El arado que rotura y abre el surco, no ve la semilla ni el fruto.
Tu tarea de apóstol es grande y hermosa. Estás en el punto de confluencia de la gracia con la libertad de las almas; y asistes al momento solemnísimo de la vida de algunos hombres: su encuentro con Cristo.
Nadie puede sentirse tranquilo con una vida espiritual que, después de llenarle, no rebose hacia fuera con celo apostólico.
No es tolerable que pierdas el tiempo en tonterías cuando hay tantas almas que te esperan.