#VisperasFrayNelson para la Memoria de Santa Mónica
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Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
“Dios, Padre misericordioso,
que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo,
y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador,
te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre”.
Te encomendamos en modo particular
los jóvenes de toda lengua, pueblo y nación.
Guíales y protéjeles en los complejos caminos de hoy
y dales la gracia de poder cosechar abundantes frutos
de la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia…”
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Había una vez …
Un hombre que subía cada día al autobús para ir al trabajo. Una parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto, iba tirando algo por la ventana; siempre hacía lo mismo, y un día, intrigado, el hombre le preguntó que era lo que tiraba por la ventana.
– ¡Son semillas! – le dijo la anciana.
– ¿Semillas? ¿Semillas de qué?
– De flores; es que miro afuera y está todo tan vacío…Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino. ¿Verdad que sería bonito?
– Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros… ¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
– Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, alguna acabará en la cuneta y, con el tiempo, brotará.
– Pero…tardarán en crecer, necesitan agua…
– Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
La anciana siguió con su trabajo … Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después… Yendo al trabajo, el hombre, al mirar por la ventana vio todo el camino lleno de flores. ¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje! Se acordó de la anciana, pero hacía días que no la había visto. Preguntó al conductor: “¿La anciana de las semillas?”
– Pues, ya hace un mes que murió, según me dijeron.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje. «Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de que le ha servido su trabajo? No ha podido ver su obra.»
De repente, oyó la risa de un niño pequeño. Una niña señalaba entusiasmada las flores…
– ¡Mira, papá! ¡Mira cuantas flores!
Las parábolas son escenas de nuestra propia vida en las que Cristo quiere darnos señales de cómo es el Reino de Dios y cómo obra en nuestra historia.
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El bautismo fue vivamente deseado por los indios, según se aprecia en diversos relatos. Al paso de los frailes, dice Motolinía, «les salen los indios al camino con los niños en brazos, y con los dolientes a cuestas, y hasta los viejos decrépitos sacan para que los bauticen… Cuando van al bautismo, los unos van rogando, otros importunando, otros lo piden de rodillas, otros alzando y poniendo las manos, gimiendo y encogiéndose, otros lo demandan y reciben llorando y con suspiros» (II,3, 210).
Al principio de la evangelización, «eran tantos los que se venían a bautizar que los sacerdotes bautizantes muchas veces les acontecía no poder levantar el jarro con que bautizaban por tener el brazo cansado, y aunque remudaban el jarro les cansaban ambos brazos… En aquel tiempo acontecía a un solo sacerdote bautizar en un día cuatro y cinco y seis mil» (III,3, 317). Con todo esto, dice Motolinía, «a mi juicio y verdaderamente, serán bautizados en este tiempo que digo, que serán 15 años, más de nueve millones» (II,3, 215). En los comienzos, bautizaron sólo con agua, pero luego hubo disputas con religiosos de otras órdenes, que exigían los óleos y ceremonias completas (II,4, 217-226). Y antes de que hubiera obispos, sólo Motolinía administró la confirmación, en virtud de las concesiones hechas por el Papa a estos primeros misioneros.
El sacramento de la penitencia comenzó a administrarse el año 1526 en la provincia de Texcoco, y al decir de Motolinía, «con mucho trabajo porque apenas se les podía dar a entender qué cosa era este sacramento» (II,5, 229). Por esos años, siendo todavía pocos los confesores, «el continuo y mayor trabajo que con estos indios se pasó fue en las confesiones, porque son tan continuas que todo el año es una Cuaresma, a cualquier hora del día y en cualquier lugar, así en las iglesias como en los caminos… Muchos de éstos son sordos, otros llagados» y malolientes, otros no saben expresarse, o lo hacen con mil particularidades..,«Bien creo yo que los que en este trabajo se ejercitaren y perseveraren fielmente, que es un género de martirio, y delante de Dios muy acepto servicio» (III,3, 319).
A veces los indios se confesaban por escrito o señalando con una paja en un cuadro de figuras dibujadas (II,6, 242). Acostumbrados, como estaban, desde su antigua religiosidad, a sangrarse y a grandes ayunos penitenciales, «cumplen muy bien lo que les es mandado en penitencia, por grave cosa que sea, y muchos de ellos hay que si cuando se confiesan no les mandan que se azoten, les pesa, y ellos mismos dicen al confesor: «¿por qué no me mandas disciplinar?»; porque lo tienen por gran mérito, y así se disciplinan muchos de ellos todos los viernes de la Cuaresma, de iglesia en iglesia», sobre todo en la provincia de Tlaxcala (II,5, 240). Realmente en esto los frailes se veían comidos por los fieles conversos. «No tienen en nada irse a confesar quince y veinte leguas. Y si en alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas» (II,5, 229).
