añade que para pedir remedios con tanta osadía, «dame atrevimiento ser tan allegado a V. M. y ser de su tierra». Ambos, en efecto, eran paisanos, nacidos en Gante, y según parece tenían entre sí algún parentesco. Años más tarde, en 1558, «ya muy viejo y cansado», pero al parecer más animado, escribe a Felipe II una carta con varias solicitudes, y entre ellas le pide que consiga privilegios de indulgencias para su amada iglesia de San José, que empezó siendo una capilla de paja, y ahora «es muy buena y muy vistosa, y caben en ella diez mil hombres, y en el patio caben más de cincuenta mil, y en ella tengo mi escuela de niños donde se sirve a Dios nuestro Señor muy mucho». En la carta le cuenta los apostolados suyos y de los frailes, y cómo explicaban a los indios «la diferencia sin comparación que había de servir a Dios y a la Corona Real, a servir al demonio y estar tiranizados».

Así pasó fray Pedro de Gante cincuenta años, en su labor educativa continua y paciente, oculta y fecundísima, y en su corazón llevó siempre a miles de muchachos mexicanos de lugares muy diversos, de tal manera que con toda verdad pudo escribir al emperador: «los tengo a todos por mis hijos, y así ellos me tienen por padre» (20-7-1548). En efecto, según refiere Mendieta, «fue muy querido, como se vio muy claro en todo el discurso de su vida, y en que con ser fraile lego, y predicarles a los indios y confesarlos otros sacerdotes grandes siervos de Dios y prelados de la Orden, al Fr. Pedro solo conocían por particular Padre, y a él acudían con todos sus negocios, trabajos y necesidades, y así dependía de él principalmente el gobierno de los naturales de toda la ciudad de México y su comarca en lo espiritual y eclesiástico; tanto que solía decir el segundo Arzobispo Fr. Alonso de Montufar, de la orden de predicadores: “Yo no soy arzobispo de México, sino Fr. Pedro de Gante, lego de San Francisco”» (V,18).

En estos empeños misioneros de tanta caridad estuvo fray Pedro de Gante hasta el primer domingo de Pascua de 1572, en que se fue a descansar al cielo. Si en 1523 fue a México con unos 40 años de edad, según dice Trueba, «tendría, pues, al morir casi 90 años» (Gante 49), de los que casi 50 pasó al servicio de Dios y de los indios. A su muerte, según refiere Mendieta, «sintieron los naturales grande dolor y pena, y en público la mostraron», poniéndose por él luto, y celebrando exequias en muchos pueblos y cofradías. También hicieron «su figura sacada al natural de pincel, y casi en todos los principales pueblos de la Nueva España lo tienen pintado, juntamente con los doce primeros fundadores de esta provincia del Santo Evangelio» (V,18).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.