Que las instituciones económicas estén al servicio del hombre

346 Una de las cuestiones prioritarias en economía es el empleo de los recursos,725 es decir, de todos aquellos bienes y servicios a los que los sujetos económicos, productores y consumidores, privados y públicos, atribuyen un valor debido a su inherente utilidad en el campo de la producción y del consumo. Los recursos son cuantitativamente escasos en la naturaleza, lo que implica, necesariamente, que el sujeto económico particular, así como la sociedad, tengan que inventar alguna estrategia para emplearlos del modo más racional posible, siguiendo una lógica dictada por el principio de economicidad. De esto dependen tanto la efectiva solución del problema económico más general, y fundamental, de la limitación de los medios con respecto a las necesidades individuales y sociales, privadas y públicas, cuanto la eficiencia global, estructural y funcional, del entero sistema económico. Tal eficiencia apela directamente a la responsabilidad y la capacidad de diversos sujetos, como el mercado, el Estado y los cuerpos sociales intermedios.

NOTAS para esta sección

725Con referencia al uso de los recursos y de los bienes, la doctrina social de la Iglesia propone su enseñanza acerca del destino universal de los bienes y la propiedad privada; cf. Capítulo Cuarto, III.


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Sí a la misericordia pero no a su versión “light”

En la preparación del Jubileo de la Misericordia, ofrecido a toda la Iglesia por el Papa Francisco, conviene dejarse interpelar por esa palabra, que consideramos tan propia de nuestra tradición y de nuestra espiritualidad: misericordia.

Pero, atención, porque lo mismo que sucede con tantas otras palabras centrales de la fe cristiana, también pasa con esta. Así como hay un amor falso y puramente sensual y mundano, que quiere usurpar el lugar del amor cristiano, así también hay una misericordia de contrabando, que mejor deberíamos llamar complicidad, y que quiere usurpar el lugar de la verdadera misericordia. Así como el amor, también la misericordia hay que aprenderla de Cristo y de los santos, testigos de su Evangelio.

La genuina misericordia obliga a salir de las propias comodidades, incluyendo la comodidad de ser bien aceptados por aquellos de quienes nos compadecemos. ¿Era Cristo compasivo con los publicanos y no lo era con los fariseos? Sólo sugerirlo es herejía. La ternura y la denuncia salían de un mismo corazón; el abrazo y el reproche tenían una misma fuente; el consuelo y la corrección provenían del mismo Señor y Mesías.

Estas consideraciones deben liberarnos de una noción “light” de misericordia que más bien consiste en una mediocridad cómoda y en el fondo egoísta.

[De la Carta de Pentecostés, del Prior Provincial de los Dominicos de Colombia.]