Al principio la comunión no se daba sino «a muy pocos de los naturales», pero el papa Paulo III, movido por una carta del obispo dominico de Tlaxcala, fray Julián Garcés, «mandó que no se les negase, sino que fuesen admitidos como los otros cristianos» (II,6, 245). La misma norma fue acordada en 1539 por el primer concilio celebrado en México.
La celebración de matrimonios planteó problemas muy graves y complejos, dada la difusión de la poligamia, sobre todo entre los señores principales, que a veces tenían hasta doscientas mujeres. «Queriendo los religiosos menores poner remedio a esto, no hallaban manera para lo hacer, porque como los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos se las podían quitar, ni bastaban ruegos, ni amenazas, ni sermones para que dejadas todas, se casasen con una en faz de la Iglesia. Y respondían que también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían para su servicio, decían que ellos también las tenían para lo mismo» (II,7, 250). De hecho, el marido tenía en sus muchas mujeres una fuerza laboral nada despreciable, de la que no estaba dispuesto a prescindir.
No había modo. En fin, con la gracia de Dios, pues «no bastaban fuerzas ni industrias humanas, sino que el Padre de las misericordias les diese su divina gracia» (III,3, 318), fueron acercándose los indios al vínculo sacramental del matrimonio. Y entonces, «era cosa de verlos venir, porque muchos de ellos traían un hato de mujeres y hijos como de ovejas», y allí había que tratar de discernir y arreglar las cosas, para lo que los frailes solían verse ayudados por indios muy avisados y entendidos en posibles impedimentos, a quienes los españoles llamaban licenciados (II,7, 252; +Ricard 200-209).
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.
“Un grupo de alrededor de ochenta médicos británicos han hecho pública una carta en la que aseguran que en caso de que su parlamento apruebe la eutanasia -suicidio asistido-, los ancianos serán presionados para que acepten que se les aplique. Los galenos advierten que reciben a muchas personas mayores que les manifiestan su preocupación porque se consideran una carga para sus familias debido a sus enfermedades y limitaciones…”
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Apreciado Fray Nelson: Le saludo en nombre del Señor Jesus y de la Santisima Virgen Maria y deseo preguntarle lo siguiente: Cuando el Señor Jesus dice que la lampara del cuerpo es el ojo a que se refiere, es cierto, como dicen algunos, que se trata de la llamada glandula pineal. Le rogaria me responda porque no alcanzo a comprender exactamente lo expresado por el Señor y ademas me encuentro confundida. Muchas gracias y que Nuestra Señora lo proteja. Atentamente, G. S. H.
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Consultada el 25 de agosto de 2015, la Wikipedia nos explica bastante bien qué es y para qué sirve la glándula pineal:
La glándula pineal, también conocida como cuerpo pineal, conarium o epífisis cerebral es una pequeña glándula endocrina en el cerebro de los vertebrados. Produce melatonina, una hormona derivada de la serotonina que afecta a la modulación de los patrones del sueño, tanto a los rítmos circadianos como estacionales. Su forma se asemeja a un pequeño cono de pino (de ahí su nombre), y está ubicada en el epitálamo cerca del centro del cerebro, entre los dos hemisferios, metida en un surco donde las dos mitades del tálamo se unen.
La ubicación de este pequeño órgano, en lo más profundo y recóndito del cerebro, le ha hecho ganar una fama que no han tenido otros órganos. Así por ejemplo, el filósofo René Descartes (siglo XVII) creía que la pineal era nada menos que el “puente” entre la mente inmaterial y el cuerpo material, o, como él decía, entre una “res cogitans” (cosa o realidad pensante) y una “res extensa” (cosa o realidad espacial o material). No explicó Descartes, sin embargo, cómo era que un órgano plenamente material, cual es esta glándula, servía de conducto a lo inmaterial pero esa es sola una de las dificultades que hacen insostenible su posición filosófica dualista.
Un hombre tan confundido y tan confuso en sus escritos como George Bataille (siglo XX), fue un inesperado continuador de Descartes en proclamar las grandezas (ficticias) de la glándula pineal, esta vez asignándole el papel de “puente” entre nuestra cultura occidental, tan adicta a la ciencia, y la cultura oriental, tan próxima a la percepción de lo trascendente. Al parecer fue él quien propulsó notablemente la idea de que un órgano del cuerpo humano, tan visible como la nariz o los pies, correspondía completamente al famoso “tercer ojo” de que hablan distintos autores orientales, de corte hinduista o budista. La idea sin embargo ya la había formulado el mismo Descartes.
Lo interesante de esas afirmaciones es que no tienen más fundamento que la ignorancia, y por eso no puede ser peor la condición de quienes las admiten o propagan.